miércoles, 2 de diciembre de 2015

De Música y Colores

La metamúsica - Lopoldo Lugones 

Como hiciera varias semanas que no lo veía, al encontrarlo le pregunté: 

—¿Estás enfermo? 

—No; mejor que nunca y alegre como unas pascuas. ¡Si supieras lo que me ha tenido absorto durante estos dos meses de encierro! 

Pues hacía, efectivamente, dos meses que se lo extrañaba en su círculo literario, en los cafés familiares y hasta en el paraíso de la ópera, su predilección. El pobre Juan tenía una debilidad: la música. En sus buenos tiempos, cuando el padre opulento y respetado compraba palco, Juan podía entregarse a su pasión favorita con toda comodidad. Después acaeció el derrumbe; títulos bajos, hipotecas, remates... El viejo murió de disgusto y Juan se encontró solo en esa singular autonomía de la orfandad, que toca por un extremo al tugurio y por el otro a la fonda de dos platos, sin vino. Por no ser huésped de cárcel, se hizo empleado que cuesta más y produce menos; pero hay seres timoratos en medio de su fuerza, que temen a la vida lo bastante para respetarla, acabando por acostarse con sus legítimas después de haber pensado veinte aventuras. La existencia de Juan volvióse entonces acabadamente monótona. Su oficina, sus libros y su banqueta del paraíso fueron para él la obligación y el regalo. Estudió mucho, convirtiéndose en un teorizador formidable. Analogías de condición y de opiniones nos acercaron, nos amistaron y concluyeron por unirnos en sincera afección. Lo único que nos separaba era la música, pues jamás entendí una palabra de sus disertaciones, o mejor dicho nunca pude conmoverme con ellas, pareciéndome falso en la práctica lo que por raciocinio encontraba evidente; y como en arte la comprensión está íntimamente ligada a la emoción sentida, al no sentir yo nada con la música, claro está que no la entendía. Esto desesperaba a mi amigo, cuya elocuencia crecía en proporción a mi incapacidad para gozar con lo que, siendo para él emoción superior, sólo me resultaba confusa algarabía. Conservaba de su pasado bienestar un piano, magnífico instrumento cuyos acordes solían comentar sus ideas cuando mi rebelde emoción fracasaba en la prueba. 

—Concedo que la palabra no alcance a expresarlo —decía—, pero escucha; abre bien las puertas de tu espíritu; es imposible que dejes de entender. Y sus dedos recorrían el teclado en una especie de mística exaltación. Así discutíamos los sábados por la noche, alternando las disertaciones líricas con temas científicos en los que Juan era muy fuerte, y recitando versos. Las tres de la mañana siguiente eran la hora habitual de despedirnos. Júzguese si nuestra conversación sería prolongada después de ocho semanas de separación. 

—¿Y la música, Juan? 

—Querido, he hecho descubrimientos importantes. —Su fisonomía tomó tal carácter de seriedad, que le creí acto continuo. Pero una idea me ocurrió de pronto. 

—¿Compones? —Los ojos le fulguraron. 

—Mejor que eso, mucho mejor que eso. Tú eres un amigo del alma y puedes saberlo. El sábado por la noche, como siempre, ya sabes; en casa; pero no lo digas a nadie, ¿eh? ¡A nadie! —añadió casi terrible. Calló un instante; luego me pellizcó confidencialmente la punta de la oreja, mientras una sonrisa maliciosa entreabría sus labios febriles—. Allá comprenderás por fin, allá verás. Hasta el sábado, ¿eh?... —Y como lo mirara interrogativo, añadió lanzándose a un tranvía, pero de modo que sólo yo pudiese oírlo: ... ¡Los colores de la música!... 

Era un miércoles. Me era menester esperar tres días para conocer el sentido de aquella frase. ¡Los colores de la música!, me decía. ¿Será un fenómeno de audición coloreada? ¡Imposible! Juan es un muchacho muy equilibrado para caer en eso. Parece excitado, pero nada revela una alucinación en sus facultades. Después de todo, ¿por qué no ha de ser verdad su descubrimiento?... Sabe mucho, es ingenioso, perseverante, inteligente... La música no le impide cultivar a fondo las matemáticas, y estas son la sal del espíritu. En fin, aguardemos. 

Pero, no obstante mi resignación, una intensa curiosidad me embargaba; y el pretexto, ingenuamente hipócrita de este género de situaciones, no tardó en presentarse. 

Juan está enfermo, a no dudarlo, me dije. Abandonarlo en tal situación, sería poco discreto. Lo mejor es verlo, hablarle, hacer cuanto pueda para impedir algo peor. Iré esta noche. Y esa misma noche fui, aunque reconociendo en mi intento más curiosidad de lo que hubiese querido. 
Daban las nueve cuando llegué a la casa. La puerta estaba cerrada. Una sirvienta desconocida vino a abrirme. Pensé que sería mejor darme por amigo de confianza, y después de expresar las buenas noches con mi entonación más confidencial: 

—¿Está Juan? —pregunté. 

—No, señor; ha salido. 

—¿Volverá pronto? 

—No ha dicho nada. 

—Porque si volviera pronto —añadí insistiendo— le pediría permiso para esperarlo en su cuarto. Soy su amigo íntimo y tengo algo urgente que comunicarle. 

—A veces no vuelve en toda la noche. 

Esta evasiva me reveló que se trataba de una consigna, y decidí retirarme sin insistir. Volví el jueves, el viernes, con igual resultado. Juan no quería recibirme; y esto, francamente, me exasperaba. El sábado me tendría fuerte, vencería mi curiosidad, no iría. El sábado a las nueve de la noche había dominado aquella puerilidad. Juan en persona me abrió. 

—Perdona; sé que me has buscado; no estaba; tenía que salir todas las noches. 

—Sí; te has convertido en personaje misterioso. 

—Veo que mi descubrimiento te interesa de veras. 

—No mucho, mira; pero, francamente, al oírte hablar de los colores de la música, temí lo que hay que temer, y ahí tienes la causa de mi insistencia. 

—Gracias, quiero creerte, y me apresuro a asegurarte que no estoy loco. Tu duda lastima mi amor propio de inventor, pero somos demasiado amigos para no prometerte una venganza. Mientras, habíamos atravesado un patio lleno de plantas. Pasamos un zaguán, doblamos a la derecha, y Juan abriendo una puerta dijo: 

—Entra; voy a pedir el café. 

Era el cuarto habitual, con su escritorio, su ropero, su armario de libros, su catre de hierro. Noté que faltaba el piano. Juan volvía en ese momento. 

—¿Y el piano? 

—Está en la pieza inmediata. Ahora soy rico; tengo dos "salones". 

—¡Qué opulencia! —Y esto nos endilgó en el asunto. 

Juan, que paladeaba con deleite su café, empezó tranquilamente: 

—Hablemos en serio. Vas a ver una cosa interesante. Vas a ver, óyelo bien. No se trata de teorías. Las notas poseen cada cual su color, no arbitrario, sino real. Alucinaciones y chifladuras nada tienen que ver con esto. Los aparatos no mienten, y mi aparato hace perceptibles los colores de la música. Tres años antes de conocerte, emprendí las experiencias coronadas hoy por el éxito. Nadie lo sabía en casa, donde, por otra parte, la independencia era grande, como recordarás. Casa de viudo con hijos mayores... Dicho esto en forma de disculpa por mi reserva, que espero no atribuyas a desconfianza, quiero hacerte una descripción de mis procedimientos, antes de empezar mi pequeña fiesta científica. Encendidos los cigarrillos y Juan continuó: 

—Sabemos por la teoría de la unidad de la fuerza, que el movimiento es, según los casos, luz, calor, sonido, etc; dependiendo estas diferencias —que esencialmente no existen, pues son únicamente modos de percepción de nuestro sistema nervioso— del mayor o menor número de vibraciones de la onda etérea. "Así, pues, en todo sonido hay luz, calor, electricidad latentes, como en toda luz hay a su vez electricidad, calor y sonido. El ultra violeta del espectro, señala el límite de la luz y es ya calor, que cuando llegue a cierto grado se convertirá en luz... Y la electricidad igualmente. ¿Por qué no ocurriría lo mismo con el sonido?, me dije; y desde aquel momento quedó planteado mi problema. 

La escala musical está representada por una serie de números cuya proporción, tomando al do como unidad, es bien conocida, pues la armonía se halla constituida por proporciones de número, o en otros términos, se compone de la relación de las vibraciones aéreas por un acorde de movimientos desemejantes. 

En todas las músicas sucede lo mismo, cualquiera que sea su desarrollo. Los griegos que no conocían sino tres de las consonancias de la escala, llegaban a idénticas proporciones: 1 a 2, 3 a 2, 4 a 3. Es, como observas, matemático. Entre las ondulaciones de la luz tiene que haber una relación igual, y es ya vieja la comparación. El 1 del do está representado por las vibraciones de 369 millonésimas de milímetro que engendran el violáceo, y el 2 de la octava por el duplo; es decir, por las de 738 que producen el rojo. Las demás notas, corresponden cada una a un color. 

Ahora bien, mi raciocinio se efectuaba de este modo: Cuando oímos un sonido, no vemos la luz, no palpamos el calor, no sentimos la electricidad que produce, porque las ondas caloríficas, luminosas y eléctricas, son imperceptibles por su propia amplitud. Por la misma razón no oímos cantar la luz, aunque la luz canta real y verdaderamente, cuando sus vibraciones que constituyen los colores, forman proporciones armónicas. Cada percepción tiene un límite de intensidad, pasado el cual se convierte en impercepción para nosotros. Estos límites no coinciden en la mayoría de los casos, lo cual obedece al progresivo trabajo de diferenciación efectuado por los sentidos en los organismos superiores; de tal modo que si al producirse una vibración, no percibimos más que uno de los movimientos engendrados, es porque los otros, o han pasado el límite máximo, o no han alcanzado el límite mínimo de la percepción. A veces se consigue, sin embargo, la simultaneidad. Así, vemos el color de una luz, palpamos su calor y medimos su electricidad... 

Todo esto era lógico; pero en cuanto al sonido, tenía una objeción muy sencilla que hacer y la hice: 

—Es claro; y si con el sonido no sucede así, es porque se trata de una vibración aérea, mientras que las otras son vibraciones etéreas. 

—Perfectamente; pero la onda aérea provoca vibraciones etéreas, puesto que al propagarse conmueve el éter intermedio entre molécula y molécula de aire. ¿Qué es esta segunda vibración? Yo he llegado a demostrar que es luz. ¿Quién sabe si mañana un termómetro ultrasensible no averiguará las temperaturas del sonido? Un sabio injustamente olvidado, Louis Lucas, dice lo que voy a leer, en su Chim¡e Nouvelle: "Si se estudia con cuidado las propiedades del monocordio, se nota que en toda jerarquía sonora no existen, en realidad, más que tres puntos de primera importancia: la tónica, la quinta y la tercia, siendo la octava reproducción de ellas a diversa altura, y permaneciendo en las tres resonancias la tónica como punto de apoyo; la quinta es su antagonista y la tercia un punto indiferente, pronto a seguir a aquel de los dos contrarios que adquiera superioridad. Esto es también lo que hallamos en tres cuerpos simples, cuya importancia relativa no hay necesidad de recordar: el hidrógeno, el ázoe y el oxígeno. El primero, por su negativismo absoluto en presencia de los otros metaloides, por sus propiedades esencialmente básicas, toma el sitio de la tónica, o reposo relativo; el oxígeno, por sus propiedades antagónicas, ocupa el lugar de la quinta; y por fin, la indiferencia bien conocida del ázoe, le asigna el puesto de la tercia". 

Ya ves que no estoy solo en mis conjeturas, y que ni siquiera voy tan lejos; mas, lleguemos cuanto antes a la narración de la experiencia. 
Ante todo, tenía tres caminos: o colar el sonido a través de algún cuerpo que lo absorbiera, no dejando pasar sino las ondas luminosas: algo semejante al carbón animal para los colorantes químicos; o construir cuerdas tan poderosas, que sus vibraciones pudieran contarse, no por miles sino por millones de millones en cada segundo, para transformar mi música en luz; o reducir la expansión de la onda luminosa, invisible en el sonido, contenerla en su marcha, reflejarla, reforzarla hasta hacerla alcanzar un límite de percepción y verla sobre una pantalla convenientemente dispuesta. 

De los tres métodos probables, excuso decirte que he adoptado el último; pues los dos primeros requerirían un descubrimiento previo cada uno, mientras que el tercero es una aplicación de aparatos conocidos. 

—¡Age dum! —prosiguió evocando su latín, mientras abría la puerta del segundo aposento—. Aquí tienes mi aparato —añadió, al paso que me enseñaba sobre un caballete una caja como de dos metros de largo, enteramente parecida a un féretro. Por uno de sus extremos sobresalía el pabellón paraboloide de una especie de clarín. En la tapa, cerca de la otra extremidad, resaltaba un trozo de cristal que me pareció la faceta de un prisma. Una pantalla blanca coronaba el misterioso cajón, sobre un soporte de metal colocado hacia la mitad de la tapa. Juan se apoyó sobre el aparato y yo me senté en la banqueta del piano—. Oye con atención. 

—Ya te imaginas. 

—El pabellón que aquí ves recoge las ondas sonoras. Este pabellón toca al extremo de un tubo de vidrio negro, de dobles paredes, en el cual se ha llevado el vacío a una millonésima de atmósfera. La doble pared del tubo está destinada a contener una capa de agua. El sonido muere en él y en el denso almohadillado que lo rodea. Queda solo la onda luminosa cuya expansión debo reducir para que no alcance la amplitud suprasensible. El vidrio negro lo consigue; y ayudado por la refracción del agua, se llega a una reducción casi completa. Además el agua tiene por objeto absorber el calor que resulta. 

—¿Y por qué el vidrio negro? 

—Porque la luz negra tiene una vibración superior a la de todas las otras; y como por consiguiente el espacio entre movimiento y movimiento se restringe, las demás no pueden pasar por los intersticios y se reflejan. Es exactamente análogo a una trinchera de trompos que bailan conservando distancias proporcionales a su tamaño. Un trompo mayor, aunque animado de menor velocidad, intenta pasar; pero se produce un choque que lo obliga a volver sobre sí mismo. 

—Y los otros, ¿no retroceden también? 

—Ese es el percance que el agua está encargada de prevenir. —Muy bien; continúa. 

—Reducida la onda luminosa, se encuentra al extremo del tubo con un disco de mercurio engarzado a aquel; disco que la detiene en su marcha. 

—Ah, el inevitable mercurio. 

—Sí, el mercurio. Cuando el profesor Lippmann lo empleó para corregir las interferencias de la onda luminosa en su descubrimiento de la fotografía de los colores, aproveché el dato; y el éxito no tardó en coronar mis previsiones. Así, pues, mi disco de mercurio contiene la onda en marcha por el tubo, y la refleja hacia arriba por medio de otro, acodado. En este segundo tubo, hay dispuestos tres prismas infrangibles, que refuerzan la onda luminosa hasta el grado requerido para percibirla como sensación óptica. El número de prismas está determinado por tanteo, a ojo, y el último de ellos, cerrando el extremo del tubo, es el que ves sobresalir aquí. Tenemos, pues, suprimida la vibración sonora, reducida la amplitud de la onda luminosa, contenida su marcha y reforzada su acción. No nos queda más que verla. 

—¿Y se ve? 

—Se ve, querido; se ve sobre esta pantalla; pero falta algo aún. Este algo es mi piano cuyo teclado he debido transformar en series de siete blancas y siete negras, para conservar la relación verdadera de las transposiciones de una nota tónica a otra; relación que se establece multiplicando la nota por el intervalo del semitono menor. Mi piano queda convertido, así, en un instrumento exacto, bien que de dominio mucho más difícil. Los pianos comunes, construidos sobre el principio de la gama temperada que luego recordaré, suprimen la diferencia entre los tonos y los semitonos mayores y menores, de suerte que todos los sones de la octava se reducen a doce, cuando son catorce en realidad. 
El mío es un instrumento exacto y completo. Ahora bien, esta reforma, equivale a —abolir la gama temperada de uso corriente, aunque sea, como dije, inexacta, y a la cual se debe en justicia el enorme progreso alcanzado por la música instrumental desde Sebastián Bach, quien le consagró cuarenta y ocho composiciones. Es claro, ¿no? 

—¡Qué sé yo de todo eso! Lo que estoy viendo es que me has elegido como se elige una pared para rebotar la pelota. 

—Creo inútil recordarte que uno no se apoya sino sobre lo que resiste. —Callamos sonriendo, hasta que Juan me dijo: 

—¿Sigues creyendo, entonces, que la música no expresa nada? 

Ante esta insólita pregunta que desviaba a mil leguas el argumento de la conversación, le pregunté a mi vez: 

—¿Has leído a Hanslick? 

—Sí, ¿por qué? 

—Porque Hanslick, cuya competencia crítica no me negarás, sostiene que la música no expresa nada, que sólo evoca sentimientos. 

—¿Eso dice Hanslick? Pues bien, yo sostengo, sin ser ningún crítico alemán, que la música es la expresión matemática del alma. 

—Palabras... 

—No, hechos perfectamente demostrables. Si multiplicas el semidiámetro del mundo por 36, obtienes las cinco escalas musicales de Platón, correspondientes a los cinco sentidos. 

—¿Y por qué 36? 

—Hay dos razones: una matemática, la otra psíquica. Según la primera, se necesitan treinta y seis números para llenar los intervalos de las octavas, las cuartas y las quintas hasta 27, con números armónicos. 

—¿Y por qué 27? 

—Porque 27 es la suma de los números cubos 1 y 8; de los lineales 2 y 3; y de los planos 4 y 9; es decir, de las bases matemáticas del universo. La razón psíquica consiste en que ese número 36, total de los números armónicos, representa, además, el de las emociones humanas. 

—¡Cómo! 

—El veneciano Gozzi, Goethe y Schiller afirmaban que no deben existir sino treinta y seis emociones dramáticas. Un erudito, J. Polti, demostró en el año 94, si no me equivoco, que la cantidad era exacta y que el número de emociones humanas no pasaba de treinta y seis. 

—¡Es curioso! 

—En efecto; y más curioso si se tiene en cuenta mis propias observaciones. La suma o valor absoluto de las cifras de 36 es 9, número irreductible; pues todos sus múltiplos lo repiten si se efectúa con ellos la misma operación. El 1 y el 9 son los únicos números absolutos o permanentes; y de este modo, tanto 27 como 36, iguales a 9 por el valor absoluto de sus cifras, son números de la misma categoría. Esto da origen, además, a una proporción: 27, o sea el total de las bases geométricas, es a 36, total de las emociones humanas, como x, el alma, es al absoluto 9. Practicada la operación, se averigua que el término desconocido es 6. Seis, fíjate bien: el doble ternario que en la simbología sagrada de los antiguos significaba el equilibrio del universo. ¿Qué me dices? 

Su mirada se había puesto luminosa y extraña. 

—El universo es música —prosiguió animándose—. Pitágoras tenía razón, y desde Timeo hasta Kepler, todos los pensadores han presentido esta armonía. Eratóstenes llegó a determinar la escala celeste, los tonos y semitonos entre astro y astro. ¡Yo creo tener algo mejor; pues habiendo dado con las notas fundamentales de la música de las esferas, reproduzco en colores geométricamente combinados, el esquema del Cosmos!... 

¿Qué estaba diciendo aquel alucinado? ¿Qué torbellino de extravagancias se revolvía en su cerebro...? Casi no tuve tiempo de advertirlo, cuando el piano empezó a sonar. 

Juan volvió a ser el inspirado de otro tiempo, en cuanto sus dedos acariciaron las teclas. 

—Mi música —iba diciendo— se halla formada por los acordes de tercia menor introducidos en el siglo XVII y que Mozart mismo consideraba imperfectos, a pesar de que es todo lo contrario; pero su recurso fundamental está constituido por aquellos acordes inversos que hicieron calificar de melodía de los ángeles, la música de Palestrina... 

En verdad, hasta mi naturaleza refractaria se conmovía con aquellos sones. Nada tenían de común con las armonías habituales, y aun podía decirse que no eran música en realidad; pero lo cierto es que sumergían el espíritu en un éxtasis sereno, como quien dice formado de antigüedad y de distancia. Juan continuaba: 

—Observa en la pantalla la distribución de colores que acompaña a la emisión musical. Lo que estás escuchando es una armonía en la cual entran las notas específicas de cada planeta del sistema; y este sencillo conjunto termina con la sublime octava del sol, que nunca me he atrevido a tocar, pues temo producir influencias excesivamente poderosas. ¿No sientes algo extraño? 

Sentía, en efecto, como si la atmósfera de la habitación estuviese conmovida por presencias invisibles. Ráfagas sordas cruzaban su ámbito. Y entre la beatitud que me regalaba la grave dulzura de aquella armonía, una especie de aura eléctrica iba helándome de pavor. Pero no distinguía sobre la pantalla otra cosa que una vaga fosforescencia y como esbozos de figuras... 

De pronto comprendí. En la común exaltación, habíasenos olvidado apagar la lámpara. Iba a hacerlo, cuando Juan gritó enteramente arrebatado, entre un son estupendo del instrumento: 

—¡Mira ahora! 

Yo también lancé un grito, pues acababa de suceder algo terrible. Una llama deslumbradora brotó del foco de la pantalla. Juan, con el pelo erizado, se puso de pie, espantoso. Sus ojos acababan de evaporarse como dos gotas de agua bajo aquel haz de dardos flamígeros, y él, insensible al dolor, radiante de locura, exclamaba tendiéndome los brazos: 

—¡La octava del sol, muchacho, la octava del sol!

jueves, 30 de diciembre de 2010

-Las diosas de la mujer madura

Parte II:

ELLA ES SABIA... CUANTO MENOS...
Por otro lado, y entre todas las prohibiciones habidas y por haber, a la mujer se le ha impedido sobre todo sentir rabia, y admitir libremente el deseo de poder y control sobre su propia vida (lo cual es obvio que significa aceptar que posee alguna clase de poder y control sobre las vidas ajenas).
 Al final, lo que marcará un cambio significativo en la vida de las mujeres, y de eso estoy segura, será la risa,  porque es la llave inquebrantable que nos abre a una nueva vida... La risa de las mujeres cuando están juntas es el signo revelador, el reconocimiento espontáneo de la reflexión, el amor y la libertad.
Carolyn G. Heilbrun

La capacidad de sentir el dolor ajeno como si fuera propio, el núcleo de la política reformista, es una cualidad espiritual.
Carol Lee Flinders
En la segunda parte presentaré las diosas que suelen expresarse plenamente durante la tercera etapa de la vida de una mujer. Representan las cualidades arquetípicas que precisan del equilibrio y la compañía de la sabiduría: en ocasiones por el bien de la mujer, y a veces por el bien de los demás. Las he agrupado en tres categorías según sus rasgos: las diosas de la ira transformadora, las diosas de la alegría y el humor picante, y las diosas de la compasión. Cuando sabemos extraer las energías de las tres, sin perder la sabiduría, nos convertimos en mujeres libres en nuestro fuero interno, y en ancianas pictóricas.
Al observar envejecer a mis contemporáneas, veo que entre ellas hay mujeres maravillosas. Lo que parece hacerlas especiales es que son personas únicas, y, sin embargo, poseen ciertas características en común. Todas y cada una de ellas han alcanzado un nivel de aceptación del yo por el cual se muestran como son en realidad y sin tapujos. Albergan sentimientos muy intensos y se apasionan con los temas que les preocupan: todas son capaces de actuar por cuenta propia o en beneficio de alguien. Las caracteriza su espontaneidad: esas mujeres poseen una manera propia de reír a carcajadas o con risitas ahogadas que puede contagiar a las demás y sumirlas en un estado de hilaridad general. Por otro lado, también se muestran compasivas. Cierto que no podemos identificar estas cualidades con la de la sabiduría, pero precisamente porque las mujeres también son sabias, tienen la virtud de potenciarla todavía más.
Su nombre es rabia

La rabia es una cólera muy saludable dirigida en último término a conseguir cambiar una situación inaceptable. La depresión y la ansiedad que las mujeres sufren durante la primera y la segunda etapas de la vida suelen ser consecuencia de su enfado e impotencia, del miedo a expresar sus sentimientos por lo que eso podría acarrearles, fuese real, o imaginario, y de haber tenido que reprimir esas emociones tan a conciencia que terminan por parecerse a cualquier cosa menos a la rabia. Cuando una mujer entra en la tercera etapa de su vida, ya no la intimidan aquellas personas que le enseñaron que la ira era un sentimiento inaceptable, fuesen los padres o terceros, que era algo indigno de una "buena chica", y tampoco se siente prisionera emocionalmente de personas dominantes o maltratadoras.
Es posible, por otro lado, que no se haya sentido ni deprimida ni oprimida personalmente, pero que ahora, en la tercera etapa de su vida, se enfade por todo lo que ve y la sobrepasa como persona. Dirigirá su rabia, por consiguiente, hacia la injusticia, la estupidez, el narcisismo, las adicciones, la negligencia y la crueldad que afectan a los más desfavorecidos, o bien hacia los males sociales de los que instituciones y políticos hacen caso omiso.
En esos momentos es cuando la mujer puede penetrar en lo que yo llamo el arquetipo del "¡Ya está bien!", conformado precisamente por las energías de las diosas de la ira transformadora, las decisivas agentes del cambio. Entre todas ellas destacan Sekhmet, la antigua diosa egipcia que venía representada con una cabeza de león y la fiera Kali, la diosa hindú. A esas divinidades sólo se las invocaba por necesidad. De apariencia inhumana, sus respectivas mitologías las representan como seres terribles cuando se dejan poseer por la cólera contra los malhechores y tienen sed de sangre. Cuando una mujer inicia la tercera etapa de su vida, si se ha vuelto más sabia (y posee a su alcance los recursos de la compasión y el humor), no será impulsiva o tendenciosa, ni se dejará llevar por la furia. La rabia de Sekhmet y Kali la incitarán a la acción, pero jamás actuará sin el consenso del "consejo interior" de las diosas maduras.
Podemos recurrir a la fiereza y el poder de Sekhmet o Kali utilizando la intención y la imaginación. Eso es lo que hacía el personaje que interpretaba Kathy Bates en la película Tomates verdes fritos cuando invocaba a Towanda, la reina amazona, y dejaba de ser una mujer dócil y fácil de humillar para transformarse en una persona auténtica y formidable. Con el grito de "¡Towanda!" el personaje de Bates hizo lo que jamás se había atrevido a hacer. Fue un guiño divertido que nos remitía a una realidad más profunda: el poder transformador que tiene el mito de evocar la energía arquetípica.
Las mujeres que se hallan en la tercera etapa de la vida son proclives a convertirse en seres genuinamente auténticos, ancianas esplendorosas que conocen sus sentimientos y viven en consecuencia, cuando es eso lo que pretenden, cuentan con las herramientas de la imaginación y la conciencia, y con el apoyo de los demás y de otros arquetipos distintos. La sabiduría de Hécate y Metis reprime la acción impulsiva y pone en jaque a la rabia. La capacidad de mostrarse equilibrada, que se halla en Hestia, y el sentido espiritual de Sofía contribuyen a primar el control de una mujer sobre sus actos, hasta que se encuentre en disposición de actuar consecuentemente, en lugar de permitir que la furia de este arquetipo se apodere de su persona. Es necesario que la mujer integre todo eso en su conciencia para que la transformación sea posible. Las mujeres que alcanzan el nivel del "¡Ya está bien!" y poseen sabiduría compasión y humor se transforman en unas fuerzas formidables para abordar el cambio.
Su nombre es alegría
El sentido del humor puede ayudarnos en situaciones difíciles. Las payasadas de la diosa japonesa Uzume devolvieron la luz solar a la tierra. En la mitología griega la doncella Baubo hizo reír a Deméter y logró que la diosa olvidara su callado dolor. La alegría y la danza, lo obsceno y el cuerpo, se mezclan en este arquetipo. Cuando el cuerpo cambia y pierde su elegancia, el sentido del humor aúna la espontaneidad desenfadada y la realidad. El humor negro puede ayudarnos a lidiar con los problemas. De hecho, hay un cierto poso de sabiduría en el humor negro o la comedia negra; esa clase de humor logra conectar con la persona y la consuela, haciéndole olvidar el sufrimiento y la sensación de estar aislada. De repente, la risa ha transformado un estado de ánimo sombrío. Reírse a carcajada limpia es lo más radicalmente genuino, y suele darse con frecuencia entre mujeres cuando creen que los hombres no pueden oírlas ni criticarlas.
Las diosas de la alegría poseen una perspectiva desenfadada que es su manera de ver la realidad; un humor inteligente que no pretende ser mezquino ni despreciar al prójimo. El humor que no va aunado a la sabiduría y la compasión suele ser sádico y cruel, el medio de sentirse superior a expensas de los demás. La agudeza verbal e intelectual que actúa como una estocada entre iguales no puede calificarse de alegría.
Las mujeres que pueden personificar a Uzume o Baubo son personas que aceptan que su propio cuerpo está envejeciendo y saben reírse juntas de esos cambios. Es necesario distanciarse de la necesidad de actuar bien o de sentirse bien con los demás incluso para reír con libertad; y ésa es una razón por la cual estas diosas son diosas maduras. A fin de cuentas, lo que se espera de las mujeres es que se queden sentaditas y crucen las piernas, y que no se rían a mandíbula batiente.
Su nombre es compasión
Las mujeres mayores y más sabias también son más compasivas. No creo que sea posible ser madura emocionalmente sin aprender lo que es la compasión. De jóvenes la mayoría juzgábamos a los demás y a nosotras mismas con más dureza que ahora que hemos envejecido. Puede que nos sintiéramos en nuestro derecho o que esperáramos algo concreto de los demás basándonos en las apariencias, y que en el fondo necesitáramos aprender alguna lección sobre la realidad y la humildad para entender mejor las cosas.
La amabilidad y la generosidad son cualidades infantiles que a menudo se presentan soterradas en la primera y la segunda etapas de la vida de una mujer. Incluso es posible que nos advirtieran de que no hay que ser crédulas, o bien que abusaran de nuestra generosidad. A lo mejor algún adulto cínico nos hizo sentir tontas cuando nuestra intención era mostrarnos amables. Es posible, por otro lado, que las organizaciones de beneficencia, con su aluvión de peticiones para recaudar donativos, actuara como revulsivo de nuestro sentimiento de compasión; o bien quizá adoptáramos la actitud patriarcal predominante de mostrar desprecio por las debilidades.
Aunque no existe una divinidad de la compasión en la mitología griega, en la religión y la mitología hay una diosa muy importante. Es Kuan Yin en China, Kannon en Japón y Tara en Tíbet. Los católicos tienen a la Virgen María, y creo que los estadounidenses cuentan con una diosa de la compasión a la que no reconocen como tal y que es la estatua de la Libertad. Son todos ellos arquetipos femeninos que muestran una compasión maternal por los pobres y los desamparados, por los sufrimientos de la humanidad.
¿Nos falta algún arquetipo?
Una mujer madura y sabia posee la sabiduría necesaria para albergar en su interior cualidades "opuestas". Es capaz de mostrarse furiosa y compasiva, fiera y tierna, espiritual y soez; puede amar la soledad y ser una activista en el mundo exterior. Puede bastarse a sí misma y, en cambio, sentirse profundamente comprometida con otra persona. Es única y auténtica porque posee muchas facetas y una integridad que las aúna todas. Se esfuerza en integrar la diversidad que le es propia, y por esa razón se considera una persona completa, pero no una mujer perfecta o "acabada".
La etapa de la madurez es una época de autoconocimiento que presiden los cambios que suceden en nuestra vida interior y exterior, y en la que descubrimos nuevos arquetipos como fuentes de cambio y vitalidad. Es una época que exige que reflexionemos y contemplemos lo que ha sido nuestra vida hasta ahora y la "obra en proceso" que nosotras somos. Aunque es posible que los nombres de las diosas de la segunda parte no nos resulten familiares, seguramente ya se integran en nosotras mismas de un modo muy activo. Si ése es nuestro caso, no nos costará reconocerlas, y comprenderemos mejor esta faceta de nuestra persona. No obstante, nos resultará incluso de mayor provecho, y constituirá un buen tema de reflexión, si descubrimos que alguna de ellas "nos falta". Si Sekhmet, Uzume o Kuan Yin se hubieran integrado en la parte consciente de nuestra psique, ¿habría sido distinta la vida?; y si estamos descubriéndolas ahora, ¿acaso cambiarán nuestra vida?

LAS DIOSAS DE LA IRA TRANSFORMADORA:
SU NOMBRE ES INDIGNACIÓN
Sekhmet, la antigua diosa egipcia de cabeza leonada
Kali-Ma, la diosa hindú de la destrucción
Las diosas de la cólera transformadora son extremadamente distintas de las diosas de la sabiduría que hemos tratado en los capítulos anteriores. Pasan a un primer plano cuando nos llega el momento de ponernos manos a la obra y cambiar una situación que es inaceptable, cuando decimos « ¡Ya está bien!». Antiguamente se recurría a esta clase de diosas cuando los dioses masculinos o los hombres no eran capaces de derrotar al mal y sólo una diosa poderosa tenía la talla suficiente para enzarzarse en la gesta. La representación de la imagen de las diosas más importantes de la ira transformadora no es antropomórfica. La diosa egipcia Sekhmet tiene la cabeza de un león y el cuerpo de una mujer. Kali-Ma, la diosa hindú, posee un rostro inhumano terrorífico y un cuerpo de mujer con innumerables brazos.
He incluido a ambas diosas en este estudio como arquetipos de la mujer madura porque aparecen en esta etapa de la vida de la mujer. Gloria Steinem ha puntualizado en numerosas ocasiones que las mujeres se vuelven más radicales a medida que envejecen. Los hombres, en cambio, son más propensos a mostrarse radicales en su juventud, y a ser abanderados del conservadurismo en los años subsiguientes. En lo que respecta a su vida personal y su pensamiento político, las mujeres mayores se muestran radicales cuando actúan en función de lo que saben y sienten. Son capaces de terminar matrimonios que no funcionaban desde tiempos inmemoriales, o bien despedir a los expertos autoritarios y tomar las riendas médicas y financieras de su propia vida. En cuanto a la esfera política, cuando observan la manera que tienen los hombres de llevar las cosas, no pueden evitar sentirse furiosas por la tolerancia que muestran con el mal o la indiferencia que sienten hacia el sufrimiento. En ese momento en su personalidad surgen Sekhmet y Kali, las cuales avivan su determinación para estimular el cambio.
Estos arquetipos de la ira transformadora resultan más eficaces cuando los equilibra la sabiduría. Sin esa sabiduría, pueden ser destructivos para la mujer y para los demás. La rabia que no va acompañada de la sabiduría, se nutre de sí misma y hace que una mujer tema volverse loca o perder el control, y a algunas llega a sucederles. La mujer que es víctima de malos tratos y rocía el lecho marital con gasolina para prenderle fuego y asesinar al marido mientras dormita, o bien la madre del niño que ha sufrido abusos sexuales y se lleva un arma al juzgado para disparar al criminal, son ejemplos extremos. Es muy molesto tener que licuar con profundos sentimientos de cólera y hostilidad, sobre todo después de que una se haya pasado la vida conformándose e intentando sacar el mejor partido de la situación. Sin embargo, cuando esto les ocurre a las mujeres en edad avanzada, se dan otros arquetipos muy sólidos que pueden equilibrar y contener esos sentimientos primitivos.Gracias a la sabiduría, las diosas de la cólera transformadora no dan rienda suelta a sus estallidos de rabia, ni actúan guiándose por sus impulsos. La sabiduría permite canalizar la rabia hasta convertirla en el compromiso de provocar el cambio y la actitud resuelta que se precisa para hallar el camino más idóneo. Gracias a la sabiduría, por último, la culpa y la vergüenza no atenazan a la mujer, ni la instan a que eluda la verdad o los sentimientos de rabia. Por consiguiente, siempre que la rabia se alíe con una estrategia inteligente, las mujeres mayores se transformarán en ancianas formidables.
Sekhmet, la diosa de cabeza leonada
Ninguna diosa griega poseía los atributos y el poder de Sekhmet, la antigua diosa egipcia de orden divino. Sekhmet era una protectora que se caracterizaba por la fuerza y la capacidad de cernerse sobre los malhechores y los transgresores. A los dioses y las diosas egipcios a menudo se los representaba en forma animal o con la cabeza de un animal, a diferencia de las divinidades de los griegos clásicos, cuya representación era la de unos seres humanos idealizados. Sekhmet tenía la cabeza de león y el cuerpo de mujer. Era la diosa de la ira y la diosa de la paz. Su nombre simplemente significa "la poderosa".
Sekhmet era una de las tres divinidades poderosas de Memphis, junto con su esposo Ptah y su padre, el dios sol Ra. Memphis se había convertido en la capital administrativa de Egipto tras la unificación de los reinos del norte y del sur, aproximadamente hacia el año 3000 a. de C. Los faraones adoptaron a Sekhmet como símbolo propio del heroísmo invencible en la batalla. Al detentar ese papel, se la representaba como la diosa que expulsaba fuego contra los enemigos del faraón, expresando su cólera hacia todos aquellos que se le rebelaran en contra.
A ninguna otra deidad del antiguo Egipto se la representó con un número tan extraordinario de estatuas imponentes. En Karnak se erigieron cerca de seiscientas, y otra gran cantidad de efigies se esculpieron en Tebas, junto al Nilo, durante el reinado de Amenhotep III (decimoctava dinastía, 1411-1375 a. de C). Las estatuas de Sekhmet estaban hechas de basalto oscuro o de granito negro, los minerales ígneos (magma volcánico solidificado) más apropiados para una diosa feroz o exaltada. Según la mitología, Sekhmet no iniciaba ni provocaba los conflictos, pero cuando el orden divino quedaba amenazado y los dioses le pedían ayuda, la diosa reaccionaba con el instinto salvaje y directo de una leona protectora.
La mayor parte de las estatuas que se conservan de Sekhmet se encuentran en museos. No obstante, hay una que vi en el antiguo enclave de los templos de Karnak, en el interior de un edificio de aspecto insignificante que no suelen visitar las hordas de turistas que a diario acuden al lugar. Al penetrar en la pequeña cámara que presidía la diosa, me quedé contemplando su estatua sedente y sentí como si estuviera en presencia de un personaje poderoso y protector. Ese viaje lo realicé con un grupo de mujeres, y todas nosotras notamos como si hubiéramos entrado en un santuario.
Esta representación de Sekhmet era una figura muy alta de un suave basalto oscuro, situada sobre un pedestal que reposaba en el suelo. Las más altas del grupo apenas le llegaban al hombro. La cara de leona no sólo inspiraba paz, sino que resultaba afable. Llevaba la cabeza cubierta con los emblemas del poder, y entre ellos había un disco solar enorme con una cobra erecta (uraeus). En cuanto al cuerpo, tenía forma humana y era delgado, con unos pechos pequeños. Con la mano derecha asía a un lado un ankh, el símbolo de la vida eterna, y con la izquierda, que extendía hacia delante, sostenía el extremo de un largo papiro, la planta heráldica del norte de Egipto. La pequeña estancia que habitaba la diosa no poseía ninguna clase de adornos. La única fuente de luz era la solar, cuyos rayos se colaban por una pequeña apertura del techo e iluminaban la estancia en penumbra.
Cuando entramos en la cámara, la posición del sol hacía que un rayo intenso de luz solar se proyectara en la frente de Sekhmet. Primero le iluminó el rostro, pero a medida que el astro iba moviéndose, el rayo de luz empezó a recorrerle todo el cuerpo. Una de las mujeres que viajaba con el grupo, y que de pequeña había aprendido a cuidarse sola al no tener a nadie que la protegiera de la violencia reinante en su familia de alcohólicos, se sentó instintivamente a los pies de la diosa y se apoyó contra su cuerpo. El rayo de luz le bailaba en los cabellos, y parecía una niña, quieta, que formara parte de la composición. Nuestra compañera permaneció junto a Sekhmet durante un rato, y luego nos explicó que se había sentido joven y segura, y que no deseaba marcharse.
Ésa fue la primera vez que vi a Sekhmet. Era una figura femenina fuerte y serena, una protectora maternal en cuya presencia los jóvenes se encontraban a salvo. Sin embargo, la cabeza de león también me recordaba su ferocidad, el atributo por el cual se la conoce principalmente. Como diosa integrante del orden divino, se recurría a Sekhmet para que devolviera el equilibrio al mundo, para superar las fuerzas malignas y destructoras que amenazaban el orden cuando ninguna otra divinidad podía hacerles frente, incluyendo los dioses masculinos más poderosos. En el mito más famoso de Sekhmet, "La destrucción de la humanidad", se narra que en una ocasión hubo que invocar su ferocidad, y cuando la cólera de la diosa arremetió contra los malhechores, la agresividad la embriagó. Con su fuerza desatada y gobernada por la locura, nadie podía controlar o limitar a la diosa. Al final, no obstante, consiguieron engañarla para que bebiera una poción alucinógena que le devolvió la cordura. La historia que acabo de contar se encuentra reflejada en la mayoría de relatos de Sekhmet, entre los cuales destacaría la versión de Robert Master por ser la más esclarecedora.
El mito de Sekhmet y la destrucción de la humanidad
Los dioses habían conferido poderes a los hombres para que pudieran prosperar en la tierra y devenir fuertes, pero en lugar de mostrar gratitud ante estos dones y reverenciar a los dioses, la humanidad confabuló para echarlos. Cometió blasfemia contra Ra, el sol, una de las distintas divinidades antiguas presentes en las aguas primigenias antes de que existiera la vida. Ciertos sacerdotes y magos malvados conspiraron y recurrieron a los mismos poderes que los dioses les habían otorgado para aniquilarlos. Sin embargo, Ra se enteró de sus planes y convocó a todos los dioses para decidir cuáles serían las medidas a tomar.
Tras deliberar, los dioses decidieron que Sekhmet, "la fuerza contra la cual ninguna otra fuerza resiste", se manifestaría en la tierra para poner fin a la rebelión. Le encargaron, por consiguiente, que castigara a los que albergaban pensamientos innobles y hacían viles maquinaciones. La diosa se mezcló entre los malhechores y los destruyó. Con la ferocidad de una leona en pleno ataque, descuartizó a los humanos, desgarrándoles el cuerpo para luego beberse su sangre. La carnicería no tenía fin. Iba alimentando su rabia y embriagándose con la sangre humana. Entonces los dioses se dieron cuenta de que debían detenerla antes de que destruyera toda la humanidad, pero nadie tenía poder suficiente para controlarla.
Ra conservaba unas plantas que le habían regalado y de las cuales podía extraerse una poderosa droga alucinógena, y decidió enviarlas al dios Setki, quien las añadió a una mezcla de cerveza y ocre rojo. Setki rellenó siete mil jarras enormes con la mezcla y, cuando estuvo en el lugar por el que iba a pasar la diosa, vertió el contenido, hasta inundar la tierra y anegar los campos con una sustancia parecida a la sangre. Cuando Sekhmet llegó sedienta, creyó que el líquido era sangre y se lo bebió todo. La pócima calmó su mente, y la diosa ya nunca más se sintió inclinada a destruir la humanidad.
Finalmente, Sekhmet se reunió de nuevo con los dioses y Ra le dio la bienvenida, dirigiéndose a ella como "la que viene en son de paz".
Al margen de su naturaleza colérica, Sekhmet se asociaba a la curación por poseer el poder de contrarrestar las enfermedades. Sus sacerdotes desempeñaban un papel importante en la medicina. Recitaban plegarias a Sekhmet como parte fundamental de cualquier tratamiento médico, mientras que los médicos propiamente dichos se encargaban de todo lo que correspondía al terreno físico. La diosa era amiga íntima de la muerte, y su presencia se invocaba en aquellas situaciones de tránsito entre la vida y la muerte, y también en el campo de batalla, donde, como diosa guerrera, inclinaba la balanza entre la vida y la muerte.
Sekhmet poseía una faceta caritativa y otra agresiva. Era diosa de la curación y también de las pestilencias. Mantenía el orden y era la diosa de la guerra. No obstante, lo que la identifica por encima de cualquier otra característica es su aspecto terrible. Cuando asume este papel, encarna la faceta destructiva de la Gran Diosa en su triple función de creadora, conservadora y destructora. A pesar de no haber sobrevivido ninguna imagen o ningún recuerdo de una Gran Diosa o de una diosa con poder de destrucción en la mitología occidental posterior a los griegos, ciertos rasgos de su personificación subsistieron tímidamente en las tres moiras de la mitología griega clásica, a las cuales se las representaba, por lo general, como unas ancianas que tenían las vidas humanas en sus manos; una de ellas hilaba y generaba el hilo que representa la vida, la segunda sostenía ese hilo en sus manos y la tercera, la destructora, lo cortaba. Las nornes escandinavas y las tres hermanas hechiceras (que toman el nombre de la palabra sajona wyrd) eran unos personajes femeninos misteriosos y míticos muy parecidos, cuyos poderes sobre la vida y la muerte eran muy temidos. Es curioso el hecho de que a pesar de ser figuras menores en sus mitologías patriarcales respectivas, sin embargo siguieron calando en la imaginación de los hombres.
La Gran Diosa era la encarnación de la tierra y sus ciclos en lugar de representar a la luna con sus fases: era la creadora que genera una nueva vida, la que conserva la vida y la destructora. A las mujeres les resulta conocido el lado destructivo y oscuro de la diosa, sobre todo cuando envejecen. En su papel tradicional de cuidadoras toman plena conciencia de los estragos que ocasionan la edad y la enfermedad, y del deterioro de la personalidad, el espíritu y la mente, así como también del cuerpo. Con la edad es más probable que presenciemos estas cosas. La vida, por otro lado, también nos expone a los aspectos más sombríos de la naturaleza humana, a los elementos oscuros y destructivos que hay en los demás y en nosotras mismas. Vivimos bastantes años como para ver el daño que la negligencia y el abuso infligen a las generaciones siguientes, y ser conscientes de que se podía haber evitado muchísimo sufrimiento. Esta perspectiva más amplia es la que puede evocar a Sekhmet como aquella protectora de valores y personas fiera e iracunda que está decidida a cambiar las cosas para mejorarlas.
Ahora bien, si se da el caso de que a una mujer la domina Sekhmet en su vertiente colérica, y no logra encontrar un equilibrio por medio de la sabiduría o la compasión, esa persona se convierte en una mujer poseída, que quizá precise de una pócima para curarse (muchos de los medicamentos que recetan los psiquiatras tienen el mismo efecto que el brebaje que Ra mandó elaborar para Sekhmet). Estos fármacos poderosos pueden utilizarse como una camisa de fuerza química que silencie este arquetipo y vuelva dócil a la mujer; pero también pueden ayudarla a mantener el control y a convertirla en una persona con capacidad para enfadarse y decidir lo que va a hacer. Hay mujeres que creen que se están volviendo locas cuando (al final) en lugar de deprimirse terminan por enfadarse, lo cual es contrario al modelo que habían seguido en el pasado.
Por lo general, no obstante, lo único que necesitan para darse cuenta de que están en su sano juicio son amigas que las escuchen y compartan su mismo grito: "¡Ya está bien!".
Cuanto más patriarcal o fundamentalista en el ámbito de la religión se muestra una familia, más probable será que se humille a las mujeres y las niñas que expresan su rabia y determinación y se castigue su conducta. En esas circunstancias adaptarse significa volverse ciega, sorda y muda, prescindir de lo que percibimos y sentimos, y no decir nada que nos haga entrar en conflicto con la autoridad. No obstante, cada vez hay más fisuras en todas las instituciones autoritarias, y mantener a las mujeres con la boca cerrada ya no es tan fácil. Sekhmet puede aparecer en la psique de una mujer de edad madura como esa fuerza capaz de generar el cambio.
Kali, la diosa hindú
Se dice que el mito de la diosa hindú Kali es parecido al de Sekhmet. Los fieles de Kali abarrotan los templos de India en la actualidad, reverenciando a su diosa por ser Kali-Ma o Ma-Kali, la Madre Divina, que también es una protectora feroz. Su aspecto es mucho más extraño que el de Sekhmet, y para la mentalidad occidental, resulta extraordinaria y terrorífica. Kali tiene la piel negra y unos dientes o colmillos blancos, le cuelga la lengua y la sangre asoma por su boca. Tiene tres ojos, uno de los cuales se halla situado en el entrecejo, y cuatro brazos. Por lo general, lleva un cuchillo en una de las dos manos izquierdas, y la cabeza cortada y sanguinolenta de un gigante en la otra. Las dos manos derechas están abiertas: con una de ellas aleja el miedo y con la otra bendice a sus fieles. Sus espantosos adornos son su única vestimenta, y baila sobre el blanco cuerpo del dios Shiva. No obstante, mientras a Sekhmet se la representa con su aspecto pacífico, las estatuas de Kali ponen de relieve su naturaleza iracunda y recuerdan a los fieles que la diosa, que fue creada para vencer a los demonios, se embriagó luego con su sangre.
El panteón hindú de las divinidades y sus mitologías es complejo, y al igual que sucede en la mayoría de las mitologías más prolíficas y dotadas de tradición oral, en la historia de Kali y los demonios se advierten múltiples variaciones y un gran interés por el detalle. A continuación relataré sucintamente la historia, aportando algunos datos que he extraído de Kali, de Elizabeth U. Harding.
El mito de Kali y los demonios
Los dioses estaban agotados y casi vencidos a causa de las luchas que mantenían con el demonio búfalo Mahishasura, el pérfido rey de los demonios, y sus legiones. Si Mahishasura ganaba, destruiría a los dioses y reinaría el caos. Los demonios iban ganando porque Mahishasura tenía ventaja: era invencible, salvo frente a una mujer. Los dioses, por consiguiente, crearon a Durga con el propósito expreso de que venciera a Mahishasura. La diosa era una preciosa mujer dorada que llevaba unos adornos en forma de luna en cuarto creciente. Tenía diez brazos y cabalgaba montada en un león. Su génesis se sitúa en las llamas que salían de la boca de los dioses Brahma, Vishnu y Shiva. En cada una de sus diez manos llevaba armas y emblemas, que representaban los símbolos del poder que le habían otorgado los diversos dioses.
Durga venció a Mahishasura, pero ni siquiera la diosa fue lo bastante poderosa para derrotar a los tres demonios restantes: Sumbha, Nisumbha y Raktavira. Con la ayuda del león y gracias a un sonido imperceptible (un murmullo que salía de sus labios), la diosa destruyó los ejércitos de los demonios, pero cuando vio que eso no era suficiente, montó en cólera, y de su ceño fruncido surgió la temible diosa Kali. Kali cabalgó sobre su magnífico león y, armada con la espada y el sonido del murmullo, venció a Sumbha, a Nisumbha y a sus ejércitos respectivos. El tercer demonio, sin embargo, Raktavira, parecía invencible. Con cada gota de sangre que escapaba de su cuerpo y se vertía sobre la tierra aparecían innumerables demonios como él. Kali decidió derrotar a este demonio de la única manera posible: lo sostuvo en el aire, herido de muerte con su espada, y bebió toda la sangre que se derramaba, para que ni una sola gota llegara al suelo.
Al terminar, Kali recorrió el campo de batalla con la espada en alto, decapitando y fustigando a los demonios, matando elefantes y caballos, ebria de la sangre de sus enemigos. Sólo podía detenerla el dios Shiva, el cual recurrió a un procedimiento poco habitual. Shiva se tiznó el hermoso cuerpo desnudo de cenizas y se echó al suelo junto a los cadáveres, donde permaneció inmóvil. Kali iba dando tumbos, ebria, entre los cuerpos muertos hasta que se encontró encima de un cuerpo masculino, perfecto y blanco. Aterrorizada, bajó la mirada y contempló los ojos de su esposo Shiva. Cuando se dio cuenta de que estaba tocando su cuerpo divino con los pies, recuperó la cordura.
Según la interpretación de Harding, la apariencia espantosa y desconcertante de Kali y su posterior destrucción de los demonios deben contemplarse como una alegoría. La leyenda representa la guerra que mantienen en nuestro interior nuestras naturalezas divina y demoníaca. El aspecto de Kali y sus adornos repulsivos pueden interpretarse como simbólicos en un plano intelectual, pero de todos modos hacen que nos resulte muy difícil identificarnos con ella.
Sin embargo, las mujeres que hayan sentido la ferocidad primitiva de este arquetipo encontrarán que el aspecto inhumano y terrible de Kali es muy adecuado. El hecho de que Kali recuperara el sentido cuando reconoció a su esposo Shiva también suena verídico. Cuando a una mujer la "posee" o la domina Kali, cae, en términos jungianos, en el complejo de Kali; y va a necesitar entonces a alguien que le importe profundamente para volver en sí, para ayudarla a que recuerde que ella es algo más que pura rabia colérica, y que hay otras vías al margen de la ira furibunda, por muy justificada que esté.
Según otra versión que nos cuenta China Galland en The Bond Between Women, Kali, como emanación de la Gran Diosa Durga en sus batallas contra los demonios, salva al mundo de la destrucción. Al no necesitar luego su presencia, Durga vuelve a absorberla dentro de sí y se marcha del mundo haciendo una promesa:«No os preocupéis. Si el mundo vuelve a correr peligro, regresaré». Cuando una mujer posee una guerrera feroz en su interior con la que puede contar para ir al campo de batalla, sobre  todo cuando siente que ha llegado el momento de gritar «¡Ya está bien!», y a la que puede licenciar más tarde, se comporta como Durga en este sentido.
A pesar de que somos proclives a considerar espantosa a Kali, los fieles que apelan a su bondad y benevolencia no le temen. Para ellos la diosa es Kali-Ma, una figura maternal y violenta. Cubren sus estatuas de basalto con guirnaldas de flores y atan cintas de oraciones a los árboles que rodean los templos. Interpretan que es una poderosa devi femenina o diosa que conoce los horrores del mundo y es capaz de mostrarse feroz en su nombre y atender sus oraciones.
El arquetipo de Kali y Sekhmet
Si la diosa Kali fuera una persona, hablaríamos de ella como alguien que "ya ha pasado por todo eso". Lo que queremos decir es que a raíz de todo lo que ha vivido, no hay nada tan terrible o espantoso que podamos contarle y que ella no sea capaz de comprender. Kali es un arquetipo que cuando se evoca y se siente, aunque no sea en su faceta desatada que expresa rabia, conduce a la mujer al lado oscuro de sí misma y le hace comprender mejor ese aspecto en los demás. El encuentro íntimo con Kali es conmocionante, sobre todo para una mujer que ha mantenido siempre a raya sus sentimientos negativos y se ha considerado una buena persona, un ser más evolucionado y superior a la imagen que ofrece Kali. Sin embargo, descubrir que somos capaces de manifestar una rabia y unas fantasías dignas de Kali es algo que nos dice mucho de nosotras mismas; no sólo descubrimos una faceta propia que antes ignorábamos, sino que eso nos hace comprender mejor a los que actúan guiándose por la rabia. En cualquier momento se puede evocar a Kali en la vida de una mujer, aunque uno de los factores desencadenantes más comunes y devastadores suele darse cuando una mujer inicia la tercera etapa de su vida y su esposo la abandona por otra más joven.
Cuando te las ves con el arquetipo de Sekhmet o Kali, hay que realizar un trabajo espiritual y psicológico para conciliar dos elementos tan opuestos como la cólera y la sabiduría. Si nos rechazan o nos humillan, o bien nos maltratan y nos atacan físicamente o verbalmente, el primer impulso es el de devolver la afrenta. La sabiduría suaviza la ira y pone bridas a la leona salvaje o a Kali sedienta de sangre. La sabiduría se percata de que el ojo por ojo y el diente por diente es una invitación a la escalada de violencia; pero es que en el terreno anímico todavía es peor, sobre todo cuando "pagas con la misma moneda" a los que te han infligido algún mal y corres el riesgo de volverte como ellos. Entonces puedes convertirte en una persona gruñona, hostil y obsesiva que sucumbe a la rabia hasta devenir una "posesa" como Sekhmet y Kali. El reto más inmediato, por consiguiente, es controlar esa ira y destilarla en actos premeditados.
El resultado es muy diferente al que se crea cuando reprimimos la rabia o la dirigimos contra nosotras mismas, porque eso genera depresión. Ahora bien, no estoy diciendo tampoco que debamos tragarnos la rabia e incluso olvidar los motivos que la provocaron, porque eso sería una negación que nos conduciría a la codependencia. Es obvio, por lo tanto, que la depresión, la codependencia y la victimización no son atributos de Sekhmet o Kali, sino la otra cara de la moneda del arquetipo. La ferocidad de Sekhmet o Kali precisa ser gobernada, pero no debe suprimirse ni desatarse en una cólera ciega. En ese momento es cuando Kali insiste en resolver un problema determinado, o bien en enfrentarse a él, Sekhmet sigue presente sin que podamos eludirla y nosotras adquirimos una fuerza que inspira respeto. Un ejemplo de ello sería esa madre que no acepta un no por respuesta cuando el sistema escolar ignora las necesidades de su hijo o su hija y persevera hasta cambiar la situación. La asociación MCEC (Madres Contra la Embriaguez en la Carretera) sería otro. A medida que envejecemos durante la tercera etapa de la vida, las preocupaciones de las mujeres a menudo trascienden el círculo de su familia inmediata y se trasladan a una comunidad mayor, donde hay muchos más motivos por los cuales enfurecerse. Si se tropiezan con los males de la incompetencia, la negligencia o el abuso de autoridad, pueden convertirse en la diosa Kali, blandir un cuchillo en la mano y, si hay suerte, la cabeza del malhechor o criminal en la otra.
La leona podría ser el animal totémico para la "paciente excepcional" que describe el doctor Bernie Siegel. Es la paciente a quien se le detecta un cáncer y se convierte en abogada defensora de su propio caso. Su médico suele describirla como a una paciente "difícil", porque no se limita a hacer lo que le dicen. Es una mujer informada, plantea preguntas peliagudas y desea saber por qué se le indican una cierta clase de pruebas en lugar de otras. Busca siempre segundas opiniones y cambia de médico cuando siente que eso puede redundar en su beneficio. Investiga las distintas alternativas que tiene a su disposición y toma decisiones importantes por sí misma. Se compromete a hacer todo lo posible para sanar; y eso precisamente, según advierte Siegel, es lo que dinamiza la posibilidad de vencer las situaciones más adversas, de que la enfermedad remita o incluso de curarse.
Pudimos contemplar a Sekhmet en escena y entre el público el Día de la Madre de 2000, fecha en que la Marcha del Millón de Madres llegó a Washington D. Esas 750.000 personas protestaban contra la fácil adquisición de armas, la tasa espeluznante de muertes, el enorme sufrimiento que eso conlleva y también contra el poder que posee la Asociación Nacional del Rifle para influir en el Congreso y obstruir el curso de la legislación. Antonia Novello, médica y ex miembro de la Dirección General de Salud Pública de Estados Unidos, terminó su discurso con las palabras: «¡Estamos cansadas de tener que asumirlo todo!». Carol Price, por su parte, lanzaba el grito unificador de "¡Basta ya!". Su hijo de trece años había sido asesinado por un vecino de nueve. Sin embargo, quien expresó con mayor vehemencia la cólera de Sekhmet fue la actriz Susan Sarandon cuando, al acabar su parlamento, gritó: «¡Se nos están meando encima!»; y el público estalló espontáneamente con sus mismos gritos: «¡Se nos están meando encima!», «¡Se nos están meando encima!», «¡Se nos están meando encima!», en un rápido crescendo de ira y fuerza.
Ereshkigal, la diosa sumeria
En Close to the Bone, libro que trata sobre las enfermedades graves, describí el descenso de la diosa sumeria Inanna a través de las distintas puertas que nos separan del mundo subterráneo como una analogía de la experiencia que viven los pacientes a los que se les despoja de su imagen y de sus defensas psicológicas. Creo que una enfermedad que ponga en peligro la vida es un descenso del alma al mundo de las sombras, un viaje al reino del Hades y de Plutón (el dios romano del mundo subterráneo, cuyo nombre significa "las riquezas del mundo de las sombras"), que es el inconsciente personal y colectivo. A medida que vamos descendiendo, nos salen al paso nuestros miedos más terribles, y puede que también descubramos facetas de nosotras mismas que abandonamos y arquetipos poderosos de los que nos separamos en el pasado. Según el mito, la humilde Inanna, reina del cielo y de la tierra, se encontró cara a cara con la colérica Ereshkigal, cuyo arquetipo es parecido al de Sekhmet y Kali.
Desnuda y sin dejar de hacer reverencias, Inanna traspasó la séptima y última de las puertas y se encontró con Ereshkigal, diosa del Gran Reino Inferior, la diosa oscura de la muerte. Ereshkigal mató a Inanna con su mirada funesta y la colgó de un gancho para que se pudriera. Al cabo de tres días, y viendo que Inanna no regresaba, su amiga fiel Ninshibur fue a buscar ayuda y, al final, consiguió devolverla a la vida. Sin embargo, esa diosa había cambiado y había adquirido atributos de Ereshkigal: los demonios ahora se aferraban a sus faldas, dispuestos a llevarse a quien ella designara. Al regresar al mundo superior, Inanna supo distinguir entre los que la habían llorado y los que no, y decidió quién se quedaría con ella en ese mundo superior y a quién se lo llevarían los demonios, condenado a vivir en el mundo inferior. En ese momento vio a Ninshibur, sin .cuya ayuda jamás habría regresado, y cuando los demonios le preguntaron si debían llevársela, Inanna les contestó: « ¡Jamás!». Luego vio a sus hijos, vestidos de luto y acongojados por su pérdida, y no permitió que los demonios se los llevaran. Al final, entró en la sala del trono de su ciudad y vio a su marido Dumazi vestido con ricas sedas y repantigado en el trono, sin mostrar la más mínima condolencia. Inanna lo señaló con el dedo de la cólera y dijo a los demonios: «¡A ése sí podéis llevároslo!».
Cuando Inanna regresó del mundo subterráneo, su encuentro con Ereshkigal la había cambiado igual que cambian esas mujeres que deben enfrentarse a la posibilidad, o a la certeza, de la muerte. Muchas de estas mujeres me han confesado que el cáncer las curó de su codependencia. El cáncer fue una crisis que las obligó a mirar con lupa a los amigos indiferentes, las relaciones narcisistas y la falta de alegría que presidía sus vidas, y a actuar con rabia y clarividencia. Al igual que le había sucedido a Inanna, se dieron cuenta de que había que conservar y cultivar a unos y sacrificar a otros.
Se estipuló que la fecha de publicación de Close to the Bone sería el 2 de octubre de 1996. Me encantó que al anunciarlo durante una conferencia, una mujer que había nacido un 2 de octubre dijera que es el Día del Ángel de la Guarda según el calendario católicorromano. Era una sincronía que ese libro que yo había escrito para ayudar a la gente naciera ese mismo día. Además, yo había incluido un capítulo sobre la plegaria en el que decía que me gusta pensar que cuando rezamos, enviamos ángeles de la guarda junto a las personas a las que dedicamos nuestras oraciones. A raíz de todas estas coincidencias, los lectores supieron que el 2 de octubre de 1996 iba a publicarse el libro, y por esa misma razón recibí una carta de Caryl Campbell, una lectora para la cual existía un nexo entre esta fecha, su menopausia y su cáncer. Me escribió lo que sigue a continuación:
En primer lugar, mi cumpleaños es el 2 de octubre. En segundo lugar, en 1996 lo celebré como si fuera el punto de inicio de un nuevo yo transformado, tras haber concluido con éxito "mi viaje de ida y vuelta al templo de Kali". Por aquel entonces acababa de terminar las sesiones de radioterapia que me habían indicado para tratar un cáncer de pecho.
He creído que podría interesarle la metáfora que he ideado para hablar de mi experiencia. En su libro describe usted muy bien la sensación de incredulidad que siente la gente sana, que está en forma y es fuerte, cuando descubre que en realidad es muy vulnerable. Yo lo describo en términos mitológicos y digo que esas personas se han encontrado con Kali. Octubre, por otro lado, fue el mes en que me vino la menopausia, y, por lo tanto, yo ya estaba experimentando una especie de transformación cuando el sobresalto que supuso enterarme de que podría morir antes de lo que tenía planeado me exigió recurrir a una metáfora sin dilación. Elegí la de Kali porque la había utilizado en otras obras de arte anteriores, y me gustaba la imagen de una diosa sangrienta y dramática. Yo sentía la necesidad de hallar un modo más poderoso de expresar la línea peligrosa por la que me movía. Era una situación de vida o muerte, y era preciso encontrar una metáfora que expresara la vida y la muerte de manera genuina...
Me enteré de que los iniciados al culto de Kali deben penetrar en su temible mundo de las sombras para contemplar el rostro de la muerte y después poder marcharse renovados. El centro de radiología del hospital estaba en los sótanos, en un submundo situado en los confines de una maraña de pasillos... Los pacientes del centro sanitario me parecieron terroríficos, sin pelo, con miembros amputados, o incluso con la apariencia de estar a punto de morir; eran esa clase de personas que me daban pavor, y yo no quería admitir que formaba parte de ellas. Me hallaba en el templo de Kali; y decidí que debía entrar, enfrentarme a esos enfermos como si yo fuera un paciente más, aceptar los fotones curativos de Apolo y caminar como caminan los iniciados hacia el Clan del Cáncer, como una iniciada a quien habían logrado curar...
Como describe la narradora, el descenso al reino oscuro del diagnóstico y el tratamiento puede ser transformador en los aspectos psicológico y espiritual. Te enfrentas a la diosa oscura de la muerte y la cólera, de la transformación y la curación, y si regresas al mundo superior de la vida corriente, vuelves distinta. Una vez que te encuentres con el arquetipo, que puede carecer de nombre o llamarse Sekhmet, Kali o Ereshkigal, ya nunca volverás a ser la misma persona.

La Madre Cuervo o Morrigan
La Madre Cuervo, mezclada entre diversas muñecas kachina, estaba en una estantería de una tienda de la reserva hopi. Tan sólo verla, reconocí que era otra manifestación del arquetipo de la ira transformadora. Las muñecas kachina son representaciones del katsina, o katsinam en plural, seres espirituales que viven entre los hopi durante seis meses al año. La muñeca llevaba un casco turquesa con grandes alas negras de cuervo a cada lado. La parte anterior del casco era un triángulo negro invertido, reseguido con trazos blancos y pintado con unas rayas rojas y negras por fuera.
El triángulo invertido es el símbolo universalmente reconocido del triángulo púbico de la mujer, forma que se asocia a la fertilidad de la diosa. Fueron las alas de cuervo las que me dieron pie a pensar que podría tratarse de la imagen de una anciana. En la antigua Irlanda la diosa tripartita era Ana la doncella, Babd la madre y Macha o Morrigan la anciana, que aparecía en los campos de batalla como el cuervo. Volví a recordar, mientras rememoraba que el cuervo simbolizaba el aspecto destructivo y temible de la diosa tripartita, que los nombres que en el pasado fueron temidos o reverenciados, o los símbolos que se utilizaban para designar a la anciana o la diosa anciana, son todos ellos etiquetas despectivas. Si llamamos a una mujer "viejo cuervo", es como si la estuviéramos llamando "bruja", que antiguamente significaba "mujer sagrada".
Para aclarar mis dudas, le pedí a Alph Secakuku, uno de los ancianos del Clan de las Serpientes de la Segunda Mesa hopi y experto en muñecas kachina, que me contara más cosas de la Madre Cuervo. Secakuku especificó que la kachina llevaba un manojo de látigos de yuca verde, y que se la conocía con otro nombre cuando desempeñaba este papel especialmente ritual: la Madre de los Fustigadores. En febrero, cuando se invoca a los seres espirituales katsinam para que se aparezcan entre los hopi, los fustigadores (que son unos kachinas terribles) se manifiestan en el pueblo para evaluar si sus habitantes han seguido las normas pertinentes de moralidad y conducta, y para impartir los consiguientes castigos y bendiciones. Es entonces cuando la Madre de los Fustigadores y los fustigadores también desempeñan un papel fundamental en la iniciación de los niños y las niñas en las creencias y la cultura hopis. La ceremonia de iniciación se celebra en la kiva, una cámara redonda situada bajo tierra que es el centro de la vida religiosa de los pueblos hopis.
La Madre Cuervo, con la ayuda de los látigos de yuca verde y los fustigadores, expulsa las impurezas o los demonios. Se muestra agresiva e iracunda. Yo me la imagino como si fuera dando latigazos a la gente para que adopten un tono moral y espiritual determinados.
La Madre de los Fustigadores sabe que el "ir de buena" no sirve de nada. Es el arquetipo que predomina en las mujeres que organizan el barrio para echar a los traficantes de droga de las calles. Es la que organiza a los obreros y denuncia las condiciones laborales precarias. Esa mujer, inspirada por el arquetipo, trabaja para acabar con la mutilación genital, la prostitución infantil y los ataques incendiarios a las novias que poseen dotes miserables. La Madre Cuervo es la anciana formidable que en todos los senderos de la vida dice: «¡Ya está bien!», y capitanea una tropa de "fustigadores" por las calles o en las cabinas de votación, en los juzgados o en las salas de juntas. Tanto en el papel de Madre de los Fustigadores, en el de Sekhmet y Kali, o tras haber aprendido la lección de Ereshkigal, cuando una mujer decide entonar el grito de «¡Ya está bien!» descubre la fuerza interior y la responsabilidad que conlleva esa decisión. De jóvenes, esas mismas mujeres por lo general aceptaban que los hombres se encargasen de resolver los problemas. A partir de los cincuenta, las mujeres, individual y colectivamente, empiezan a darse cuenta de que los cambios hay que provocarlos, y que son ellas las que deben encargarse de hacerlo.
Mujeres con el corazón de león
Las energías arquetípicas de Kali y Sekhmet pueden expresarse como "la fiera compasión de lo femenino" que China Galland6 descubrió en las mujeres víctimas de los peores males de la actualidad; y su característica más relevante, a mi entender, es la de tener un "corazón de león". La furia de una leona es la reacción de una madre protectora o desconsolada ante la pérdida de un ser querido. Kali cabalga en un león para vencer a los demonios, mientras que Sekhmet es mitad leona, mitad mujer. Su furia contra la maldad que amenaza con dominar y destruir todo aquello que consideran sagrado les sale del corazón. Actuar como una mujer enfurecida en protesta contra una autoridad incontestable requiere coraje (palabra que deriva de coeur, corazón). En Argentina, por ejemplo, las Madres de la Plaza de Mayo, que se manifiestan cada semana desde 1977 a pesar del acoso al que se han visto sometidas y del peligro real que corren, son mujeres con un corazón de león. Tomadas individualmente y colectivamente, demuestran una determinación feroz por conocer el destino de esos seres queridos que desaparecieron cuando la dictadura militar imperaba en Argentina. Todas ellas perdieron al menos un hijo o un miembro de su familia directa. Esas madres se reúnen una vez al año bajo el amparo de las Abuelas de los Desaparecidos y de miembros de otras organizaciones de derechos humanos, y se han convertido en la conciencia de Argentina. Galland descubrió que ese mismo valor se encuentra en las mujeres que aúnan esfuerzos para terminar con el tráfico internacional de prostitución infantil.
Corazón de león y mujer sabia
Las reacciones emocionales que nacen en el mismo seno del alma y la capacidad de ser empáticas son cualidades que poseen las mujeres que sostienen y cuidan de su familia y sus amistades, y esas mismas cualidades también las impulsan a tomar medidas en nombre de las niñas a las cuales mutilan los genitales, venden como prostitutas, someten al incesto, desatienden o maltratan. A pesar de que las niñas no son exclusivamente vulnerables a estos males, son sus víctimas más directas (las familias y las culturas que llevan permitiéndolo durante generaciones han resultado muy dañadas indirectamente). Salvo en aquellos casos en que las mujeres se vuelven insensibles o se refugian en su mente para negar esta clase de sentimientos, es, por desgracia, muy fácil imaginar mentalmente y visceralmente el maltrato que puede infligirse a una persona en el aspecto físico y anímico, y su sensación de desamparo y vulnerabilidad. Las malas experiencias, o las experiencias traumáticas, pueden servimos a tal efecto: si de pequeñas nos perdimos, o nos sentimos atemorizadas y confundidas cuando un hombre nos enseñó sus genitales, o bien nos violaron o nos maltrataron físicamente, nos va a resultar muy fácil imaginarlo. Sin embargo, sin el arquetipo de Sekhmet y Kali, la brutalidad y la vulnerabilidad nos sumen en un estado de idiocia que nos impele a mostrarnos pasivas y dóciles. Para poder actuar y superar estos males, las mujeres necesitan tener un corazón de león y ser empáticas y valerosas, fieras y circunspectas. Una diosa de la oscuridad es capaz de hacerlo sola, pero el resto de las mujeres necesitamos el apoyo de las demás; como en el caso de las Madres de Mayo y las Abuelas de los Desaparecidos, la multitud podrá ofrecernos su protección; sin embargo, siempre que las mujeres protesten o emprendan acciones y se vean enfrentadas a la oposición y la resistencia, el actuar juntas es lo que les posibilitará no desanimarse y persistir en su empeño.
En la historia de la civilización occidental, y a partir de los griegos, las leyes y las instituciones patriarcales han potenciado sistemáticamente la vulnerabilidad de las mujeres para convertirlas en propiedad de los hombres. Es la situación que se vivía en Estados Unidos hasta finales del siglo XIX. Se comprenderá entonces que dado que en el ámbito de la psique lo que eliminamos no aflora en el consciente, y se convierte en objeto de nuestros miedos, la conquista de la igualdad para las mujeres sólo haya triunfado después de vencer fuertes impedimentos emocionales y una gran reticencia basada en el miedo. La presencia de Sekhmet y Kali en los estratos arquetípicos del inconsciente colectivo nos proporciona la clave para entender por qué los hombres temen la furia de una mujer que ha decidido tomar represalias. Las mujeres, por su parte, también temen enfadarse: sienten como un miedo impuesto culturalmente (porque si una mujer se enfadaba, se la castigaba y todos la rehuían) y un vago temor, más intenso, al arquetipo. En la actualidad, de todos modos, este miedo ya no es tan acuciante.
Las diosas que entonan el grito de "¡Ya está bien!" tienen nombres extraños y rostros inhumanos, pero su energía y su rabia ya no nos resultan ajenas. Gracias a la sabiduría y la madurez, cualidades que se afianzan en la compañía de otras personas que posean estas virtudes, la cólera de Sekhmet y Kali se canaliza en acciones eficaces. Cuando una mujer es capaz de hacer eso, se convierte en una mujer sabia con un corazón de león, cuya rabia es la antesala de la transformación de las instituciones y la cultura.
Jean Shinoda Bolen