miércoles, 20 de octubre de 2010

Las diosas de la mujer madura (2)

Hécate




Jean Shinoda Bolen

Parte I:


SU NOMBRE ES SABIDURÍA



 ¿Qué significa ser mayor en esta cultura? ¿Cuáles son mis nuevas responsabilidades? ¿Qué hay que dejar atrás para dar paso a las transformaciones de energía, listas ya para ser vertidas dentro de nuestro cuerpo y nuestra alma?
Marion Woodman

 

La sabiduría es una mujer, una anciana, una diosa y un arquetipo femenino. En la mitología griega es una Metis apenas personificada a quien Zeus se traga. En la Biblia, una Sofía oculta, la diosa que se convirtió en un concepto abstracto y carente de género. La sabiduría puede hallarse en el crepúsculo, donde los tres caminos se encuentran y resumen en Hécate, o en el fuego del hogar que representa Hestia. Puede ser la invisible Shekinah que entra en el hogar judío para presidir la comida que inicia el Sabbath. En otro tiempo Shekinah fue la diosa celta Cerridwen. También es Saraswati, la diosa hindú de la sabiduría, y Erda en El anillo del Nibelungo, de Richard Wagner. En las mitologías del mundo y en el inconsciente colectivo, cuyo reflejo mutuo recuerda al de un espejo, la sabiduría es femenina. La sabiduría suele ser el atributo de una diosa que a menudo no vemos ni personificamos, y el atributo de una mujer en la cual la sabiduría ha pasado a integrar la faceta consciente de su psique.
El arquetipo de la mujer sabia o la anciana sabia es una descripción genérica del desarrollo interno de las cualidades del alma comúnmente asociado a la tercera etapa de la vida de una mujer. Al ser un arquetipo humano, no se encuentra exclusivamente en la psique de las mujeres, aunque se reprime su desarrollo en los hombres y, en general, en el patriarcado. Por otro lado, este arquetipo no se manifiesta sólo en los adultos. En el ejercicio de mi profesión a menudo oigo que los niños que fueron maltratados o sufrieron abusos encontraron sabiduría y consuelo en sus recursos interiores. Como consecuencia, no se identificaron con sus opresores y, al crecer, no se convirtieron en adultos similares a los que les infligieron los maltratos o abusos. Con el paso del tiempo, y gracias a la sabiduría, pudieron sobrevivir a esas infancias desdichadas sin perder su alma. En los cuentos de hadas se personifica esta sabiduría y este consuelo, y a menudo los encarna una mujer mayor, bien una hada madrina con una varita mágica y dotada de sabiduría, bien una anciana que ayuda a una persona joven a interpretar un acertijo o tomar la decisión adecuada.
Lo más frecuente suele ser que, a medida que envejecemos, nos vamos volviendo más sabios, pero como ya habremos observado todos, la longevidad no es garantía de sabiduría.
Existen diferentes tipos de sabiduría y, por ello, diferentes tipos de mujeres sabias arquetípicas. La sabiduría de Metis es práctica, una sabiduría aplicada que utiliza la inteligencia y el dominio de una técnica, por lo general con resultados tangibles que se traslucen en su trabajo. Pienso que esta sabiduría es el reconocimiento que los japoneses otorgan a los artistas y a los artesanos cuando los denominan "tesoros nacionales". La sabiduría de Sofía, en cambio, proviene de su búsqueda de un sentido espiritual y de sus experiencias de interiorización mística. La sabiduría intuitiva de Hécate la afina la observación y la estimula la conciencia psíquica. Hestia es una presencia sabia, la serenidad interior que se traduce en una armonía exterior. Hestia hace de una casa un hogar, crea santuarios y ayuda calladamente a transformar un grupo de extraños en una comunidad.
En esta primera parte, "Su nombre es sabiduría", me centro en cuatro diosas (Metis, Sofía, Hécate y Hestia), a las cuales considero arquetipos de sabiduría. Ninguna de ellas posee una imagen familiar, sus cualidades son intangibles y en la mitología o teología a la que pertenecen apenas resultan visibles o son del todo invisibles. Estas diosas formaban parte antaño del mito y la religión. Ahora, en cambio, son modelos latentes en el inconsciente colectivo que esperan adoptar una nueva apariencia y verse convertidas en una parte consciente de nosotras mismas. Las he diferenciado para describir sus atributos a partir de estudios y textos de diversos autores sobre mitología, arqueología, teología e historia. Doy cuenta de mis fuentes principales en las notas finales. Mi experiencia en el campo del análisis jungiano me ha servido de guía para seleccionar estas cuatro diosas y considerarlas figuras arquetípicas porque se corresponden con las características de la sabiduría que veo aparecer en la psique de las mujeres maduras.
Empezaré por describir cada una de estas diosas y lo que sabemos sobre ellas. Es posible que nos reconozcamos en algunas, e incluso que, de repente, caigamos en la cuenta de un modo intuitivo de que una diosa en particular integra nuestra psique. Las diosas de la sabiduría quizá representen el límite del crecimiento personal: la dirección que toma nuestro propio desarrollo a partir de los cincuenta. La descripción tal vez encaje con una mujer a la que admiramos especialmente y en ese caso puede que ella represente el arquetipo hacia el cual evolucionamos. Si en nuestros sueños aparece una compañera (una compañera de viaje), ese personaje podría representar este límite de crecimiento personal y ser el símbolo de nuestra mujer sabia interior (o de otro arquetipo emergente) que se reúne con nosotras en sueños para viajar hacia lugares desconocidos.                                               
 Si reflexionas sobre una diosa determinada o imaginas que mantienes un diálogo con ella, esa faceta sabia de ti misma se vuelve más consciente y accesible en la vida cotidiana. Las cosas en las cuales nos centramos son las que nos transmiten más energía, y aquello en lo que imaginamos que nos convertiremos es la antesala de nuestra transformación. Cuanto más queramos conocer el arquetipo de la mujer sabia, más probable será que este arquetipo aparezca en nosotras, y cuantas más de nosotras nos embarquemos en este proceso, más probable será que el arquetipo de la diosa regrese a nuestra cultura.
Mientras escribo estas líneas, pienso en el número titulado "We're Back" de la revista Ms., que en 1999 conmemoró el traspaso de titularidad de la publicación de una empresa corporativa a un grupo de feministas con la siguiente pregunta en portada: «Need Wisdom?» («¿Necesitas sabiduría?») Esta asociación entre mujeres y sabiduría es, al mismo tiempo, nueva, dado el envejecimiento de la generación de mujeres postfeministas, y muy antigua, o sea, prepatriarcal. Aunque las diosas ancianas y los arquetipos de la mujer sabia hayan quedado en gran parte olvidados desde hace cinco o seis mil años, cuando despertemos a nuestra propia sabiduría revivirán a través de nosotras. Tal como escribió Jung: «Los arquetipos son como los lechos de los ríos, que se secan cuando el agua los abandona, pero que pueden recuperarse en cualquier momento. Un arquetipo es como un viejo cauce a lo largo del cual el agua de la vida ha fluido durante siglos, hollando una vía profunda para sí misma. Cuanto más tiempo haya estado fluyendo por ese canal, más probable será que tarde o temprano el agua regrese a su viejo lecho».
Cuando las diosas y sus atributos fueron asimilados, trivializados y demonizados, las mujeres no tuvieron nada con lo que identificarse. Necesitamos marcar el comienzo de otra etapa de concienciación, es el momento de desafiar los estereotipos negativos de las mujeres mayores y entender la relación que existe entre el destino de las diosas y el trato que se da a las mujeres, las consecuencias de la ausencia de lo femenino sagrado en la espiritualidad de la mujer y la base teológica del patriarcado.

 

LA DIOSA DE LA SABIDURÍA PRÁCTICA E INTELECTUAL

Metis en el vientre de Zeus

Cada uno de los arquetipos de las diosas de la sabiduría tiene una sabiduría distintiva y particular. La de Metis se centra en el mundo tangible y de la experiencia. Para una mujer cuyo arquetipo de anciana sabia es Metis, lo que haga con la mente, o con la mente y las manos, lo hará con toda su alma. Metis traslada la sabiduría que ha adquirido de la vida a su oficio. Es la personificación de los distintos modos aplicados del conocimiento y la acción. Es una experta que va más allá de dominar técnicamente un arte o una práctica. Metis connota la habilidad de comprender una situación de forma intelectual y actuar con sabiduría y pericia. Cuando se aúnan el trabajo y la sabiduría más profunda de una mujer, Metis es el arquetipo de mujer sabia a la que aquélla toma por modelo. Metis fue una diosa preolímpica de la sabiduría, quien tras ser acosada por Zeus se convirtió en su primera esposa. Fue ella quien proporcionó a Zeus los medios gracias a los cuales el dios pudo llegar a gobernar todas las divinidades desde el monte Olimpo.
En griego, la palabra metis, que deriva del nombre de la diosa Metis, vino a significar "sabio consejo" o "sabiduría práctica". Podemos pedir metis para llevar bien la casa, sabiendo que lo que a otros les parece mera destreza, en realidad consiste en la creación de armonía. En un estudio o un piso metis es más que la suma de habilidades que adquirimos y de las cuales nos apropiamos, se convierte en un proceso alquímico a través del cual puede llegar la inspiración. Si eres médica, metis se convierte en parte de tu perspicacia clínica. Si trabajas en el campo de los negocios, la política o el derecho, tu sabiduría te ayuda a llevar un rumbo inteligente, a llegar al meollo de la cuestión, a resolver conflictos a través de la mediación y el diálogo y a alcanzar resultados satisfactorios para ambas partes en lugar de ganar a costa de la otra. En este sentido metis es una forma de diplomacia con una perspectiva lo bastante amplia que permite encontrar soluciones que convenzan a todos. Para un erudito la sabiduría de metis es una forma de pensar creativa y perspicaz que ofrece la posibilidad de observar una pauta determinada en una investigación o encontrar una explicación a la evidencia. Si la sabiduría de Metis aumenta o se intensifica en el transcurso de nuestra vida, entonces metis será un atributo de la edad madura.
En el campo creativo o artístico pienso en metis como la más pura y misteriosa inspiración divina, que transforma a un intérprete hábil técnicamente en un artista o a una obra en una obra artística. Es muy probable que eso mismo le suceda a un artesano, un artista, un actor o un músico que haya llegado a dominar el medio, el instrumento o el oficio y que parte de un intenso sentimiento arquetípico que conmueve a los demás. Es entonces cuando el trabajo o la actuación tienen el poder de provocar que la gente reaccione con una intensidad equivalente.

La diosa Metis

Metis era hija de dos titanes: Tetis, la diosa de la luna, y Océano, cuyo reino era una extensa masa de agua que rodeaba la tierra. Como titán, formaba parte de esa vieja orden dominante de divinidades que Zeus intentaba derrocar. Él la perseguía y ella huía, transformándose en múltiples formas para escapar de él. Al final, Zeus la atrapó y la convirtió en su primera esposa.
Zeus necesitaba liberar a sus hermanos, tragados por Cronos, si deseaba derrotar al dios y a los titanes poderosos. En el pasado Cronos había derrocado a su padre, Urano, el cual había gobernado antes que él, lo había castrado y le había arrebatado el poder. Sin embargo, como Cronos temía que su mujer Rea pariera un hijo que le hiciera lo mismo que él le había hecho a su padre, en previsión de tal eventualidad se fue tragando a todos sus hijos tan pronto iban naciendo. Cuando hubo engullido los cinco primeros y Rea todavía llevaba en su seno a Zeus, la diosa decidió salvar a su hijo a toda costa. Escondió a la criatura en una cueva nada más nacer y, en su lugar, envolvió una piedra con unos pañales. Esto engañó a Cronos, quien, en su precipitación, se tragó la piedra en lugar de a Zeus. Años más tarde fue el consejo de Metis el que hizo posible que Zeus triunfara. Ideó la diosa un plan para ponerle a Cronos un vomitivo en una bebida endulzada, y el titán regurgitó una piedra, dos hijos y tres hijas, quienes por aquel entonces ya habían crecido y supieron mostrarse agradecidos a Zeus. Sus hermanos, Poseidón y Hades, estaban preparados para luchar con Zeus contra los titanes, y después de ganar a otros aliados y tras una guerra de diez años, éste venció a los titanes y derrocó a Cronos. El dios de los dioses mató a su padre con un rayo.
Cuando Metis estaba embarazada de Zeus, un oráculo de la tierra le dijo al padre que ese hijo sería una niña, y que si concebía de nuevo, Metis daría a luz a un hijo cariñoso que lo suplantaría. Para librarse de esta posibilidad, Zeus se acercó a Metis con astucia y zalamería para seducirla y distraerla. Consiguió llevarla al lecho, donde la engañó para que se hiciera pequeña y se La tragó. Este fue el final de Metis en la mitología clásica, si bien más tarde Zeus afirmaba que ella le aconsejaba desde su vientre. Por consiguiente, el dios la incorporó a su persona y tomó sus atributos y su poder como propios, incluyendo el parto. Zeus alumbró a Atenea por la cabeza, ilustrando la situación de esos adultos que no recuerdan haber tenido una madre.
Mi sinopsis preferida sobre la diosa Metis la relató Hesíodo, un poeta que vivió entre la segunda mitad del siglo VII a. de C. y el primer cuarto del siglo VII a. de C, en la Teogonía, un poema épico sobre el nacimiento de los dioses y una cosmología que habla de los orígenes del universo. El tema principal de la Teogonía es la historia de los avatares de Zeus hasta convertirse en dios supremo, aunque la mayor parte del poema se centra en las diosas madres. Dado el carácter ferozmente patriarcal de la sociedad de Hesíodo, la Teogonía es un testimonio notable de la tenacidad de los mitos que persisten incluso cuando las religiones anteriores o la historia más antigua ya han sido olvidadas.

Metis engullida como metáfora personal

La historia de Zeus y Metis es la recapitulación de la vida de muchas primeras esposas de hombres que han conocido el éxito. Estas mujeres proporcionaron los medios y la estrategia a través de los cuales su Zeus en particular llegó a la cima para después verse tratadas como Metis. En esta situación arquetípica, metafóricamente la mujer es hija de titanes, y un miembro de la clase a la que su marido aspira en el terreno social y económico o incluso una persona a quien aspira a suplantar si, al igual que Zeus, posee ambiciones dinásticas. Es posible que ella haya recibido una educación mejor y que incluso sea más inteligente que él. Puede que tenga más dinero o pueda acceder a él con mayor facilidad. Por otro lado, es posible también que esa mujer cuente con la facultad de proporcionarle recomendaciones, ideas y estrategias para que su cónyuge pueda alcanzar sus objetivos. Sin embargo, cuando las ambiciones del marido se ven cumplidas gracias a su ayuda y la esposa termina implicándose en la casa y los hijos, disminuye considerablemente el papel decisivo que ha representado en el éxito de su esposo y la importancia en la vida de su pareja. De este modo se ve disminuida, "convertida" en insignificante y "tragada", al apropiarse él de sus atributos, ideas y recursos. Tras el divorcio, y una vez él ya ha vuelto a casarse, al igual que la diosa Metis, ella desaparece socialmente. En la novela Todo un hombre, de Tom Wolfe, se describe intensamente está invisibilidad adquirida a través del retrato de Martha, la cual se convierte en "la mujer superflua" una vez que Charlie Croker se divorcia de ella después de veintinueve años de matrimonio para casarse con una mujer a la que le dobla la edad. Cuando las ideas o el trabajo creativo de una esposa se le atribuyen al marido, nos encontramos ante otra versión de la Metis engullida. Por lo general, la mujer no goza del reconocimiento público. Por muy decisiva que fuera la contribución de la esposa de Albert Einstein a las teorías de su esposo, seguimos sin conocerla, y, sin embargo, ella era una brillante estudiante de física cuando se conocieron. Will y Ariel Durant trabajaron juntos en Historia de la civilización; con todo, el nombre de ella como coautora no apareció hasta el séptimo volumen. En los tiempos en que era imposible que a una mujer pudieran valorarla por su intelecto, sus ideas debían atribuirse a un hombre o llevar el nombre de un hombre.
Este mismo modelo se encuentra en toda clase de ambientes de trabajo, cuando un Zeus se apropia del trabajo o de las ideas de mujeres a las cuales se considera ayudantes del hombre importante. En Molecules of Emotion, la doctora Candace Pert narra que eso le sucedió a ella. Pert desempeñó un papel fundamental en el descubrimiento de los receptores de opiáceos y endorfinas, hallazgo por el cual su mentor y dos investigadores masculinos recibieron el premio Lasker, que sigue en prestigio al premio Nobel. Dado que un amplio porcentaje de los ganadores del Lasker acaba ganando el Nobel, se le cerrarían las puertas a ese destino. Ahora bien, Pert no guardó silencio sobre su crucial contribución, y más tarde fue nominada también para el premio Nobel; tras un largo y acalorado debate, se concedió el premio a otro descubrimiento. La decisión de Pert se vio influenciada por la experiencia de Rosalind Franklin, una científica brillante que proporcionó el crítico eslabón de la cadena de razonamientos que permitió a Francis Crick y a John Watson mostrar que la estructura del ADN era una hélice doble, por lo cual recibieron el premio Nobel en 1962. Rosalind Franklin guardó silencio y murió de cáncer pocos años después. Las investigaciones de Pert sobre la conexión entre las emociones y las enfermedades aclaran las razones de su comentario: «Tengo la sensación de que si no hubiera hablado, estaría sacrificando mi amor propio y mi dignidad, por no hablar de la posibilidad de caer en una fantástica depresión o, ya puestos, tal vez de contraer un par de cánceres por el camino».
No obstante, tenemos otro ejemplo de Metis engullida cuando una organización creada y alimentada por una mujer, la cual se había dedicado en cuerpo y alma a mantenerla, la ocuparon hombres para darle un mayor prestigio o rendimiento una vez consolidada. Un caso muy significativo fue Médicos a favor de la Responsabilidad Social, fundada por Helen Caldicott, doctora en medicina. Cuando la organización ganó el Nobel de la Paz, Caldicott no se encontraba en el escenario para recibir el premio que tanto merecía, puesto que por obra y gracia de la política interna se había convertido en una figura irrelevante. Ni siquiera la invitaron a formar parte del público. Los directores masculinos de este grupo que tanto había crecido fueron quienes recibieron el premio.



La identificación de Atenea con el patriarcado

Tragándose a Metis y con el inusual nacimiento de Atenea, Zeus establece una pauta de conducta que Apolo citará en la primera escena de la literatura occidental, que transcurre en una sala de justicia. En la Orestíada de Esquilo, Orestes mata  su madre para vengar el asesinato de su padre. Apolo, hablando en su defensa, niega la primacía de los lazos de sangre maternales, argumentando que la madre es tan sólo aquella que nutre la semilla plantada por el padre. Como prueba de que la madre carece de importancia, el dios señala a Atenea y cuenta que ella ni siquiera nació de un útero materno. La parle contraria son las furias vengadoras, las cuales ven el matricidio como uno de los crímenes más atroces. Las furias afirman que los dioses más jóvenes han derogado sin piedad las leyes de la vieja generación de divinidades al dejar escapar a un matricida.
Doce atenienses escuchan los alegatos, deliberan y la votación termina en empate. Entonces Atenea da el voto decisivo. Puesto que Atenas es su ciudad, ésa será su prerrogativa. La diosa secunda el punto de vista masculino de los olímpicos que defiende Apolo y deja en libertad a Orestes. Antes del patriarcado la madre era la progenitora que revestía mayor importancia, por encima del padre; después del patriarcado, los derechos del padre pasaron a ser preponderantes. En la obra este juicio simboliza la consolidación de la superioridad masculina. Se retrata a las furias como brujas enfurecidas de negras vestiduras, unas ancianas a las cuales, tras el juicio, Atenea transforma en las "bondadosas", las euménides de purpúreas vestiduras. La trilogía termina con una procesión triunfante que conduce a las diosas, que ahora son venerables y dulces ancianas, a su nuevo hogar.
Atenea era la diosa griega de la sabiduría y la hija del padre arquetípica. Si bien se le dio el título de diosa de la sabiduría, que ostentaba su madre Metis, no recordaba haber tenido nunca una madre. Atenea era una guerrera armada y una estratega defensora de los héroes que nunca perdió la cabeza en el calor de la batalla. Favorecía a héroes griegos como Aquiles y Perseo, y también a Ulises, y a todos ellos daba consejos o armas, o bien les ayudaba con engaños para proporcionarles una ventaja estratégica.
Cuando Zeus alumbró a Atenea, sus dolores del parto adoptaron la forma de unas migrañas terribles; Hefesto, el dios de la forja, usó un hacha de doble filo para abrir un paso por el que Atenea pudiera salir de la cabeza de su padre. La diosa nació como una mujer completamente adulta que vestía una armadura dorada, portaba una lanza y anunciaba su llegada con un poderoso grito de guerra. Cuando puso los pies en el suelo, el monte Olimpo tembló. Inmediatamente ocupó un lugar a la derecha de su padre, se convirtió en su favorita y en la única divinidad olímpica a quien el dios de los dioses confió sus símbolos de poder.
Zeus, como arquetípico jefe supremo, puede "dar a luz" una mujer introduciéndola en una organización. El grito de guerra de Atenea puede que no sea audible desde las cumbres olímpicas contemporáneas, y su armadura dorada quizá sea su fama y su curriculum, pero el mensaje es el mismo: ha llegado Atenea y Zeus es su mentor.
Durante las tres últimas décadas del siglo xx las mujeres han disfrutado de magníficas oportunidades para penetrar en los bastiones del poder corporativo, político, académico o profesional. Las mujeres que, como la diosa Atenea, muestran una afinidad con los mentores masculinos en aquellos ámbitos donde poseer una mente de estratega es una ventaja, se han beneficiado enormemente del movimiento feminista. Sin el feminismo, en la actualidad no habría dos juezas en la Corte Suprema, ni una ministra. Sin embargo, cuando el arquetipo de Atenea es el que predomina en una mujer, especialmente en una joven, esa persona se comporta más como una hija de su padre que como una hermana para las demás mujeres. Ahora bien, esta postura empieza a flaquear a medida que la mujer se aproxima al tercer estadio de su vida. Si se acuerda de Metis, comprenderá lo que ocurrió a la divinidad femenina y a las mujeres (y empezará a identificarse con ellas en lugar de con los hombres). Si incorpora en su ser a Metis, será más equilibrada y completa.


Avivando el recuerdo de Metis

Atenea recupera el recuerdo de Metis cuando las "hijas del padre" crecen psicológicamente sin identificarse con las actitudes patriarcales y misóginas hacia las mujeres y los valores femeninos. Dado que son mujeres brillantes, han seguido una buena educación, se muestran ambiciosas, poseen la mente que se requiere para trabajar en su campo y sienten una afinidad con los hombres que detentan el poder, se consideran excepcionales y, a menudo, miran con desprecio a las mujeres que, o bien no tienen sus aspiraciones, o bien carecen de su habilidad para el éxito. Si en alguna ocasión llegan a recordar a Metis, será porque primero han desarrollado la capacidad de relacionarse con otras mujeres y ya no se identifican con el arquetipo de la hija de su padre, ni muestran una lealtad inquebrantable con la jerarquía. A menudo esto sólo sucede tras sufrir un gran desengaño con mentores y colegas masculinos, o bien con los principios que inspiran a una institución. A medida que una mujer atenea va envejeciendo, va sintiéndose más dispuesta a realizar este cambio.
Una atenea en rápida ascensión a la cumbre quizá no capte su vulnerabilidad o lo poco sólida que es su posición de poder (hasta que pierde el apoyo de su mentor, junto con la autoridad, la influencia y la condición implícitas a su puesto). En otro sentido el desencanto puede producirse en el momento en que la relación positiva que una atenea mantiene con una determinada institución patriarcal se trunca, y eso sucede cuando tras haber ido ascendiendo por méritos propios, la profesional descubre que existe un techo de cristal que limita su avance por el hecho de ser mujer, o bien cuando se da cuenta de que cobra menos que sus compañeros masculinos, o bien después de oír por casualidad a sus colegas masculinos describirla a puerta cerrada en términos puramente sexuales, cuando ella pensaba que la aceptaban como a una igual.
Cuando advierte que la devoción y la lealtad que ha dedicado a su trabajo, su mentor, su equipo o una institución en concreto no es correspondida, experimenta una profunda sensación de traición y desengaño; incluso puede que esa situación haga temblar la premisa sobre la que ha construido su vida. En el pasado, tal vez no le fue posible mantener una estrecha relación con las mujeres, pero eso podría significar ahora su iniciación a la sabiduría femenina.
En la mitología griega, la diosa Atenea nunca desobedeció ni perdió el favor de su padre. Es una imagen eterna del arquetipo de la hija del padre. El destino de una Atenea que desobedece lo retrata intensamente Richard Wagner en La valquiria, la segunda de las cuatro óperas que componen El anillo del Nibelungo. Brunilda es la valquiria que, como Atenea, es una divinidad y una joven diosa guerrera vestida con armadura: la hija preferida de su padre Wotan. En el ciclo de El anillo del Nibelungo Brunilda se ve llevada por la compasión y desobedece las órdenes de su padre. El castigo consecuente que le impone su progenitor es espantoso: la despoja de su inmortalidad y planea abandonarla inconsciente sobre una roca, para que el primer hombre que pase por ahí la despierte, la viole y la posea. La hija le suplica entonces que al menos el hombre que haya de tomarla sea un héroe. Al principio, Wotan se niega. Después, sin embargo, cede, y rodea el cuerpo inconsciente de su hija con un anillo de fuego que sólo podrá atravesar un héroe.
En el momento en que Brunilda dejó de ser una extensión obediente de la voluntad de Wotan y un espejo de adoración donde el padre se veía reflejado, el dios se encolerizó (y se sintió herido en su narcisismo). Al desobedecerle, la hija perdió la relación que mantenía con su padre, su armadura y sus armas, y su inmortalidad también; dejó de ser una diosa guerrera arquetípica y una hija que gozaba del favor de su padre, y se convirtió en una mujer muy vulnerable. La madre de Brunilda era Erda, quien (como Metis) había sido una diosa de la sabiduría. Después de haber sido seducida y subyugada por Wotan, Erda había perdido sus poderes y se había retirado al interior de la tierra, donde dormía, ofuscada su sabiduría y perdida la intuición. En cualquier caso, tanto si la sabiduría reside en el vientre de Zeus como si se encuentra enterrada bajo tierra, en esencia la historia es la misma. La divinidad más poderosa es un dios celestial que reina desde la cima de una montaña, y la que una vez fuera una importante diosa de la sabiduría desaparece como por ensalmo.
A través de su destierro y castigo, Brunilda se convierte en una mujer mortal. Una suerte metafóricamente similar es la que corre una hija del padre desencantada y traicionada, la cual no logra seguir identificándose con el arquetipo de Atenea y descubre que es vulnerable y sensible. Sólo entonces la mujer abandona el encumbrado reino mental y masculino del monte Olimpo o del Valhala. Cuando el patriarcado traiciona a una de sus hijas, eso suele traducirse en una iniciación al feminismo; esa Atenea llega a entender, a partir de su propia experiencia, los problemas de las mujeres que anteriormente despreciaba, y entonces asume el modelo.


Metis es hallada en el vientre de Zeus y se recupera la historia de la diosa

Cuando la historia objetiva que nos habían enseñado resulta ser un montón de patrañas y omisiones, sufrimos un desengaño, pero también una revelación. Toda mujer con una formación académica ha debido desarrollar una mente como la de Atenea, lineal y lógica, empezando por la presunción de que la enseñanza es objetiva. La educación superior nos hace conscientes de sus prejuicios y complejidades, pero sólo a partir de que la conciencia feminista empieza a surgir en nosotras, se nos cae la venda que nos impedía percibir la misoginia y sus graves repercusiones. Del mismo modo que Atenea nació de la cabeza de Zeus, la mente de una Atenea desciende de la autoridad y el partidismo masculinos, hasta que recuerda a Metis. La historia y la teología patriarcal omiten cualquier clase de información relacionada con la conquista de la diosa y la destrucción de la cultura que floreció en el pasado. Así como Metis fue tragada y olvidada, la historia de esa época se ha enterrado y ocultado, y sólo ha surgido en la última mitad del siglo xx.
«Historia de la civilización occidental» era una asignatura obligatoria del primer curso de carrera, como solía ocurrir en la mayoría de facultades y universidades de letras liberales. Me enseñaron, por consiguiente, que la civilización arrancó con los griegos, y que Atenas era la cuna de la democracia. No fue hasta que leí When God Was a Woman, de Merlin Stone, que empecé a comprender que la historia la escriben (o la distorsionan y la niegan) los vencedores. En la introducción de su libro la escritora se plantea lo siguiente: «¿Por qué tanta gente que ha sido educada en este siglo piensa en la Grecia clásica como en la primera gran cultura, si la lengua escrita ya se utilizaba y se habían construido grandes ciudades por lo menos veinticinco siglos antes? Hay todavía otra cuestión más importante: ¿por qué se infiere siempre que la época de las religiones "paganas", la era del culto a las deidades femeninas (si es que esa información llega a mencionarse), fue oscura y caótica, misteriosa y malvada, carente de la luz del orden y la razón que supuestamente acompañaba a las religiones masculinas posteriores, cuando se ha confirmado a raíz de diversos descubrimientos arqueológicos que las primeras leyes, los gobiernos, la medicina, la agricultura, la arquitectura, la metalurgia, los vehículos con ruedas, la cerámica, los tejidos y las lenguas escritas se desarrollaron por primera vez en sociedades que dedicaban su culto a una diosa?».
En The Civilization of the Goddess, Marija Gimbutas documenta la existencia y destrucción de la cultura de la diosa en lo que ella describe como «la antigua Europa», la primera civilización europea que precedió a la consolidación del patriarcado. Se remonta a cinco mil años de antigüedad, tal vez incluso a veinticinco mil. De la antigua Creta a la Irlanda celta, el culto a la diosa era universal. Los restos arqueológicos hallados en diversos enclaves muy antiguos muestran que se trataba de una sociedad igualitaria y no estratificada que fue destruida por la infiltración de pueblos invasores indoeuropeos, jinetes seminómadas procedentes de los lejanos norte y este. Estos invasores centraban su cultura en el patriarcado, eran itinerantes y belicosos, y su ideología se inspiraba en el cielo.
La Gran Diosa era trina: doncella, madre y anciana. Inmortal y eterna, encarnaba todos y cada uno de los aspectos de lo femenino. Era muchas personas en una sola. Era la Gran Diosa y poseía una infinidad de nombres. Era venerada como la fuerza vital femenina; toda vida provenía de su cuerpo y volvía a ella. Era una encarnación de la naturaleza, como creadora, sustentadora y destructora de vida. Era como la luna con sus ciclos, y como la tierra con sus estaciones. Todas las criaturas vivientes eran sus hijos, lo cual significaba que toda la vida compartía algo de su divina esencia.
Las mujeres eran a imagen de la diosa, puesto que ellas también traían al mundo vidas nuevas a través de sus cuerpos y podían mantener esa vida con la leche de sus pechos. Se valoraba la tierra fértil y la fertilidad de las mujeres. La sexualidad era un instinto natural y un placer. La sociedad se constituía por línea materna y se centraba en el matriarcado, puesto que todos conocían la identidad de la madre y los hermanos, aunque no necesariamente (y no con total seguridad) la identidad del padre.
Tal como Robert Graves señaló en su introducción a Los mitos griegos, y a juzgar por los ingenios y los mitos que han perdurado hasta nuestros días, la antigua Europa carecía de divinidades masculinas antes de que los invasores nómadas llegaran de los lejanos norte y este. Hasta ese momento el concepto de paternidad no se había introducido en el pensamiento religioso. Con la llegada de los invasores cambió también la imagen que tenían de sí mismos como seres superiores, dada la habilidad que habían demostrado conquistando a ese pueblo culturalmente más desarrollado que llevaba tanto tiempo asentado en el mismo lugar. Donde quiera que se establecieran, subyugaban a las gentes de la diosa. Como consecuencia, el poder y los atributos de esa divinidad femenina disminuyeron hasta volverse insignificantes (y convertirse en unas cualidades carentes de valor), o bien los dioses masculinos los acapararon y se apropiaron de ellos (los engulleron). La en otro tiempo Gran Diosa fue fragmentada en muchas diosas menores que se incorporaron a la religión y se convirtieron en consortes subordinadas o hijas de dioses.
A partir de los hallazgos arqueológicos, Gimbutas describe tres olas de invasiones en Europa: los primeros invasores llegaron aproximadamente en 4300-4200 a. de C, la segunda ola fue alrededor del 3400 a. de C. y la tercera y más devastadora se dio entre 3000-2800 a. de C. Gimbutas los llamó kurgan por los túmulos funerarios encontrados en Kurgan, en la zona árida que hay en las proximidades del mar Caspio. Estos pueblos fueron ante todo destructores de la cultura autóctona. Deificaban el poder de la destrucción y el dominio, idealizaban las armas y glorificaban a los héroes. Sus túmulos funerarios contenían los restos de poderosos caciques, a los cuales enterraban con sus posesiones y diversos miembros de su familia, incluyendo esposas, hijos y esclavos. Las lenguas indoeuropeas de los invasores reemplazaron casi por completo a las lenguas preindoeuropeas del pasado que se conocían en la antigua Europa: la lengua etrusca continuó hablándose en algunas zonas de Italia hasta la época romana; sólo el vascuence, el cual se habla en la zona pirenaica situada entre España y Francia, sobrevive todavía. Cuando llegaron los invasores, se abandonaron los enclaves que durante tantos milenios habían prosperado, los pueblos que adoraban a la diosa se trasladaron a lugares marginales, tales como islas, cuevas o cimas de fácil fortificación, y las tecnologías principales del Neolítico, como la manufactura de cerámicas finas y la metalurgia del cobre, fueron abandonándose hasta perderse definitivamente.
Gimbutas comenta que lejos de traer la civilización a Europa, tal y como se nos ha enseñado siempre, los kurgan protogriegos provocaron el fin de la civilización e impusieron a Europa su sociedad elitista de guerreros, sus dioses bélicos, su lengua y sus valores. Una de las consecuencias sociales de los invasores kurgan, tal como describe Riane Eisler en El cáliz y la espada y Placer sagrado, fue el triunfo de la cultura dominante masculina, que redujo a la mujer a una mera posesión.
Grecia llegó al apogeo del poder político, creativo e intelectual en el siglo v a. de C. En la era de Pericles, cuando se construyó el Partenón, la época en que Hipócrates destacó en medicina, y Heródoto y Tucídides en historia, y cuando se representaron por primera vez las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides. La Grecia clásica representa la cúspide y el triunfo de la cultura masculina, que tuvo sus raíces en la religión y en una sociedad que veneraba la guerra.
Para las mujeres, la Grecia clásica no fue la "cuna de la democracia". Todas las mujeres atenienses quedaron bajo la custodia legal de los hombres, los cuales ejercían un verdadero control sobre sus personas y sus propiedades; tanto era así que las mujeres no podían, según la ley ateniense, disponer de ninguna pertenencia cuyo valor superara el de una medida de cebada equivalente a unos treinta y cinco litros. La posición legal de las mujeres y los esclavos en la sociedad ateniense de la época era bastante parecida, tal como lo documenta la historiadora clásica Eva Keuls en The Reign of the Phallus: Sexual Politics in Ancient Athens. La ley no protegía a la mujer, salvo como propiedad del hombre. Ni siquiera la ley la consideraba persona, y, por lo tanto, no podía acudir a los tribunales. Las mujeres respetables estaban marginadas, excluidas de la educación secular, y tenían prohibido hablar o aparecer en público salvo en ocasiones especiales. Un padre podía vender a su hija como esclava si ésta perdía su virginidad antes del matrimonio. Se abandonaban muchos bebés de sexo femenino al nacer, o bien se vendían. A menudo se utilizaban niñas esclavas como prostitutas, y podían abusar de ellas, torturarlas o ejecutarlas por capricho al margen de poder venderlas en cualquier momento. Atenas era una sociedad esclavista muy dura que había institucionalizado la tortura. En los procedimientos legales, el testimonio de un esclavo se admitía en un juicio, sólo si se daba bajo tortura, y se mantenía una cámara pública de tortura dedicada a la tortura rutinaria de esclavos.
La subyugación de las mujeres fue el resultado forzoso de la conquista kurgan de los pueblos que veneraban a la diosa por parte de las oleadas de invasores. Sin embargo, en su mitología, los griegos conservaron el recuerdo de lo que había sucedido. La genealogía divina de Hesíodo empieza con Gaia, la diosa Tierra, que fue la primera madre y dio a luz el dios Urano, el Cielo, y el dios Ponto, el Mar. Gaia se aparejó con Urano y alumbró a los titanes, la primera generación de dioses y diosas. De esta manera incluso el patriarcado griego inició su cosmología y su creación con la diosa Gaia, si bien Zeus reinaba como dios jefe de los olímpicos en el panteón griego clásico, y las diosas se convertían en imágenes menores de la divinidad femenina. Aunque Metis fuera engullida, la diosa no desapareció enteramente en el vientre del patriarcado en las épocas griega y romana. No fue hasta que las religiones judeocristianas triunfaron políticamente que la divinidad femenina desapareció por completo.

Medusa, una Metis demonizada

La suerte que corrieron la sabiduría femenina, las diosas y las mujeres con los griegos y en las posteriores culturas dominantes se tradujo en una pérdida de poder y una opresión; el mismo destino que corrió Metis. Lo siguiente que le aconteció a Metis fue ser demonizada, un destino que hemos compartido las mujeres sobre todo.
A Metis se la comparó con Medusa, al haber sido ambas reverenciadas como diosas de la sabiduría. Medusa fue la diosa serpiente de las amazonas libias, que representaba la "sabiduría femenina" (en sánscrito, medha; en griego, metis; en egipcio, met o Maat). Medusa era la vertiente destructiva de una diosa tripartita llamada Neith en Egipto y Athenna o Athene en el norte de África. Los símbolos y los atributos de la diosa tripartita los representaban las tres fases o los tres ciclos de la naturaleza y la luna. Además de ser doncella, madre y anciana, o bien luna creciente, llena y menguante, se consideraba a la divinidad femenina creadora, sustentadora y destructora. La Gran Diosa era una personificación de la Tierra. Ella es la creadora de la cual surge la vida, la que nutre o alimenta la vida, y la tumba a la cual todo regresa al final de la estación.
En la mitología griega clásica Medusa era la tercera y más famosa de las górgonas, unas hermanas que en otro tiempo fueron las hermosas hijas de unas antiguas deidades del mar.
Sin embargo, mientras que sus dos hermanas eran inmortales y eternamente jóvenes, Medusa era la única mortal. Originariamente eran diosas de la triple luna, representando cada una de ellas las diferentes fases de la luna. En la tercera fase, la luna en cuarto menguante "muere" a medida que va desapareciendo en la oscuridad, lo cual explicaría el hecho de que Medusa, al encarnar la tercera fase de la luna, fuera mortal.
Originariamente se conocía a Medusa por su belleza y su abundante cabello. En la mitología, sin embargo, pasó de ser una diosa a convertirse en una criatura mortal, para después volverse un monstruo con cabellera de serpientes cuyo rostro podía convertir a los hombres en piedra. Perseo, un héroe griego armado con los consejos de Atenea y una espada, cortó la cabeza de Medusa, la puso en una bolsa mágica y la entregó a Atenea en calidad de trofeo. La cabeza de la górgona Medusa pasó a formar parte entonces del aegis que llevaban Zeus o Atenea, confeccionado con piel de cabra y unido al peto o al escudo (aegis ha terminado por significar "bajo los auspicios de una persona poderosa"). El poder de destruir que integra los ciclos de la naturaleza y el tercer aspecto de la diosa se aprovechaba y utilizaba ahora para convertir a los enemigos en piedra. Terminaron por apoderarse del poder de Medusa, al igual que hicieron con el de Metis.
En palabras de Barbara G. Walker: «Un rostro femenino enmarcado por un cabello de serpientes era un símbolo antiguo y reconocido en muchas culturas de la sabiduría femenina y divina, y también el símbolo de la «sangre sabia» que supuestamente había otorgado a las mujeres su poder divino».

Cuando Atenea se beneficia de Metis

Cuando una mujer atenea se apropia de metis, ya no le preocupa conseguir poder o ganar por el mero hecho de ganar, puesto que ésos serían los objetivos de un ego que acepta los valores patriarcales como propios. A Metis, el arquetipo del consejo sabio, le preocupa utilizar el tiempo y la energía, el talento y los recursos de una manera más juiciosa. A menudo Metis aparece en la conciencia de la mujer que ha conquistado su parcela de poder en el mundo, o en la de aquella que se había centrado en la promoción de la carrera profesional de su marido y la posición social de ambos, pero cuyo impulso por llegar al éxito se ha templado al haber tenido un hijo o una enfermedad grave, o bien al haber sufrido una pérdida, una traición o una humillación. Cualquiera de estas situaciones, cuando va acompañada de la debida introspección, que la meditación, la psicoterapia o el retiro espiritual favorecen, allanan el camino a Metis.
Para llegar a conocer a Metis, hemos de destinar un lugar en nuestras vidas a la soledad y la reflexión, y eso generalmente no ocurre hasta bien entrada la madurez. Si somos ateneas, habrá de suceder alguna cosa que nos obligue a aflojar el paso y nos haga conscientes, aun a nuestro pesar, de que la ambición, los logros y el éxito no bastan. Los fenómenos fisiológicos que acompañan a la menopausia se prestan a que los interioricemos, y, por otro lado, la conciencia de lo corta que es la vida, que nos llega con la madurez, también puede ser un factor que introduzca a Metis en nuestra psique.
A medida que nos hacemos mayores se hace más duro identificarse con el arquetipo de Atenea. Cuando las mujeres atenea llegan a los cincuenta o entran en la menopausia, y entonces pierden a sus mentores, sus ilusiones o se les pasa la edad de identificarse con Atenea como la eterna hija del padre que busca la aprobación de las instituciones masculinas y los hombres poderosos, Metis se prepara para hacer su aparición como encarnación de la sabiduría femenina. Es necesario haber crecido en una dirección distinta a la de la hija favorecida por el patriarcado para hallar a Metis, la cual representa la mitad de nuestro linaje psicológico por línea materna.
Pienso en Metis como la representante de una perspicaz combinación de intuición, intelecto y experiencia, una madurez que se adquiere al estar en contacto con la vida, al perder la hybris y experimentar en carne propia la humildad y la vulnerabilidad». Hasta que no llegue ese momento, no obstante, quizá veamos a la gente como piezas de ajedrez que podemos sacrificar o proteger, y mover también por todo el tablero. Para poseer la mente de una Atenea victoriosa y ser una estratega ganadora o una "jugadora" competitiva en los pasillos del poder político, académico, corporativo o incluso social, habremos tenido que desarrollar la habilidad de percibir, calcular, discriminar, planear y pasar a la acción. Es posible que en el pasado fuéramos defensoras de los lemas "quien manda, manda" y "el fin justifica los medios", hasta que vivimos en carne propia lo que significa ser prescindible y nos dimos cuenta de lo mucho que sufren las personas al perder su poder. Como resultado, puede que en nuestra conciencia aparezca una Metis compasiva y sabia. En ese momento el poder o la posición que detentamos ante los demás, los objetivos primordiales y la obligación de ganar el juego dejarán de cautivarnos con su atractivo, y quizá nos involucremos más en asuntos relacionados con la justicia social, la igualdad de los sexos, los valores éticos y la responsabilidad. Es posible que por primera vez sepamos apreciar y cultivar la amistad con mujeres, o que nos convirtamos incluso en ecologistas o en feministas tardías.
Ellen Malcolm, la fundadora de la lista de EMILY (un acrónimo para Early Money is Like Yeast o, lo que es lo mismo, "El dinero rápido es como la levadura": hace que suba la masa), es un ejemplo de una mujer con mentalidad de atenea que, para variar, se inspira en Metis. Malcolm se dio cuenta de la necesidad que tienen las mujeres de acceder a ministerios (y no de apoyar únicamente a candidatos masculinos), y con una gran capacidad para crear organizaciones surgidas de la participación popular creó un comité de acción política (que dispone de mayores ingresos económicos que la Asociación Médica Americana) para financiar candidaturas de mujeres demócratas decididas a apoyar programas sociales que velen por las mujeres, los niños y el medio ambiente.
Adquirir la percepción opuesta a nuestra cultura jerárquica y patriarcal es la representación simbólica de Atenea rompiendo con Zeus. Otra forma sería pensar de forma intuitiva sobre aquello que es evidente para llegar a una interpretación distinta de los hechos, aunque entremos en conflicto con nuestro mentor. Brunilda fue castigada por desacato al no seguir las órdenes de Wotan, aunque había muchas más cosas en juego. Le había afectado tanto lo que había presenciado que valoró sus opciones y actuó por cuenta propia. Llegados a este punto, ya no compartía las mismas ideas o valores que Wotan; se había salido del rol arquetípico de la hija del padre y había cambiado.
No siempre se necesita romper personalmente con Zeus o Wotan para superar esta situación mítica. Podemos romper con el pensamiento patriarcal, con la tradición aceptada o los valores tradicionales, o bien podemos romper con la aceptación de la idea de que hay una autoridad lógica (y masculina) única que nos garantiza poder llegar a una conclusión.

Metis como arquetipo de la fase de la vejez: un ejemplo real

Marija Gimbutas, que desenterró imágenes de diosas y consiguió pruebas de la existencia de la cultura de la Diosa en yacimientos arqueológicos, es el ejemplo perfecto de la atenea de mente preclara que pasó a convertirse en una anciana con metis en la tercera etapa de su vida. Gimbutas sabía encontrar los vínculos necesarios para extraer sus propias conclusiones gracias a sus amplios conocimientos en arqueología, religiones comparadas, mitología, folklore y lingüística. Gimbutas, que murió en 1994 a los setenta y tres años, fue profesora de arqueología en UCLA. En 1956 fue la primera estudiosa que vinculó la investigación lingüística (terreno en el que poseía conocimientos de veinte lenguas) con los hallazgos arqueológicos, y fue quien identificó la patria de los pueblos guerreros indoeuropeos o "kurgan", tal como los denominó.
Entre 1967 y 1980 dirigió cinco excavaciones principales en enclaves neolíticos de Yugoslavia, Italia y Grecia, y empezó el proceso de descifrar los símbolos grabados y pintados que se descubrieron en estos yacimientos. Como consecuencia, Gimbutas creó un retrato de la cultura prepatriarcal, que había existido por lo menos desde el 6500 a. de C. hasta el 3500 a. de C, y la describió en sus tres últimos libros, Diosas y dioses de la vieja Europa, El lenguaje de la Diosa, y The Civilization of the Goddess. La primera reacción académica (del círculo de Zeus) ante su trabajo fluctuó entre la apatía y la oposición virulenta, pero ella persistió, publicó nuevos hallazgos y en la actualidad ya se la toma en serio. Conocí a Marija Gimbutas a mediados de los ochenta en una casa de Malibú, en California, en una reunión organizada por Tony Joseph para hacer una película a partir de entrevistas con distintas mujeres. Todas nos alojábamos allí, y eso creó una atmósfera parecida a la de una fiesta en la que debatíamos el tema central de las diosas y la espiritualidad de la diosa. Nacida en Lituania, Gimbutas era universitaria cuando los soviéticos invadieron su país, se hizo miembro de la resistencia y más tarde se convirtió en refugiada. Huyó a Austria y se sacó un doctorado en arqueología antes de llegar a los Estados Unidos, en 1949. Nos comentó que antes de entrar en Harvard había trabajado como mujer de la limpieza. Se casó, se divorció, tuvo hijos y se trasladó a California en 1963, después de asegurarse un puesto académico en la facultad de UCLA, donde se convirtió en catedrática.
Gimbutas era bajita, modesta, una mujer europea con algo de abuela que hablaba con acento y tenía una cálida sonrisa. Su trabajo era controvertido y su hipótesis sobre los invasores kurgan todavía no tenía el respaldo merecido. Dada la diversidad y la profundidad de sus conocimientos en diferentes campos, poseía la metis necesaria para establecer vínculos intuitivos que confirieran un sentido a las pruebas de que se disponía y que demostraran la existencia de una cultura pacífica y milenaria centrada en la diosa, y hacía gala asimismo de la erudición y la autoridad que se requerían para plantear una revisión radical de la historia del patriarcado.
Marija Gimbutas es un ejemplo especialmente elegante de una mujer cuya influencia y cuyas obras principales cristalizaron en la tercera etapa de su vida. La vida creativa o laboral de una mujer no sigue una trayectoria en línea recta, sobre todo cuando se tienen hijos. Se producen interrupciones, cambios y períodos en los que, por encima del trabajo, nuestra prioridad es la responsabilidad que tenemos con los demás. En Silences, Tillie Olson describe cómo y por qué el trabajo creativo de una mujer puede mantenerse en barbecho hasta que consigue dedicar tiempo a la creatividad de madurez en la última etapa de su vida. Por otro lado, Mary Catherine Bateson escribe en Composing a Life que la confección de una colcha podría ser una metáfora apropiada para describir la vida de la mayoría de las mujeres. Puede que únicamente en la tercera etapa de la vida las piezas se unan para crear un todo, y finalmente podamos ver que existe un sentido y un propósito en todo ello.
Tanto Olson como Bateson interrumpieron su vida laboral para dar prioridad al matrimonio o a la familia. Para muchas mujeres, convertidas en afortunadas hijas del patriarcado por su educación y vida laboral, el tener hijos puede trocar las relaciones con el mundo laboral paternal y trasladarlas al mundo de las relaciones maternales, del cual surge un respeto nuevo por la mujer común y por todas las mujeres en general. Las vicisitudes de la vida cotidiana no son tan manejables como el trabajo: no siempre se puede mantener la cabeza fría cuando estamos sumidas en la improvisación y la adaptación.
Tener que tomar decisiones en un momento emocionalmente conflictivo, fiarse del instinto o de la intuición cuando no existe información adecuada, controlar una situación mientras aprendemos por el camino cuáles han sido nuestros errores, y fomentar la confianza y un auténtico estilo personal, forma parte del proceso de convertirse en madre. Lo mismo puede decirse cuando de las obligaciones se hace un oficio, una técnica o un trabajo que no puede realizarse "siguiendo las reglas" o bajo la supervisión de alguien que manda. Cuando dejas de contar con expertos y confías en tu propia experiencia, entonces descubres a tu propia metis. Una mentalidad de Atenea te lleva sólo hasta un punto determinado, a partir del cual lo que se requiere es el desarrollo de la sabiduría de Metis.


Metis como el buen consejo: una sabiduría práctica inteligente

El tiempo pasa rápido, y antes de darnos cuenta llegamos a los cincuenta. Aunque no hayamos tenido hijos por elección propia y disfrutemos de nuestro trabajo, sin duda pasaremos una época lamentando no haber tomado la senda de la maternidad. Si, en cambio, abandonamos un trabajo que nos encantaba o renunciamos a nuestras ocupaciones para tener hijos, aun cuando la decisión fuera consciente y deseada, sacrificamos los mejores años de nuestra carrera profesional, y al entrar en la tercera etapa de la vida, probablemente nos arrepentiremos de las oportunidades que dejamos pasar. Con la ayuda de metis en forma de sabiduría interior, los sentimientos de pérdida o arrepentimiento, incluso de dolor, probablemente sean pasajeros. Con Metis como sabia consejera interior, conseguiremos hacer un alto en el camino para orientarnos, inventariar nuestra vida, alejar de nosotras la sensación de pérdida y acabar logrando una combinación de inteligencia y sabiduría que nos sirva para elegir la vida que llevaremos de ancianas.
Estamos en una etapa de la vida en la que tenemos la capacidad de decidir si transmitimos a otros nuestros conocimientos o actuamos de mentoras. Quizá nos veamos tentadas a enseñar o escribir, en función de la experiencia que hayamos adquirido. Incluso es posible, si hemos dominado un oficio en particular, que descubramos que nos ha llegado el momento de expresar la propia creatividad y originalidad. La madurez y la experiencia fomentan la metis.
Metis es la sabiduría práctica e inteligente a la que recurrimos para elegir cómo queremos pasar la tercera etapa de la vida. Metis pone atención a nuestra calidad de vida actual, las posibilidades que nos ofrece la jubilación y la discapacidad potencial que puede sorprenderte con la edad, y además planea de forma inteligente. Metis es la consejera sabia que convierte a una mujer vieja en una persona mayor y respetable, alguien a quien los demás se dirigen para pedirle su punto de vista y su consejo. Si detenta una posición de autoridad, es directora ejecutiva o gerente y tiene, como padres arquetípicos, a Metis y a Zeus, recurre a la acción conjunta de la sabiduría y el poder para plantearse sus objetivos y pone los medios para conseguirlos. Si es una artesana o una profesional y posee metis, su pericia se aliará con la sabiduría para combinar materiales o tratar a los clientes.
Una mujer con metis es probable que descubra que la tercera etapa de su vida está plena de satisfacciones. No abriga ilusiones sobre sí misma ni los demás, y no pierde de vista la realidad, sin mostrarse cínica o ingenua. Ha encontrado y valora una sabiduría femenina y maternal que le permite expresar la faceta emotiva y protectora de sí misma.

 

LA DIOSA DE LA SABIDURÍA MÍSTICA Y ESPIRITUAL

Sofía, oculta en la Biblia

De todas las diosas de la sabiduría, el nombre de Sofía* es el más conocido. En los círculos de espiritualidad y psicología femenina contemporáneos, Sofía se ha convertido en un arquetipo de sabiduría femenina. La espiritualidad de la Nueva Era la considera la divinidad femenina por antonomasia. Hagia Sofía, la magnífica iglesia abovedada de Constantinopla, ha popularizado su nombre. Sofía forma parte de la herencia judeocristiana de occidente, y es una figura divina olvidada que pervive en una tradición religiosa patriarcal y monoteísta que niega la divinidad femenina. Sofía, en griego, significa "sabiduría", y su identidad como personaje divino queda oculta en el Antiguo Testamento, donde sólo se hace referencia a ella a través de una  palabra abstracta y devaluada: "sabiduría". No se la menciona para nada en el Nuevo Testamento, y, sin embargo, Sofía fue una divinidad muy importante en la fe de los cristianos gnósticos del siglo I, a los que los obispos ortodoxos cristianos denunciaron por heréticos y dieron caza en el siglo IV. A mediados del siglo xx aparecieron nuevos datos sobre la Sofía cristiana gnóstica cuando se encontraron unos ejemplares de sus evangelios ocultos en el desierto de Nag Hammadi, en Egipto (escritos en la misma época o incluso antes que los evangelios del Nuevo Testamento). Si bien el enfoque psicológico se centra en Sofía como arquetipo de la sabiduría, para las mujeres es muy importante saber cómo desapareció el culto a la divinidad femenina (y posteriormente incluso el conocimiento que se tenía de ella) porque el patriarcado se basa en la negación de la autoridad espiritual de las mujeres y la negación de la divinidad femenina. Existe una relación entre la posición históricamente inferior de las mujeres y la desaparición de la diosa, del mismo modo que hay un paralelismo entre el papel dominante de los hombres y el monoteísmo (masculino).                                 


* El nombre Hagia Sofía significa Santa Sabiduría. La Iglesia la construyeron en el siglo VI de nuestra era los cristianos orientales para honrar a la Madre Divina. Se convirtió en una mezquita musulmana y en la actualidad es un museo. Los cristianos romanos postulan que fue dedicada a una virgen mártir menor, santa Sofía, en lugar de erigirse en honor a la Divinidad Femenina. El destino de este magnífico edificio conserva paralelismos con el de las diosas y el de las mujeres. Hagia significa "santa" en griego, y hubo un tiempo en que era un modo respetuoso de dirigirse a las mujeres mayores que gozaban de sabiduría y eran respetables; en la actualidad el término se ha degradado hasta adoptar el significado de «hag» ("bruja" en inglés).

 
Sofía, el arquetipo de la sabiduría espiritual: la gnosis

Sofía es el arquetipo de la sabiduría espiritual o del saber del alma. La sabiduría de Sofía es intuitiva, es aquello que conocemos a través de la gnosis. La palabra griega gnosis se traduce como aquel "conocimiento" que resulta ser de una clase y unos orígenes muy especiales. La lengua griega distingue entre lo que podemos conocer de forma objetiva (logos) y aquello que solamente conocemos de modo subjetivo (gnosis). El conocimiento objetivo lo asimilamos gracias a profesores, libros o por medio de la observación de algo externo. En cambio, el conocimiento gnóstico o, por llamarlo de otro modo, noético es aquello que se nos revela o que percibimos intuitivamente como verdadero en el ámbito espiritual. Yo interpreto gnosis como aquello que «cognocemos» en el terreno del alma, aquella certeza que nos inspiran los presentimientos. Precisamente cuando estaba escribiendo sobre las enfermedades mortales en clave de experiencias anímicas, el título que escogí para el libro fue Close to the Bone, porque cuando nos atacan esta clase de enfermedades, sea a nosotros mismos, sea a las personas que amamos, nos despojan de todo lo superfluo y nos ponen en contacto con lo que sabemos a ciencia cierta del alma. En este ámbito en concreto, podemos "saber" que somos seres espirituales que caminan por una senda humana o "saber" que la vida tiene un propósito, que somos queridos, o bien conocer a Dios o "saber" que formamos parte de un universo interconectado.
Así como los cristianos gnósticos utilizaban la palabra gnosis, nosotros podríamos traducirla por "introspección", el proceso intuitivo de conocerse a sí mismo en el nivel más profundo, lo cual equivalía a conocer simultáneamente a Dios tal como creían o sentían de forma mística los gnósticos. Este proceso es parecido al trabajo de individuación que realiza el análisis jungiano en el Yo. Una persona (o ego) conectada al Yo tiene la sensación de que lo que hace con su vida no carece de sentido. Sin embargo, este conocimiento sólo puede darse de forma subjetiva, es el saber del alma. Llevar una vida orientada hacia el Yo, en lugar de que la determine la persona (o la imagen que otros tienen de nosotros), es sentirse orientado espiritualmente. El Yo es el "arquetipo del significado" en la psicología jungiana, que la gente religiosa traduce en términos destinados a la divinidad o a la unicidad invisible (Tao)  que subyace y conecta todo lo existente en el universo visible. Aquello que sabemos porque podemos relacionarlo con el Yo es la sabiduría divina. Es una sabiduría que no se atribuye exclusivamente a una autoridad superior; al contrarío, es una sabiduría que mora en nosotros y se halla en todas partes.
La gnosis también es esa manera misteriosa de saber que los hombres tan pronto ensalzan como desprecian, llamándola "intuición femenina". En realidad no es que sea misteriosa,  sino que consiste en una combinación de advertir lo que está sucediendo y procesar eso mismo que notábamos de forma intuitiva. Guarda relación con el modo de percibir a la gente y valorar su carácter más allá de las apariencias: es la introspección en presencia o en ausencia del alma. Esa revelación de la intuición que capta el sexismo o la política de poder que subyacen en una situación determinada es la gnosis. Ese «¡Pues claro!» que decimos cuando algo que es importante para nosotras cobra sentido de repente es la gnosis. El momento en el que sabemos que nuestra pareja es infiel es la gnosis. Esa punzada interior producto de una conciencia culpable, también es la gnosis.
Hacerse mayor, y también volverse más sabia, es un proceso que dura toda la vida y se acelera en la tercera etapa, especialmente si prestamos atención a la gnosis que hay en nosotras. Así es como llegamos a conocer el arquetipo de Sofía. Sofía es una vía de conocimiento, a saber, una fuente de sabiduría interior y, asimismo, una mujer sabia arquetípica. En resumen, cuando Sofía mora en nosotras, percibimos la esencia  de la cuestión o las cualidades anímicas de los demás.

Sofía, la mística

La mística es un aspecto del arquetipo de Sofía que se evoca a través de experiencias numinosas. Si bien las palabras no son suficientes, aquellas que comúnmente se utilizan para describir el significado de numinosidad son temor reverencial, belleza, gracia, divinidad e inefabilidad. Las experiencias numinosas no son infrecuentes (las puede haber vivido la mayoría de la gente), pero una experiencia numinosa es el momento determinante de toda mujer que se convierte en mística. A partir de entonces conocer a Dios (esta gnosis en especial) se convierte en la aspiración central de su vida espiritual, y esa vida espiritual se convierte en su vida. Esa mujer puede intentar expresar la experiencia para darle un sentido, y sólo puede hacerlo con un lenguaje metafórico. Anhela establecer una relación duradera de unión mística con la divinidad. El misticismo femenino floreció en las comunidades religiosas femeninas del Medioevo. Hildegard von Bingen fue una mística de la época. También podríamos citar a Teresa de Ávila, Juliana de Norwich, Clara de Asís, Catalina de Siena o Catalina de Génova. En una época en que las mujeres del mundo secular se casaban jóvenes, tenían muchos hijos y debían llevar una casa, el lugar más adecuado para una mística era una orden religiosa. Las mujeres místicas abundaron en la época medieval porque a una monja se le permitía buscar la unión mística con Dios o con Cristo, y no tenía que ocuparse diariamente de la casa. Era célibe, y su pasión podía encaminarse a una unión espiritual, dado que carecía de la posibilidad o la necesidad de mantenerse a sí misma. Sofía otorga a las experiencias un sentido espiritual o filosófico. El arquetipo no sólo se siente propenso a vivir acontecimientos místicos, sino que anhela conocer su significado.
Puede que las mujeres místicas contemporáneas se sientan todavía atraídas por las comunidades religiosas y encuentren que un monasterio occidental o un ashram oriental sean campo abonado para la experiencia mística. No obstante, dado que las místicas experimentan la divinidad directamente, y de entrada las mujeres (especialmente las más mayores) ya no dan importancia a la jerarquía, cuestionan el dogma y son conscientes de la existencia del sexismo, también abandonan si descubren que el dogma y las creencias de una religión en particular constriñen y entran en conflicto con todo aquello en lo que creen profundamente. Las mujeres tienen más libertad que nunca para decidir lo que harán, y una de las consecuencias que de ello se deriva es que las mujeres se inspiran en la introspección mística para orientar su vida de un modo personal y pleno de sentido. La mayoría puede que no se definan a sí mismas como místicas, pero sus experiencias místicas perviven en lo más profundo de su identidad y en la manera de orientar su vida. Las mujeres, libres de tener que ajustarse a las definiciones que las instituciones otorgan al significado de sus experiencias místicas, están definiendo la espiritualidad de nuevo. El mostrarse receptiva al misticismo puede que sea un talento o una habilidad natural en la psique de una persona, o quizá sea una cualidad que sobrevenga cuando la meditación ya se ha convertido en una práctica espiritual. Este sentido místico y sofiánico de unicidad y revelación puede aparecer en un momento sagrado, o bien su duración puede prolongarse, y la introspección que realicemos para desentrañar su significado puede ser instantánea o durar toda una vida. A medida que un mayor número de personas incorporan la meditación a sus vidas como práctica espiritual o como método para reducir su ansiedad, van cultivando un espacio para el arquetipo de Sofía y abriéndose a las experiencias místicas.
Ann Bancroft escribió las siguientes palabras en la introducción que hace en su libro Hilanderas de la sabiduría: «Hace doce años escribí un libro sobre místicos del siglo xx y casi todos eran hombres. En esa época lo lamenté, pero en realidad la presencia de la mujer en ese campo parecía bastante insignificante. Sin embargo, en el brevísimo periodo de tiempo que ha transcurrido hasta nuestros días el movimiento feminista ha dado a conocer al público un considerable número de pensadoras de gran entidad». Por otro lado, Bancroft también quería ver si era posible hallar una visión y un modo de ser auténticamente femeninos que se diferenciaran de las ideas masculinas de la espiritualidad; y lo hizo: «Las mujeres tienden a considerar todas las cosas que las rodean reveladoras, reveladoras de la totalidad y lo completivo y poseedoras de una cualidad numinosa. Para poder ver las cosas de este modo hay que prestar una cierta atención, y las mujeres son muy buenas en eso. No me refiero a la clase de atención que se requiere para adquirir conocimientos, sino más bien la que surge cuando nos desprendemos de todos los conceptos y nos abrimos a lo que está ahí afuera».
En el retrato que Bancroft realiza de las místicas se advierte que todas ellas renovaron y cultivaron la relación mística que establecieron con lo sagrado a su manera: fuere en la naturaleza, fuese en la creatividad, la contemplación o una relación profunda que mantuvieran con otra persona, y todo eso llevando una vida que nada tiene que ver con el misticismo, razón por la cual la mayoría no se consideró jamás "mística". Su misticismo fue la fuente de sabiduría que iluminó el camino especial que habían escogido. Por ejemplo, el misticismo de Joanna Macy maduró a través de la meditación budista e hizo que aumentara su interés declarado por la justicia social; así fue como se convirtió en una activista antinuclear y una ecologista. Macy practica y enseña a otros "ecología profunda", un modo activo e imaginativo, basado en la meditación, de escuchar a las plantas, los animales e incluso las piedras para hallar el sentido más profundamente místico de la estructura de la vida. Las percepciones místicas a menudo parecen inspirar a activistas que, como Joanna Macy, se consagran a su causa porque han logrado establecer una conexión visionaria y amorosa con aquello que intentan salvar o defender.
Las experiencias místicas inspiran también la escritura, la poesía y el arte. Meinrad Craighead es un ejemplo de una artista cuya pintura y cuyo misticismo han devenido inseparables. Era ya una artista consumada cuando a través de la oración sintió la llamada de hacerse monja e ingresó en un convento benedictino. Allí vivió catorce años, dando por sentado que permanecería en la comunidad religiosa toda su vida. Craighead pintaba como acto de devoción, y las pinturas surgidas de su experiencia anímica de la belleza eran del Dios Madre. Tanto la pintora como sus pinturas, que son las expresiones visuales de su sabiduría mística, encontraron un vehículo
de expresión en Las canciones de la madre: las imágenes del Dios Madre. Sherry Anderson y Patricia Hopkins la entrevistaron para The Femenine Face of God y narraron el vínculo inseparable que existe entre su misticismo y su arte. Para ella dibujar era un acto de gratitud, un acto que le permitía expresar una «gratitud desbordante por el mero hecho de la existencia; no sé si rezar me creaba la necesidad de dibujar o si dibujar me hacía rezar. Nunca he sido capaz de identificar lo uno sin lo otro». Meinrad abandonó el convento y ahora vive, pinta y da clases en Nuevo México. Sigue todavía la senda de la oración, pero ha introducido un nuevo elemento en su obra: unos pájaros sobrevolando el paisaje. Estos símbolos de libertad aparecieron antes de que la pintora abandonara los confines del monasterio. Poco después de su marcha escribió un artículo en el cual confesaba que le resultaba imposible «apoyar una liturgia que exaltaba la imagen de un Dios masculino y animaba a las mujeres a llevar una vida limitada, subordinada y definida por el clero».
 Las sofías contemporáneas suelen ser unas «místicas a escondidas» que quizá cambiaron el rumbo de sus vidas tras una experiencia mística o cuyo trabajo cotidiano se nutre de su capacidad para acceder a esta sabiduría interior, aunque ese elemento tan significativo permanezca oculto. La vinculación o la unión con la divinidad es una experiencia íntima y privada que los demás fácilmente malinterpretan, por no mencionar lo difícil que resulta siempre, sino imposible, comunicar de forma adecuada una experiencia inefable. Muchas mujeres que han intentado describir sus visiones místicas y se han encontrado con que tenían que defenderlas o justificarlas, han acabado llegando a la conclusión de que basta vivir con ese vínculo, especialmente cuando la vida que llevan siguiendo a su gnosis es su camino de individuación.
 Cuando Sofía no es únicamente la fuente de introspección mística sino también el arquetipo que ocupa totalmente la atención de una mujer, entonces es acertado decir que esa persona es una mística y que el trabajo de orientarse hacia sí misma consiste en encontrar un medio de expresión y un modo de transmitir la visión profunda que ha adquirido. Sabemos de la existencia de otras místicas gracias a sus textos. Entre los ejemplos que pueden citarse del siglo xx se cuentan Evelyn Underhill, Simone Weil y Bernadette Roberts.

Sofía, la líder espiritual

Los papeles religiosos de cura, pastor o rabino no fueron ocupados por las mujeres hasta finales del siglo xx. Las mujeres no podían satisfacer la llamada interior que las instaba a mediar entre la divinidad y la congregación, lo que sería la función sacerdotal, ni predicar o ser teólogas. Muchas mujeres recuerdan que las ridiculizaban en la infancia cuando decían que de mayores querían ser sacerdotes. Elegir esa vocación era imposible (aunque se sintieran profundamente llamadas a servir a Dios). Del mismo modo que a las niñas que querían ser médicos a menudo se les decía: «No puedes ser médico, pero puedes ser enfermera», a ellas se les decía: «No puedes ser sacerdote, pero puedes ser monja». Eso es lo que todavía se les dice a las niñas catolicorromanas.
El feminismo de los setenta influyó decisivamente en las admisiones de mujeres a las carreras de medicina y derecho de la década inmediatamente posterior. Anteriormente en las clases de la facultad de medicina la presencia de mujeres había sido puramente simbólica. Diez chicas por clase en una aula de cien alumnos (ése era el número de mujeres que había en mi clase de medicina) era un porcentaje extraordinariamente elevado. Una década más tarde, sin embargo, ya no resultaba tan extraño ver que el cincuenta por ciento de los alumnos eran mujeres. Este cambio numérico también se produjo en las facultades de derecho. Ahora bien, las facultades de teología se normalizaron con mayor lentitud, y el incremento de alumnas se retrasó al menos una década, pero a finales del siglo xx los seminarios que admitían a mujeres sufrieron un incremento similar. No obstante, seguía vigente la oposición de la Iglesia católicorromana y el judaísmo ortodoxo, que sancionaban religiosamente la ordenación de mujeres. En la mayoría de confesiones protestantes, y en el judaísmo reformado y el conservador, sin embargo, la ordenación de mujeres pasó a convertirse en un tema prioritario cuando algunas mujeres a título personal intentaron hacerse sacerdotes, ministros o rabinos y se encontraron con una fuerte oposición. La mayoría de confesiones y sinagogas de carácter liberal cuentan actualmente con muchas mujeres sacerdote.
La convención anual del año 2000 de los líderes bautistas del sur, que representa a quince millones y medio de personas, sirvió para revisar la política anterior, que había tenido como consecuencia la ordenación de casi cien mujeres pastoras y copastoras, y en ella se declaró que el púlpito era sólo para los hombres. El reverendo Bill Merrell, su portavoz oficial, citó la declaración del apóstol Pablo: «A la mujer no le consiento enseñar ni arrogarse autoridad sobre el varón, sino que ha de estarse tranquila en su casa» (I Timoteo 2:12).
El misticismo del arquetipo de Sofía arroja nueva luz sobre el significado de los textos, las creencias y los rituales religiosos. Con Sofía, por consiguiente, la teología puede ser el tema del diálogo interior, y el escribir, la manera de describir la experiencia mística. Para algunas mujeres el hacerse sacerdote, pastor o rabino es una vocación interior que todavía no se les permite desarrollar. La obediencia a la autoridad masculina y la interpretación literal de pasajes escogidos del Antiguo Testamento, la Biblia o el Corán, caracterizan a las religiones que rechazan el liderazgo espiritual de las mujeres.
El problema es que no sólo sufren las mujeres a las cuales se niega el acceso a los púlpitos, sino también las mujeres de la congregación que padecen su ausencia. Recuerdo la época en la que acudía a la iglesia episcopaliana y oficiaba Barbara St. Andrews. Era a principios de los ochenta, y era también la primera vez que veía a una sacerdotisa con alzacuellos hablando desde el púlpito y ofreciendo la comunión. Primero me pareció rarísimo, pero luego me sentí más liberada. Fue algo similar a cuando vi por primera vez a un asiático como yo desempeñando un papel respetable o digno. Necesitaba verlo con mis propios ojos para que mi mundo se extendiera. Dondequiera que haya discriminación, sentir que estamos ante "alguien como yo" nos reconforta y reafirma, a menos que hayamos interiorizado tanto el odio hacia nosotras mismas que neguemos la posibilidad de identificarnos con esa otra persona.


El trabajo de la tercera etapa de la vida

Las tareas que nos absorben a las mujeres durante la primera y la segunda etapas de la vida son: adquirir conocimientos objetivos y experiencias, hacer frente a las necesidades y a la realidad, y concentrarnos en los objetivos y las relaciones. Es a eso a lo que dedicamos nuestras energías. Sin embargo, las prioridades van cambiando a partir del momento en que entramos en la tercera etapa, y la pregunta decisiva resulta ser la siguiente: ¿Qué es lo que me importa realmente ahora? Ha llegado el momento en que Sofía, el arquetipo de la sabiduría mística y espiritual, adquiere mayor relevancia.
Lo que le interesa a Sofía es el sentido espiritual, filosófico o religioso, y eso se convierte en la tarea que ocupará la tercera etapa de la vida. Las cuestiones espirituales y anímicas pasan a un primer plano cuando Sofía es un arquetipo activo. La mayoría imaginamos nuestra propia muerte, no para abundar en los aspectos morbosos, sino porque es el momento de pensar en ello. Es en la tercera fase cuando el tema de la muerte nos invita a reflexionar sobre el sentido de la vida. La muerte de los padres en edad avanzada tras haber sufrido una enfermedad convierte a las mujeres de mediana edad en la generación más mayor, la siguiente llamada a desaparecer. Si tenemos a nuestro cuidado a una madre delicada y vulnerable, es posible que veamos el reflejo de lo que seremos nosotras en unos años; o bien puede que contraigamos una enfermedad que ponga en peligro nuestra vida o nos dé un buen susto que nos haga pensar en nuestra propia muerte. Rezar es un acto casi instintivo cuando se está en plena crisis o cuando la muerte es posible, y la oración activa el arquetipo de Sofía.
En esos momentos pensamos en la muerte y la divinidad, o bien en la mortalidad y la eternidad o en nuestras creencias religiosas y la fe personal; en el momento en que Sofía se convierte en un arquetipo activo, reconsideramos nuestras creencias. En las fases más tempranas de la vida las cuestiones de fe son mucho más concretas y tienen que ver con el seguimiento o el cuestionamiento de la religión propia; las opiniones de la iglesia y del templo tienen una influencia directa en la sexualidad de una mujer, en su capacidad de elegir el camino de la reproducción o la contracepción, en el matrimonio, en la educación de los hijos y en el divorcio.
Las mujeres, especialmente en la tercera etapa de sus vidas, son normalmente las feligresas más devotas y activas de las iglesias y las sinagogas. Quizá la gran mayoría de clérigos y teólogos sean hombres, pero son las mujeres las que llenan los bancos de las iglesias y mantienen activa la comunidad con su asistencia y su trabajo como voluntarias. Puede que las mujeres, al alcanzar la vejez, anhelen formar parte de una comunidad espiritual o se descubran a sí mismas asistiendo a oficios religiosos. Esto se da incluso en mujeres que, influenciadas por el movimiento feminista, se sintieron incómodas con el sexismo de la religión tradicional y, sin embargo, con el tiempo han regresado a esa religión tan familiar para ellas.
Cuando las mujeres a las cuales influyó el movimiento feminista llegan a la vejez, descubren que Sofía despierta algo nuevo en ellas y les hace plantearse dilemas religiosos que deberán resolver personalmente. Quizá se muestren en desacuerdo con las creencias y, no obstante, se sientan cómodas con la liturgia, o bien les resulte que el líder de la Iglesia, el cura o el gurú es demasiado indigno, o simplemente demasiado joven, para ayudar a una vieja en su búsqueda espiritual, pero ésa seguirá siendo su comunidad. Solucionar los sentimientos religiosos y espirituales y las lealtades y las creencias son tareas sofiánicas. Con Sofía, el hecho de albergar dos sentimientos aparentemente contradictorios puede resolverse a través de la oración y la gnosis, o bien puede que permanezcan sin resolver y adquieran tintes de paradoja. Por ejemplo, una feminista puede ser consciente de lo incongruente que resulta con su feminismo seguir la religión ortodoxa, y a pesar de ello seguir en su empeño, porque sabe a ciencia cierta que ése es su lugar. Otra mujer, en cambio, también en armonía con su Sofía interior, puede saber con toda certeza, partiendo de la misma información, que le ha llegado el momento de abandonar una comunidad de creyentes en concreto porque ya no pertenece a ella. El arquetipo de Sofía no se preocupa de dar una respuesta políticamente correcta, sino de conocer y seguir su camino del alma particular, y en ocasiones ese camino le lleva de vuelta a la Iglesia.
Kathleen Norris, autora de Cloister Walk, nos plantea el ejemplo de una mujer en la tercera etapa de su vida que se aferró a su fe y al sentido de su tradición religiosa de un modo sofiánico e intelectual. Después de haber estado apartada de la religión durante veinte años, empezó a acudir de nuevo a la iglesia y, en palabras de la autora, «por razones que no comprendía, la iglesia me pareció un lugar en el que necesitaba estar. Sin embargo, para poder vivir en él, para poder reclamarlo como mío, tuve que reconstruir mi propio vocabulario religioso. Las palabras tenían que convertirse en algo real para mí y adquirir un sentido existencial». Siguiendo su gnosis, determinó el significado de cada vocablo a partir de la información que recababa y de recurrir a su experiencia personal. El resultado fue un léxico propio de palabras cristianas relevantes que quiso compartir con los demás en Amazing Grace. Mientras buscaba sentido a cada una de las palabras, Norris se fue convirtiendo gradualmente, si bien cuando empezó no contaba con que ese libro acabara transformándola en cristiana.
Cuando Sofía se manifiesta activamente como el arquetipo de la sabiduría, surge una necesidad acuciante de encontrar un sentido y reconciliarse con las propias creencias a través de la gnosis. Carol Lee Flinders describe en At the Root of this Long¡ng su viaje desde el compromiso con el feminismo en su juventud hasta que se convierte en una mujer casada y en una madre que forma parte de una comunidad espiritual. Al cumplir los cincuenta, una serie de acontecimientos y pensamientos, y una insistencia interior que le exigía reconciliar su feminismo con su práctica espiritual, empezaron a inquietarla. «Mi feminismo y mi espiritualidad han estado siempre estrechamente conectados, exigiéndome objetivos con la misma intensidad. Empecé a meditar por vocación, y también confieso que por una necesidad que me rompía el alma de llegar al conocimiento de mí misma y desentrañar el sentido de mi vida. Mi feminismo surgió del mismo manantial de sensaciones, y en muchos aspectos la vida que he escogido lo ha satisfecho. Sin embargo, una parte de mí (la parte que siempre ha sido consciente de las actitudes que degradan a las mujeres y las niñas de forma tan universal y sistemática) era como un músculo dolorido por la continua tensión y el mal uso que de él se hacía.» Flinders conservó en su interior estas tendencias contrarias en apariencia hasta que reconoció que consistían en dos mitades de un mismo todo espiritual: se completaban mutuamente. Se dio cuenta de que «el feminismo se inflama cuando mana de su espiritualidad intrínseca», y vio cómo el feminismo incluso podía ser definido como un movimiento de resistencia basado en la espiritualidad.

La oración

La oración como el acto de estar en comunión con lo divino es un acto universal, tal vez incluso instintivo, y el objetivo central de la mística. Todas las tradiciones espirituales incorporan la oración en sus oficios divinos, y la mayoría de nosotros hemos inclinado la cabeza cuando un cura, un ministro o un rabino ora en voz alta o pronuncia al unísono con toda su congregación una oración que nos resulta familiar. Para Sofía, la oración es casi más "escuchar" que hablar, y ambos términos de la "conversación" pueden carecer de palabras. A tal efecto Anderson y Hopkins hallaron en sus investigaciones que: «La comunión con lo divino es una experiencia profundamente personal y misteriosa, y las mujeres que hemos entrevistado describen sin cesar que abrirse a este misterio puede hacerse de maneras muy diversas. Unas rezan en solitario, otras rezan en comunidad. Algunas en voz alta, otras en silencio. Hay quien reza de ambos modos. Unas rezan dentro, otras fuera. Algunas siguen las liturgias y las oraciones formales de su juventud, mientras que otras inventan nuevos rituales y liturgias. Algunas cantan sus oraciones, otras las bailan, y otras incluso pintan, interpretan o nadan con sus oraciones.»

¿Cómo rezas?
Piensa en el modo y la manera como rezas. Incluye en tu definición de oración esos momentos en que te has sentido conmovida por la divinidad o en contacto con ella (con Dios, el Gran Misterio, el Dios Madre, la Diosa, Tao, una santidad sin nombre o la sensación de gracia, siempre que hayas tenido la sensación de que estabas viviendo «un momento sagrado»).



Matrimonio y Sofía

Las mujeres en plena búsqueda espiritual se vuelven hacia sí mismas cuando descubren y desarrollan el arquetipo de Sofía. Este momento privado de comunión interior y la gnosis que aparece aleja el centro de atención de la mujer de las preocupaciones externas, incluido su matrimonio. En teoría tendría que ser posible encontrar el equilibrio, pero cuando Sherry Anderson y Patricia Hopkins entrevistaron a mujeres cuya espiritualidad era fuente de inspiración para las demás en The Feminine Face of God, sus historias dieron pie a la pregunta de si es posible para una mujer centrarse en esa búsqueda espiritual y mantener un matrimonio o una relación amorosa con un hombre.
«Empezamos a notar que nadie se preguntaba si las mujeres podían ser fieles a sí mismas y educar a los hijos, tener amistades íntimas o incluso mantener una relación amorosa con otra mujer. Las preguntas versaban explícitamente sobre las relaciones a largo plazo entre hombres y mujeres; y parecía que las verdaderas cuestiones que subyacían a esas preguntas eran: en nuestra cultura de dominación masculina, ¿qué sucede cuando una mujer no quiere o no necesita ser diferente a los hombres? ¿Qué pasa cuando ya no modulamos automáticamente nuestras personalidades o reorganizamos nuestras prioridades para adaptarnos a nuestro marido o amante? ¿Acaso se rompe el nexo de unión que cohesiona las relaciones masculino-femeninas?»
A partir de los datos que recabaron, vieron que el setenta y uno por ciento de los matrimonios acababan en divorcio.  Casi todas las mujeres con más de cincuenta años estaban seguras de que no volverían a casarse, mientras que las mujeres más jóvenes veían compatible conservar un matrimonio basado en el amor y seguir una senda espiritual. Sin embargo, y dado que, por lo general, solemos partir de la soledad para alcanzar la contemplación, practicar la oración y la meditación y vivir la experiencia mística, la necesidad de tener una relación y el tiempo dedicado a Sofía entrarán en conflicto. Hemos de advertir que surgirán problemas, y que hay que ser consciente de que la solución podría estribar en tener que elegir entre ambas cosas.

Sofía como diosa del Antiguo Testamento

Sofía entra en la cultura occidental como algo más que un arquetipo. Para muchos es una divinidad femenina o un nombre que sirve para denominar el aspecto femenino de Dios. Las mujeres educadas en la tradición judeocristriana ignoran que el Dios del Antiguo Testamento, la masculina trinidad cristiana, y el monoteísmo patriarcal no existían desde el principio, y tampoco saben que en el Antiguo Testamento hay referencias veladas a diosas. Es instructivo descubrir que los esfuerzos actuales de las mujeres por introducir una feminidad sagrada en la religión, disponer de sacerdotisas o contar con un lenguaje para la divinidad que no sea exclusivamente masculino no son una invención nueva en absoluto, sino únicamente una muestra del rechazo actual a la negación de la divinidad femenina o las vocaciones sagradas de las mujeres. Cuando tras descubrir a Sofía en sí mismas las mujeres mayores se enteran de que la diosa fue negada y posteriormente eliminada, ese conocimiento intelectual aumenta su gnosis y les aporta una sensación creciente de sabiduría interior.
Para empezar, en hebreo no existe la palabra "diosa", así que el término no puede aparecer en el Antiguo Testamento. La consecuencia psicológica de esta ausencia de denominación es la ausencia de reconocimiento. A través del lenguaje aprendemos lo que son las cosas y les adjuntamos cualidades. Si no poseemos el vocabulario, por consiguiente, nos resultará muy difícil imaginar la idea de una divinidad femenina. La teología del patriarcado afirma que Dios es varón, y que los hombres están creados a imagen de Dios y poseen el dominio de todas las cosas.
Es curioso, no obstante, que no exista una palabra para designar a la diosa y que el monoteísmo niegue incluso esa posibilidad cuando, de hecho, aparece una diosa en los Proverbios del Antiguo Testamento. Era Chokmah en hebreo, la cual se convirtió en Sophia en griego y más tarde en la palabra neutra y abstracta "sabiduría".
En la versión revisada de la Biblia, Sofía habla en primera persona como encarnación de la "sabiduría". La descripción que hace de sí misma y su modo de hablar pertenecen al de un ser divino femenino. Sus atributos son los de una diosa de la sabiduría que dice: «Mío es el consejo y la previsión, mía la inteligencia, mía la fuerza», y luego nos ofrece el relato biográfico de sí misma, el cual he abreviado a continuación:

El Señor me creó como su manifestación primera, con anterioridad a sus obras, desde siempre. Desde la eternidad fui constituida, desde el comienzo, antes de los orígenes de la tierra. Cuando aún no existían los océanos fui dada a luz, cuando todavía no existían las fuentes, ricas en aguas. Antes que las montañas se hubiesen asentado, antes que los collados fui dada a luz, cuando aún no había hecho tierra ni campos... Cuando preparaba los cielos, allí estaba yo, cuando trazó un horizonte sobre la faz del abismo. Cuando sujetó las nubes en lo alto, cuando afianzó las fuentes del océano. Cuando señaló su límite al mar para que las aguas no traspasasen su mandato, cuando trazó los cimientos de la tierra, junto a Él estaba yo como artífice, y era cada día sus delicias, jugueteando ante El en todo instante, jugueteando en su globo terrestre y teniendo mis delicias en los hijos de los hombres».
Miguel Ángel pintó esta escena en el techo de la Capilla Sixtina. Sofía está situada al lado de Dios, quien tiende su dedo para tocar el de Adán. La escena es curiosa porque la imagen que siempre nos viene a la mente es la de dos figuras masculinas. Sofía está en un primer plano y, no obstante, solamente vemos a Dios y a Adán. Es como si al no poseer el concepto ni la palabra para denominar a la diosa, parece que no podamos ver a Sofía incluso cuando se encuentra presente. En La sabiduría de Salomón (un texto apócrifo escrito en hebreo alrededor del 100 a. de C), Sofía es una presencia divina incluso más declarada. Salomón afirma que aprendió todo lo que estaba oculto o era manifiesto de Sofía, cuyas artes habían creado todas las cosas. En la literatura judía, en una cultura que mantiene oficialmente la existencia de un Dios único, Sofía representó un problema a la hora de conciliar el monoteísmo con la existencia de una diosa. La solución de compromiso fue negar la existencia de la divinidad femenina y considerar las referencias a ella una expresión poética.

El monoteísmo elimina a la diosa

El monoteísmo de Moisés y los israelitas exigía la eliminación de la diosa. Cuando leemos en la Biblia los fragmentos sobre la guerra por la tierra prometida y las luchas contra la veneración de "falsos dioses", obviamos lo más importante: que el Señor (traducción de Yahvé) y sus profetas estaban erradicando la persistente veneración a la diosa. Las diosas eran abominaciones, y aquellos que hacían imágenes de ellas o las veneraban eran maldecidos por el Señor.
La cosmología de la teología judeocristiana se cuenta en el Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento. Hay un Gran Dios Padre, el cual es un ser supremo que existe desde el principio. Dios gobierna solo. No tiene linaje, familia ni esposa. El primer día de la creación, Dios decretó: «Que haya luz», y se hizo la luz. Durante los siguientes cinco días Dios ordenó decretos, y se cumplieron sus palabras.
En The Myth of the Goddess, Anne Baring y Jules Cashford sitúan la cuestión en su contexto cultural: «En la mitología hebrea toda la diversidad de divinidades masculinas de las culturas tempranas (Enlil, Ptah, Marduck y El) se funden en una única imagen, la del Gran Dios Padre, el cual entra en el escenario de la Biblia como si fuera la primera y única deidad. La exaltación del dios engendrado por la diosa madre como dios padre se había conseguido en la mitología babilónica, pero sería más tarde cuando se convertiría en un dios supremo, como si la idea de una diosa madre no hubiera existido nunca en la psique humana».
El Antiguo Testamento relata cómo Moisés sacó a su pueblo de Egipto para llevarlo a la tierra prometida, que todavía pertenecía a los pueblos que veneraban a la diosa y cuyo estilo de vida había hecho de Canaán la tierra codiciada de leche y miel. Tras conquistar tierras y gentes, los profetas arremetieron contra las abominaciones de Asherah, Anath y Ashtoreth por considerarlos dioses falsos o extranjeros. Sus nombres no me dieron indicio alguno para suponer que esos falsos dioses fueran diosas, ni pude adivinar que las abominaciones se referían a las imágenes de las diosas, los templos consagrados a ellas y las arboledas sagradas de las montañas. Cuando asistía a la escuela dominical o incluso a clase de religión en la universidad, yo no tenía ni idea de que el dios del Antiguo Testamento y sus profetas habían arrasado con toda huella del culto a la diosa, destruyendo estatuas o pinturas de una mujer divina, o bien, y en el ámbito del lenguaje, anulando la palabra que la denominaba.
Asherah era el nombre semita para la Gran Diosa. A Asherah se la llamaba la "Madre de Toda Sabiduría" y "La que Da a Luz a los Dioses." A veces se la denominaba simplemente "Santidad" o, en referencia a la luna, la "Señora que Atraviesa los Mares". A Asherah y a sus sacerdotisas se les daba el tratamiento de rabbatu, una forma femenina de rabino, que significa "santa". Eran célebres sus antiguos oráculos proféticos.
Ella sola dio a luz a las Setenta Deidades del Cielo. Asherah era la más importante de las diosas o divinidades canaanitas. Su marido fue El, y su hija Anath, también llamada Ashtoreth o Astarté. El marido y hermano de Anath fue Baal, dios que se contaba entre las divinidades de mayor importancia.
La invasión de Canaán alrededor del 1200 a. de C. por parte de los israelitas fue en muchos sentidos una recapitulación de la invasión de la Europa antigua por parte de las tribus nómadas y guerreras kurgan que ofrecían su culto a un dios celestial. Después de errar por el desierto durante cuarenta años, los israelitas, que habían sido convertidos en esclavos del faraón egipcio, se habían transformado por aquel entonces en un endurecido pueblo guerrero. Al igual que la Europa antigua, Canaán era una tierra poblada y cultivada, habitada por un pueblo de artesanos que rendía culto a la diosa. Al igual que los kurgan, tan pronto como los israelitas se erigieron vencedores, cayeron bajo la influencia de los pueblos conquistados e integraron a su diosa en sus creencias. Sin embargo, los israelitas eran monoteístas, a diferencia de los kurgan, y eso era inaceptable a ojos de Yahvé. Como consecuencia, y según el Antiguo Testamento, los profetas de Yahvé realizaron un esfuerzo implacable para eliminar a la diosa Asherah y destruir todo su asherah. («Asherah» también puede traducirse como "arboleda sagrada", y es el nombre que se le da a su árbol sagrado o a la imagen que presidía sus templos, y, a veces, el Templo de Jerusalén.)
Los pueblos de habla hebrea siguieron venerando a Asherah durante siglos tras la invasión de Canaán. En la historia de Israel y Judá, desde 1200 a. de C. hasta el exilio babilónico en 586 a. de C, descrito en The Hebrew Goddess, de Davies, aparentemente hubo ciclos en los que únicamente se adoraba a Yahvé, el dios de Israel, y ciclos en los que también se veneraba a Asherah, dependiendo de la autoridad política del momento. Asherah estuvo en el templo desde 928 a 893 a. de C. (treinta y cinco años), desde 825 a 725 a. de C. (cien años), desde 698 a 586 a. de C. (setenta y ocho años) y desde 609 a 586 a. de C. (veintitrés años).
Finalmente los esfuerzos por eliminar a la diosa tuvieron éxito. Prácticamente todo lo que se sabía sobre Asherah procedía del Antiguo Testamento, hasta que en 1930 se encontraron unas cuantas tablas con inscripciones de varios mitos escritos alrededor de 1350 a. de C. En el Antiguo Testamento se traduce «asherah» por "arboleda", sin explicar que la arboleda sagrada representaba el centro genital de la diosa, el lugar donde nacían todas las cosas.
El primero y segundo mandamientos hablan directamente de la erradicación de la diosa. Según el análisis que hace Leonard Shlain en El alfabeto contra la diosa, el Primer Mandamiento, «Yo soy Yahvé, tu Dios. No tendrás otro dios frente a mí» (Éxodo 20:2-3), anuncia la desaparición de la diosa y declara que Yahvé no tolerará que se mencione a ninguna otra. El Segundo Mandamiento prohíbe absolutamente realizar imágenes de cualquier clase (el énfasis es de Shlain): «No te fabricarás escultura ni imagen "alguna" de lo que existe arriba en el cielo, o abajo en la tierra, o por bajo de la tierra en las aguas». Si la lista de mandamientos está hecha por orden de importancia, resulta que el mandamiento contra la fabricación de imágenes es más importante que el asesinato, el adulterio, el robo y todo lo demás. La prohibición de hacer arte representativo implicaba que era un pecado hacer esculturas o pinturas inspiradas en la belleza y el poder de la naturaleza o en la cara y el cuerpo femeninos. Era el mandamiento de un dios celoso, cuya rival era una diosa.

La Sofía gnóstico-cristiana

En el Nuevo Testamento también la divinidad es exclusivamente masculina. Padre, hijo y espíritu santo (masculino) comprenden la trinidad cristiana. Sin embargo, hasta mediados del siglo xx se mantuvo literalmente escondida la existencia de antiguos Evangelios cristianos que se escribieron al mismo tiempo o incluso antes que los del Nuevo Testamento. Se los ha denominado Evangelios Gnósticos. En algunos de estos textos se describe a Sofía como una diosa judeocristiana, a Yahvé como el hijo de una gran diosa madre y a la trinidad como un todo compuesto de padre, madre e hijo.
El descubrimiento y la traducción de los Evangelios Gnósticos coincidió de manera extraordinaria con la aparición del feminismo en la psique de las mujeres norteamericanas. El suceso me chocó por su sincronicidad, ¡la información llegaba en un momento tan propicio! Originariamente escritos en griego, las traducciones coptas se ocultaron y conservaron durante mil quinientos años, hasta que se descubrieron en una era en la que los métodos científicos podían preservarlas, una época en que había eruditos capaces de traducirlas (eruditos que no estuvieran vinculados con la Iglesia y se vieran obligados a salvaguardar la fe ortodoxa) y teólogas y eruditas con un interés manifiesto por Sofía y por conocer cuál había sido la participación de las mujeres en las primitivas comunidades cristianas.
En diciembre de 1945 un campesino árabe hizo un descubrimiento arqueológico extraordinario en una montaña horadada por un sinfín de cuevas y situada en el Alto Egipto, cerca de la ciudad de Nag Hammadi. Descubrió trece libros de papiro dentro de una inmensa tinaja de barro cerrada herméticamente, y esos libros resultaron ser los evangelios de los cristianos gnósticos y herejes. En el texto se describe a una creadora y maestra divina llamada Sofía. Tras permanecer muchísimo tiempo oculta, Sofía (reverenciada como figura divina en estos textos) se revelaba ahora como una diosa judeocristiana.
Los papiros llamaron la atención del gobierno egipcio cuando ciertos comerciantes de antigüedades de El Cairo intentaban venderlos en el mercado negro. Los funcionarios compraron uno de los libros (llamados códices), confiscaron casi once de los trece textos y los depositaron en el Museo Copto de El Cairo. Prácticamente todo el decimotercer códice, que contiene cinco textos extraordinarios, se puso en circulación y se ofreció a la venta discretamente. Esos fragmentos fueron sacados de Egipto de contrabando y escondidos en Bélgica. La noticia de la disponibilidad de este códice llegó a oídos del profesor Giles Quispel de la Universidad de Utrech en los Países Bajos, quien instó a la Fundación Jung de Zúrich a que proporcionara los fondos para su adquisición. El profesor Quispel consiguió los papiros y pasó de contrabando lo que actualmente se llama «El Códice Jung» en una aventura de tal calibre que el erudito llegó a actuar como un agente secreto.
Se puede encontrar un relato excelente sobre los textos de Nag Hammadi y su significado en Los evangelios gnósticos de Elaine Pagels, publicado en 1979. Cuando se tradujeron los manuscritos de Nag Hammadi, había en total cincuenta y dos textos fechados en los primeros siglos de la era cristiana, incluyendo una colección de tempranos evangelios cristianos, que eran unas traducciones coptas realizadas unos mil quinientos años antes que otros manuscritos todavía más antiguos y escritos originariamente en griego, la lengua del Nuevo Testamento. La investigación subsiguiente para fecharlos concluyó que algunos ya existían en la segunda mitad del siglo I (50-100 d. de C, lo cual significa que fueron escritos a la vez o incluso antes que los Evangelios del Nuevo Testamento). Estos y otros textos parecidos circulaban entre los primeros cristianos. A mediados del siglo II d. de C. los cristianos ortodoxos denunciaron que los evangelios eran heréticos, esos cristianos que aceptaron el poder de los obispos para definir la fe y determinar su práctica y que llegaron a constituir la Iglesia católica. Hasta que esos textos primitivos no vieron la luz, lo único que sabíamos de ellos lo conocíamos por los ataques de los obispos.
El cristianismo se convirtió en un culto religioso reconocido oficialmente en 313 d. de C, y tan sólo una década después, en 323 d. de C, pasó a ser la religión oficial del imperio romano (gracias a la conversión del emperador Constantino). Una vez en el poder, los obispos cristianos se apropiaron de todos los textos que habían declarado heréticos, instauraron que su posesión constituía delito, y quemaron y destruyeron todos los ejemplares. La campaña en contra implicaba reconocer su poder persuasivo, y hasta que no se encontraron los textos de Nag Hammadi, lo único que se sabía de los herejes y de sus creencias era lo que se desprendía de los escritos condenatorios de la ortodoxia. Sin embargo, tal como apunta Elaine Pagels, aquellos que escribieron e hicieron circular esos textos no se tenían a sí mismos por herejes.
Los grupos o congregaciones gnósticas eran autónomos. Había una gran variedad de creencias, y muchos escritos o evangelios diferentes. Muchos de ellos fueron atribuidos a coetáneos de Jesucristo, incluyendo a sus hermanos. Como en los Evangelios del Nuevo Testamento, aparecían frases y palabras que se atribuían a Jesús. Uno de los textos declaraba que la verdadera revelación del cristianismo llegó a través de una mujer, María Magdalena, la cual fue también amante de Jesús. Algunos cristianos gnósticos rezaban a una madre divina y a un padre divino. Muchos de los textos eran obras místicas del mismo estilo visionario que el libro del Apocalipsis. Sus escritos cosmológicos eran o bien muy diferentes a lo que se relataba en el Génesis, o bien se centraban en la segunda versión de la creación del hombre que se cuenta en el Génesis 1:26-27: «Hagamos un hombre a imagen nuestra, conforme a nuestra semejanza...». Algunos consideraban que el Dios de Israel desconocía a su propia madre, en otros se castigaba a Yahvé por su arrogancia y por sus celos.
Pagels observó que los gnósticos tendían a considerar todas las doctrinas, las especulaciones y los mitos (tanto los propios como los ajenos) únicamente interpretaciones distintas de la verdad. Su forma de percibir y comprender contrastaba radicalmente con el estilo autoritario de los obispos, para los que solamente existía una verdad, una Iglesia, un sistema de organización y, por lo tanto, sólo un cristianismo legítimo.
Los cristianos gnósticos eran igualitarios, lo cual dolía especialmente a los padres de la Iglesia. Tertuliano les acusaba de no hacer distinciones: «A todos les está permitido lo mismo, escuchan del mismo modo y rezan lo mismo (incluso los paganos, cuando alguno de ellos aparece)». Encontraba ofensivo el que «compartan el beso de la paz con cualquiera», y los consideraba arrogantes, porque «todos te ofrecen su gnosis». El lugar que detentaban las mujeres en las congregaciones gnósticas era especialmente ofensivo, puesto que poseían autoridad. Tertuliano las criticaba especialmente: «Estas mujeres herejes... ¡qué descaradas! No tienen modestia alguna; se atreven incluso a enseñar, a enzarzarse en discusiones, a llevar a cabo exorcismos, a realizar curas y puede que incluso bautismos».
Las Iglesias ortodoxas cristianas eran patriarcales. Los «Preceptos de la disciplina eclesiástica», que Tertuliano consideraba que reflejaban el comportamiento apropiado que debían observar las mujeres, especificaban: «No se le permite a una mujer hablar en la iglesia, ni se le permite enseñar, ni bautizar, ni ofrecer la eucaristía, ni reclamar el poder compartir alguna función masculina; por no citar siquiera los oficios pertenecientes al sacerdocio».
Por otro lado, y en marcado contraste con el cristianismo ortodoxo, el cual concedía prioridad absoluta al poder y la autoridad, y establecía una clara distinción de clases entre seglares y clero, los cristianos gnósticos alternaban sus puestos e intercambiaban los papeles durante los servicios religiosos. El obispo Ireneo contaba que cuando sus miembros se reunían, echaban la decisión a suertes. Al que le tocaba una cierta cantidad, hacía el papel de sacerdote; el que echaba a suertes quién ofrecería el sacramento, hacía de obispo; otro leía las escrituras, y otros, en su función de profetas, se dirigían al grupo para ofrecerles enseñanzas espirituales improvisadas. La siguiente vez que el grupo se encontrara volverían a echar a suertes los papeles para que fueran cambiando continuamente. Todos los iniciados, tanto hombres como mujeres, participaban por igual en el reparto; cualquiera podía ser seleccionado para actuar de sacerdote, obispo o profeta, lo cual también horrorizaba a Ireneo.
 Echar a suertes e ir cambiando los puestos de autoridad y del servicio religioso es un ejemplo más para ilustrar la igualdad, pero, por encima de todo, me imagino que era la expresión de una confianza absoluta en el desenlace de los acontecimientos. Dejaban que fuera el destino o la coincidencia significativa (en lugar de confiar en un azar carente de sentido) lo que determinara quién sería el recipiente a través del cual la divinidad hablaría o actuaría. Dado que Jung acuñó la palabra «sincronicidad» para referirse a las coincidencias significativas, podríamos decir que dejaban que decidiera la sincronicidad. Se ha definido la sincronicidad, irónicamente, como "la actuación anónima de Dios", lo cual, no obstante, hace referencia al temor respetuoso que acompaña a una sincronicidad significativa y especialmente misteriosa. Tal vez deberíamos considerar que se trata de "la actuación anónima de Sofía", de ese momento en que sabemos, gracias a la sincronicidad, que no existe una explicación adecuada de un suceso determinado salvo la de que formamos parte de un universo espiritual interconectado que nos ha demostrado recientemente que también somos importantes.

Hablar sobre Sofía

 El miedo al ridículo, a parecer supersticiosos o mostrarnos irracionales nos impide compartir la gnosis mística que puede haber sido o que incluso podría ser todavía un momento crucial o un acontecimiento decisivo que reconocemos como tal y los demás coinciden en calificar así. De jóvenes quizá tuvimos unos padres prácticos que tildaron de "estupidez" cualquier cosa que sonara a mística, o puede que si nuestra familia era de corte fundamentalista, hablara de una "intervención del demonio", como el clero más radical. Es posible también que los amigos de juventud reaccionaran de un modo parecido o simplemente nos escucharan con una actitud como si se estuvieran riendo de nosotras. Si hemos sido miembros de algún grupo de concienciación, recordaremos que en aquel momento no había lugar para la espiritualidad. Por otro lado, aunque podamos discutir muchos temas con el terapeuta, creo razonable que nos preocupe el hecho de que si aireamos nuestras experiencias místicas, corremos el riesgo de que las etiqueten de fantasías o delirios. Obviamente, la introspección que conseguimos a través de la gnosis no suele ser un buen tema de conversación en una reunión social. Romper el silencio y hablar de lo que consideramos nuestra realidad espiritual o explicar a los demás una experiencia numinosa, nuestra visión filosófica, o confesar que vamos a seguir nuestra vocación religiosa sólo les es posible a la mayoría de mujeres cuando pasan de los cincuenta y han encontrado amigos que comparten su misma profundidad espiritual.
A pesar de que algunas mujeres están en contacto con la sabiduría de Sofía desde niñas y no han llegado a perderla en toda su vida, las demás quizá conserven la faceta de Sofía en estado latente o la tengan algo descuidada hasta cumplir los cincuenta, dado que la segunda etapa de la vida de casi todas las mujeres se caracteriza por la falta de tiempo y una vida cotidiana que requiere grandes dotes de malabarista para combinar los papeles y las tareas. A menudo no disponemos de tiempo para cultivar a Sofía hasta que nos hacemos mayores. Si disfrutas de un círculo de mujeres con las que puedes compartir tu viaje espiritual, ese círculo se puede convertir en el crisol donde cada mujer descubra su sofía. Mostrarnos receptivas al espíritu, capaces de escuchar y valorar las experiencias místicas, sabiendo que la gnosis inspiraba las decisiones importantes de la vida que tomaron los demás, crea un ámbito seguro donde cultivar la sabiduría de Sofía.

 

LA DIOSA DE LA SABIDURÍA PSÍQUICA E INTUITIVA

Hécate en el cruce de caminos

En la mitología griega, Hécate era la diosa de las encrucijadas que podía ver tres caminos a la vez. Es la diosa que encontramos cuando llegamos a un cruce de caminos. Ve de dónde venimos y adonde puede llevarnos cada camino de la encrucijada. Es un arquetipo que nos resultará familiar a todas las que prestamos atención a los sueños y las sincronicidades, nos basamos en las experiencias anteriores y recurrimos a la intuición para decidir nuestra senda.
Hécate es una diosa de la intuición. La perspectiva que tiene de los tres caminos le permite ver la relación que existe entre pasado, presente y futuro. Esta habilidad para ver los patrones que vinculan situaciones o relaciones del pasado con las circunstancias presentes es una forma intuitiva de percepción. A una persona intuitiva no le resulta extraño ni misterioso comprender la evolución de una situación determinada (o los propósitos de alguien en concreto). En las encrucijadas más significativas Hécate se encuentra silenciosamente presente como testigo interior. Su sabiduría procede de la experiencia; es la que nos hace más sabias a medida que nos hacemos mayores. Ante las bifurcaciones importantes de nuestro camino, Hécate recuerda el cariz del pasado, ve el presente con honestidad y percibe lo que se nos avecina anímicamente. Ahora bien, su función no es elegir por nosotras y, por consiguiente, tampoco juzgarnos. Para conocer su sabiduría, hemos de hacer un alto en el camino y consultarle. Debemos escuchar lo que nos dice con la voz de nuestra propia intuición.
En ocasiones nos ocurre algo que nos hace comprender que ya nada en la vida será igual. A pesar de saber que no es posible seguir como antes, no estamos seguras de lo que debemos hacer. Si de jóvenes éramos muy impulsivas y nos dejábamos llevar por las emociones sin reflexionar ni pensar demasiado las cosas, ahora nos sorprenderán esas mismas emociones, pero la madurez (que a menudo aparece muy vinculada a la responsabilidad personal ante otras personas) nos impedirá que actuemos basándonos en ellas. Conocemos la importancia que reviste nuestra decisión, y nos ha llegado el momento de acudir a Hécate para que nos ayude a tener una mayor amplitud de miras y nos permita quedarnos en el cruce de caminos hasta estar bien seguras de la senda elegida.
Puede que nos encontremos ante una encrucijada vital y no nos haya conducido a ella un acontecimiento externo, sino nuestra psique, que nos insta a cambiar. Es habitual que la mujer que ha seguido un camino (o dirección arquetípica) durante varias décadas deba cambiarlo antes de llegar a la tercera etapa de su vida. Cuando se tiene la sensación de que se ha llegado a un punto en el que lo que hacemos ya no nos interesa demasiado, nos encontramos en la encrucijada de Hécate.
Hécate es la diosa presente en la antesala de las principales transformaciones. La encarna la comadrona que asiste el parto, y las mujeres que facilitan el tránsito del alma cuando ésta abandona el cuerpo al morir. Metafóricamente, Hécate es una comadrona interior cuya perspectiva nos ayuda cuando damos a luz nuevos aspectos de nosotras mismas. Nos ayuda a desprendernos de aquello que va a morir: actitudes anticuadas, papeles desfasados y cualquier otro elemento de nuestra vida que ya no contribuya a nuestra afirmación.
Podemos descubrir a Hécate cruzando el umbral entre el viejo y el nuevo milenio. Sin embargo, y a pesar de prever la posibilidad de una nueva era para la humanidad, hasta que no la alcancemos nos encontraremos en un terreno intermedio (en un tiempo liminar, que es la palabra latina para designar "umbral", donde el potencial se vislumbra tímidamente y todavía no posee visos de solidez). A comienzos del siglo XXI la humanidad atraviesa un momento crítico donde son necesarios los cambios para impedir convertir el lugar donde vivimos (que comprende desde nuestro barrio hasta el planeta entero) en una tierra baldía. Muchas mujeres llegan a la etapa de la vejez con la sensación de querer hacer algo importante o con el impulso de "devolver" en forma de agradecimiento las oportunidades que el feminismo les ha ofrecido y comunicar su experiencia personal de que es posible provocar el cambio. Las mujeres que nacieron justo antes de la Segunda Guerra Mundial, en plena confrontación y durante la década posterior al armisticio, integraron un movimiento pacífico y, sin embargo, revolucionario en su influencia.
 Hécate está presente en el momento crucial en que la mujer inicia la tercera etapa de su vida y se escucha a sí misma. Cuando se encuentra en esta fase liminar, la mujer parece indecisa, y es como si su energía estuviera adormecida. Ahora bien, si permanece en el cruce de caminos hasta que sepa de forma intuitiva qué dirección tomar, entonces resurgirá pictórica y con renovadas fuerzas.

La diosa Hécate

Es curioso lo que ocurre con esta diosa, porque aunque hayamos seguido un curso de mitología griega o en la actualidad nos interesen los dioses y las diosas como arquetipos, Hécate se nos muestra como un personaje difuso en el mejor de los casos. Se la menciona acompañando a Deméter en la historia del rapto de Perséfone, y se la representa como la tercera diosa y la última en importancia. Hécate representa a la diosa anciana siempre que la mitología clásica divide a las diosas en grupos de tres, pauta que proviene de la desconocida diosa tripartita de los tiempos preolímpicos. Aparte de la doncella Perséfone, la madre Deméter, y Hécate la anciana, había tres diosas que encarnaban las fases de la luna: Artemisa, diosa de la luna creciente; Selena, diosa de la luna llena, y Hécate, diosa de la luna menguante y oscura. Una tercera tríada la constituían Hebe la doncella, la camarera de los dioses; Hera, la diosa del matrimonio, y Hécate, la diosa de la encrucijada. Las mujeres que en Las diosas de cada mujer se reconocieron en los arquetipos de Perséfone, Deméter, Artemisa o Hera, quizá se hayan percatado de que al llegar a la tercera etapa de sus vidas, los caminos convergen en Hécate, el arquetipo de la mujer sabia.
En el terreno metafórico y mitológico se la percibe de forma confusa, y se la asocia al mundo subterráneo aunque nunca residiera en él. Su momento era el crepúsculo. Normalmente en luna nueva, y a veces en luna llena, se le dejaban ofrendas ("las cenas de Hécate") en los cruces de caminos. Tiempo después, cuando se tenía a las mujeres por brujas, Hécate recibió el nombre de reina de las brujas o reina del mundo de los espectros, y era vista como una figura diabólica. La poetisa Safo la llamaba reina de la noche.
Sus orígenes mitológicos no son claros, y hay discrepancias entre los pocos relatos que existen de su árbol genealógico. Por lo general, se la describe como un titán que siguió siendo diosa después de que Zeus y los olímpicos derrotaran a estas divinidades arcaicas. Hesíodo, en la Teogonía (aproximadamente en 700 a. de C), relató que su nombre significaba "la que tiene más poder", que despertaba una mayor devoción que las otras divinidades y había sido objeto del favor de Zeus, al haber recibido poder sobre la tierra, el mar y el cielo.
Ahora bien, estos reinos estaban claramente divididos y eran gobernados por divinidades masculinas, con lo cual el que a Hécate se le hubiera otorgado "poder sobre" ellos no era más relevante que el hecho de gobernar uno de esos dominios. Es posible que se interpretara más como una habilidad o clarividencia psíquica. Quizá la palabra también recogiera la faceta que se le atribuía de diosa de la magia y la adivinación, muy valorada en otros tiempos.
A Hécate se la describe como una diosa lunar que lleva un reluciente tocado o una cinta de estrellas y sostiene una antorcha encendida en cada mano. Se decía de ella que iba por los caminos de la antigua Grecia acompañada de sus perros negros. Actuaba como una presencia invisible en los cruces de tres caminos, o bien tomaba forma visible de pilar o Hecterion, que era una estatua de tres rostros que miraban en las tres direcciones. Con el tiempo Hécate fue perdiendo credibilidad y se transformó en la diosa de los tres caminos (que procede de la palabra latina trivia, que significaba "encrucijada").
En Mysteries of the Dark Moon Demetra George describe una antigua imagen de Hécate, representándola con tres cabezas y tres pares de brazos. Porta tres antorchas, una llave, una cuerda y una daga. Las antorchas le permiten ver en la oscuridad, la llave abre los secretos de los misterios y los conocimientos ocultos o escondidos del más allá, la cuerda es el símbolo del cordón umbilical del renacer y el cuchillo, que se convirtió en un símbolo del poder ritual, la capacidad de apartarse de las ilusiones vanas.
Las divinidades griegas estaban relacionadas con animales que eran sagrados para ellas o que presentaban sus mismas características, y por ello se convirtieron en sus símbolos. El perro era el principal animal simbólico de Hécate, a quien a veces llamaban la perra negra. Cuando la gente veía perros negros aullando en la noche, pensaban que anunciaban su presencia invisible. En lugar de tener tres rostros o tres cabezas, las estatuas que representaban a Hécate en ocasiones se componían de tres animales: el perro, la serpiente y el león; o el perro, el caballo y el oso. Aparte del perro, el otro animal al que se asociaba íntimamente con Hécate era la rana, el símbolo del feto y la gestación, una imagen totémica de la comadrona.
El tejo, el aliso y el álamo eran árboles funerarios que se asociaban a Hécate por ser la diosa de las puertas que separaban el mundo de los vivos del mundo subterráneo de las sombras. El tejo se vincula con la inmortalidad, que considera la muerte una simple transición.

El descenso al mundo subterráneo y la adquisición de sabiduría

La historia del secuestro o la violación de Perséfone se relata en los Himnos a Deméter de Homero. La doncella Perséfone estaba cogiendo flores en el prado cuando se sintió atraída por una flor bella y grande y, alejándose de sus compañeras, se dispuso a cogerla. Cuando alargó la mano, sin embargo, la tierra se abrió ante ella, y de un agujero profundo y oscuro apareció Hades, señor del mundo subterráneo, en un carro tirado por caballos negros. Hades la secuestró sin atender a los gritos de terror que profería la doncella y se la llevó al mundo subterráneo. A partir del momento en que Perséfone desapareció en el prado, su madre, Deméter, empezó a buscarla por todo el mundo, pero fue en vano.
Finalmente, tras nueve días y nueve noches, Deméter regresó a la pradera vencida y desconsolada. En ese momento Hécate se le acercó, diciéndole que si bien no había visto lo sucedido, había oído los gritos de Perséfone. Hécate sugirió que fueran a solicitar información al dios del sol, que estaba en lo alto cuando Perséfone desapareció. Él podría contarles lo sucedido. En compañía de Hécate, Deméter escuchó el relato verídico de los hechos: Perséfone había sido secuestrada por Hades con el permiso de Zeus.

En el mito no se vuelve a mencionar a Hécate hasta que Perséfone regresa del mundo subterráneo y se reúne con Deméter. Hécate saluda a Perséfone con gran afecto, y a continuación aparece una frase críptica que reza: «Y desde ese día esa dama precede y sigue a Perséfone».
Dado que a Hécate le resultaría físicamente imposible preceder y seguir a Perséfone, la frase sugiere que Perséfone iría ahora acompañada de un espíritu o conciencia que habría adquirido de regreso del mundo subterráneo. La historia de la violación de Perséfone y su posterior secuestro en el mundo subterráneo es aplicable a cada una de nosotras. Todas hemos tenido épocas placenteras, en las que hemos sido perséfones cogiendo flores en el prado. Sin embargo, de repente ocurre algo inesperado, y nos quedamos aterradas al ver que la seguridad de nuestro mundo tiembla ante una pérdida repentina. La causa puede ser una traición y el fin de una relación, una muerte, la aparición de una enfermedad, una pérdida económica o el final de la inocencia. Si nos sumergimos en el mundo oscuro de la desesperanza, la depresión o la desesperación, o bien en el cinismo, la amargura o la venganza, durante un tiempo seremos cautivas del mundo subterráneo, sin saber a ciencia cierta si podremos regresar algún día.
No obstante, cuando regresamos de nuestro propio descenso al mundo subterráneo, lo hacemos habiendo aprendido que el amor y el sufrimiento forman parte de la vida. Al superar los momentos difíciles, nos volvemos más sabias y profundas. Es entonces cuando una Hécate sabia se convierte en nuestra compañera más íntima. Las amigas o los grupos de apoyo femeninos también ganan en perspectiva al escuchar, actuar de testigos y cuidar unas de otras.
Hécate consoló a Deméter de su dolor y su pérdida, pero más que limitarse a ser un consuelo y un testigo, actuó. Le sugirió que fueran a pedir información al dios del sol, quien había visto lo que le había ocurrido a Perséfone. El consejo de Hécate fue buscar la verdad. Acompañó a Deméter y estuvo junto a ella cuando la diosa se enteró de que era Hades quien había raptado a Perséfone. El dios del sol la instó a resignarse y aceptar a la divinidad del submundo puesto que, después de todo, era un ser olímpico como ella misma y, por lo tanto, no sería un mal yerno. Cuando Deméter escuchó esas palabras y supo que todo había sucedido con el permiso de Zeus, su dolor se convirtió en ira. Decidió abandonar el Olimpo y, disfrazada, vagar entre las gentes. Con el tiempo su determinación trajo consigo el regreso de Perséfone.
Las personas en ocasiones creen que no son capaces de afrontar la verdad, y por ello se adaptan, a menudo evitándola y recurriendo a la racionalización, la negación o las adicciones que nos hacen insensibles a ella. Únicamente cuando una mujer ha aprendido a través de la experiencia que puede afrontar la realidad, se convierte en una mujer sabia como Hécate.



Una reflexión a propósito de Hécate
o un ejercicio de imaginación

Pregúntate a ti misma: « ¿Qué he aprendido de la vida por propia experiencia?» y «¿Qué verdad debo afrontar?». Seguro que aparecerán las respuestas cuando realmente quieras saber y te muestres receptiva. Quizá te vengan a la mente si permaneces en silencio y esperas.
Por otro lado, también podrías visualizar a Hécate y plantearle estas preguntas.

Hécate, la testigo

Hécate es el testigo presencial de nuestro interior en cada encrucijada, aunque nuestro ego niegue, reprima, distorsione y no pueda reconocer lo que está sucediendo. Esta observadora establece vínculos y nos habla en el lenguaje simbólico de los sueños. Los sueños nos sobrevienen en la penumbra, son mensajes liminares que proceden del inconsciente que sueña y requieren un esfuerzo consciente para comprender y recordar, al igual que las visiones profundas que iluminan una situación emocionalmente dolorosa también pueden acudir a nosotras, alejarse y ser olvidadas a menos que estemos atentas y aprendamos de ellas.
También Hécate, como figura arquetípica, puede ser ignorada. Puede convertirse en una parte de nuestra psique que observa y a la cual recurrimos a diario. Los psicoterapeutas llegan a confiar en Hécate, y hasta cierto punto sirven de personificación de Hécate para sus clientes. Las personas que quieren seguir una psicoterapia se encuentran ante una encrucijada. Un psicoterapeuta observa, escucha y testimonia aquello que ante él se revela. Como Hécate hizo con Deméter, el terapeuta anima a la clienta a buscar la verdad, incluyendo lo que en realidad siente y percibe aunque lo oculte con la negación. Hécate, la testigo, está ahí cuando prestamos atención a nuestros sueños, valoramos nuestra percepción intuitiva o escuchamos nuestra voz interior. Es como si nos acompañara, sosteniendo sus antorchas para que podamos ver en la oscuridad.
Las personas que sufren personalidad múltiple llegan a la encrucijada de Hécate cada vez que aparece una nueva personalidad. Este trastorno proviene de terribles abusos en la infancia, a raíz de los cuales el niño aprende a disociarse del dolor y de unos recuerdos demasiado horribles de soportar. Las personas con un trastorno de personalidad múltiple suelen ignorar la existencia de las otras personalidades, experimentan incontables lapsos y viven acontecimientos extraños y dolorosos. En ausencia de un "Yo" consistente, hay un observador oculto como Hécate que testimonia el "nacimiento" de cada personalidad. Ralph Allison, doctor en psiquiatría, trabajó en la integración de las personalidades múltiples y llamó a esta parte de la psique el "ayudante interno". Allison confirió a este ayudante interno las características de andrógino, de sentir únicamente amor y buena voluntad y ser conocedor de todas las personalidades y circunstancias de la vida del paciente. Allison y otros psiquiatras han descubierto que con la ayuda de este testigo interno, las diversas personalidades fragmentadas pueden ser conscientes las unas de las otras y acabar integrándose en una sola personalidad. El ayudante interno sería otro de los nombres de Hécate.
Puede que nosotras, a diferencia de los pacientes con personalidad múltiple, no padezcamos amnesia y tampoco vivamos momentos de los que no podemos responder, pero también tenemos "múltiples yoes". Es fácil observarlo en los demás, y empezamos a hacerlo durante la infancia, al ver a los adultos poner "caras raras". Ver nuestra propia "personalidad múltiple" ya es más difícil. La mirada compasiva de Hécate, la testigo, no acusa ni avergüenza a nadie, y por eso no promueve actitudes defensivas o negativas. Al contrario, nos permite contemplarnos a nosotras mismas, sobre todo esas facetas que de otra forma permanecerían ocultas. Si bien Hécate puede desarrollarse pronto en la vida de una persona o pasar al primer plano de la psique cuando ciertas circunstancias dramáticas la invitan a ello, normalmente su importancia va en aumento al hacernos mayores, ser capaces de ver patrones de conducta y reflexionar sobre sucesos que nos han llevado inadvertidamente al lúgubre campo de la depresión, los celos, la venganza o la desesperación. A medida que envejecemos tenemos más probabilidades de conocer a Hécate como esa sabia consejera que nos recuerda las lecciones aprendidas gracias a la experiencia. De este modo, Hécate facilita la integración de nuestros múltiples yoes para que podamos convertirnos en una persona consecuente y auténtica.

Hécate como comadrona

Una comadrona permanece junto a la mujer embarazada durante las distintas fases del parto. Es una presencia tranquilizadora y experta que aplaca el miedo y el dolor cuando la mujer va a dar a luz. Sabe cuándo el parto progresa con normalidad y reconoce los indicios de que algo va mal. Las comadronas fueron las primeras en ser condenadas por brujas durante la Inquisición por el hecho de aliviar los dolores del parto. Si citamos el relato del Antiguo Testamento sobre la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén, aliviar las dificultades y los dolores del parto iba en contra de Dios: las mujeres debían dar a luz a sus hijos con dolor y sufrimiento. Las comadronas pecaban al aliviar el dolor del parto y desafiaban la voluntad de un Dios punitivo. Las mujeres también requerían la ayuda de las comadronas para paliar diversas enfermedades femeninas y encontrar modos de evitar el embarazo o abortar.
La profesión de comadrona es una vocación telúrica que asiste a la naturaleza y necesita tanto de una conciencia instintiva como de un ojo observador capaz de ver los síntomas de las transiciones físicas: los estadios del parto y los estadios de la muerte. Al igual que les sucede a las madres con sus hijos, a la comadrona no le deben molestar los fluidos corporales del alumbramiento, la enfermedad y la muerte, porque sabe que todo ello es parte de la naturaleza.
La comadrona es una sacerdotisa de la Gran Madre, que, como la tierra misma, es nacimiento y muerte para toda vida. Ver la divinidad en la naturaleza y sus criaturas, y ser capaz de asistir en tales momentos, es una vocación sagrada. Los médicos en los que sus pacientes confían totalmente también son comadronas arquetípicas. Cuando nuestra labor se inspira en el arquetipo de la comadrona, sabemos que nos hemos comprometido con un trabajo sagrado, dado que nuestros conocimientos o habilidades pueden ayudar a dar a luz a una nueva vida o contribuir a sanar.
La comadrona puede ejercer de voluntaria en un hospicio y preocuparse por que una persona moribunda no sufra de dolor o miedo. Hace de comadrona en el momento de la muerte, en este caso ayudando al alma a abandonar el cuerpo. Su presencia en esta transición natural es reconfortante y contribuye a facilitar el paso. De la misma forma que hay estadios del embarazo que preceden al comienzo del parto, hay estadios en los que el cuerpo y el alma se preparan para este alumbramiento. La primera vez que se encuentran con una persona moribunda muchas mujeres parecen saber de forma instintiva cuándo se acerca el final y qué hacer o decir, incluso si la persona ha estado en coma durante un tiempo. Cuando el alma abandona el cuerpo de una persona moribunda, el momento del fallecimiento es un momento sagrado que los presentes comparten.
El libro Sobre la muerte y los moribundos, de la doctora Elisabeth Kübler-Ross, fue el resultado de escuchar las experiencias de pacientes con enfermedades terminales y que estaban a punto de morir. La doctora observó que las personas a las cuales se les comunicaba el diagnóstico fatal pasaban por cuatro estadios, y que sentían la proximidad de la muerte, incluso cuando para el médico no era algo evidente. 
A veces cuando el alma abandona el cuerpo se inicia un período similar al de los dolores del parto (en el que los quejidos de la persona moribunda, que puede estar en coma, suenan incluso como los de una mujer que está de parto, concretamente los de la fase de transición que existe justo antes del alumbramiento). Es el momento en el que la madre suele reunir todas las energías que le quedan para poder realizar el último empuje intenso antes de que el bebé abandone el cuerpo materno y todo haya acabado. A veces el parto es fácil y también lo es el alumbramiento, lo mismo que a la muerte le puede seguir una última respiración tranquila y pacífica. En cualquier caso, es de gran ayuda tener a Hécate al lado, esa presencia reconfortante de una mujer con experiencia, una mujer sabia.
Como arquetipo de la comadrona, Hécate se encuentra presente en aquellas personas que ayudan a los que pasan por un difícil proceso de alumbramiento: en vocaciones como las de editor, entrenador, director, profesor o psicoterapeuta, en las que es posible ser comadrona de la expresión de la vida creativa de otra persona. Caroline Pincus, por ejemplo, lo entiende perfectamente. Es una editora que en su tarjeta de visita se anuncia como "Comadrona de libros". Cuanto más mayores y sabias nos volvemos, nos comprometemos menos en el terreno del ego, y de este modo es más probable que seamos capaces de colaborar en el proceso creativo de otra persona.

Hécate como médium y adivina

Hécate, la adivina, se encuentra como en casa en la "zona crepuscular" de la médium, que media entre el mundo visible y el de los espíritus. Puede que sea una vidente que ve con el tercer ojo, el ojo de la mente o a través de visiones. Quizá posea métodos intuitivos o extrasensoriales para reunir información, o bien comprenda el significado precognitivo de los sueños. La hora de Hécate era la del crepúsculo, esa zona liminar a través de la cual pasamos del día a la noche. La diosa estaba en su cueva cuando raptaron a Perséfone, y en los mitos las cuevas son las entradas al mundo subterráneo, el pasadizo entre el mundo de los vivos y el de las "sombras de los muertos". En la mitología griega existía una vida después de la muerte en el mundo subterráneo, donde las sombras de los muertos eran figuras transparentes y reconocibles; metafóricamente, el mundo subterráneo es el inconsciente colectivo y personal. La médium en trance o como canal que recibe información bien de su propio inconsciente, bien de la psique del que pregunta, bien del mundo de los espíritus, la médica intuitiva que es capaz de diagnosticar acertadamente sin necesidad de información o de realizar un examen previo, la persona que se dedica a la psicometría y que puede sostener un objeto en su mano y contarnos su pasado, son hécates asombrosas.
Leer las señales, utilizar oráculos para el conocimiento como el tarot, el I Ching, las cartas medicinales, las runas, la interpretación de los sueños o los viajes de regresión del alma, son maneras no racionales de percibir, conocer o sanar pertenecientes al reino de Hécate. Puesto que las habilidades psíquicas son despreciadas, ridiculizadas o temidas, las personas que poseen el don de médium de Hécate por lo general no suelen desarrollarlo en su juventud. Al hacerse mayores, sin embargo, esas mujeres han tenido tiempo de aprender de la experiencia y empiezan a hacer caso de las percepciones psíquicas o intuitivas.
Cuando las mujeres entran en la menopausia, las circunstancias les brindan la oportunidad de ser conscientes de la existencia de Hécate. Cuando nuestros padres o amigos están muriéndose, advertimos que notan la presencia de seres queridos, que en general son personas fallecidas hace mucho. Es posible asimismo que después de su muerte seamos nosotras quienes sintamos su presencia o vivamos lo que yo creo que es una "visitación" en un sueño que, por otro lado, es muy real y no suele transcurrir en un lugar conocido. En ese mismo sueño sabemos que la persona ha muerto y que la estamos viendo tras su fallecimiento. Su aspecto es fantástico, y a menudo tiene algo que decirnos. Por lo general, estos sueños le permiten saber a la persona viva que los seres queridos que han fallecido están bien, y que la aman. Es un sueño tan real que se llega a tener la sensación de que no sólo vemos y escuchamos al difunto, sino que lo tocamos e incluso percibimos su olor. De ese sueño nos despertamos con la sensación de haber vivido una experiencia mucho más profunda que los sueños: la sensación de penetrar en el reino intermedio de los mundos de Hécate.
Durante la menopausia y los trastornos del sueño o los momentos de soledad introspectiva que comporta, "los velos que hay entre los mundos" parecen más finos. La conciencia de estar entrando en el último tercio de la vida, que finaliza con la muerte, es, a fin de cuentas, un gran cambio de dirección en el que cobran importancia las preguntas concernientes a la vida tras la muerte. Es posible, por otro lado, que tras la menopausia ya no nos importe si la gente piensa que somos un poco raras y tengamos ganas de salir del armario de la adivinación. Si nos atrevemos, Hécate será quien nos acompañe.
Cuando una mujer desarrolla sus habilidades psíquicas, debe plantearse cuál es el mejor modo de utilizarlas. Manipular a la gente, hacer un mal uso de la información, ser explotada u obsesionarse con los poderes ocultos, son posibilidades peligrosas. Cuanta mayor integridad y madurez tenga una mujer con habilidades en las ciencias ocultas, más probable será que utilice bien sus poderes psíquicos. He visto a mujeres jóvenes que hacían caso de la sabiduría interior de Hécate y apartaban de sus vidas las habilidades psíquicas hasta hacerse mayores. El consejo de Hécate también ha vuelto cautas a las mujeres con poderes psíquicos, las cuales ocultan sus habilidades y las emplean discretamente en su trabajo. Es lo que les  ocurre a esas médicas cuya capacidad para curar y dictaminar un diagnóstico certero viene potenciada por estos dones, aunque su reputación se vería dañada si los demás se enteraran. Hay quien es consciente de poseer la facultad de sanar con las manos. También hay quien puede percibir campos de energía alrededor de los órganos o notar cuál será el tratamiento más idóneo, o bien establece conexiones telepáticas con sus pacientes y al actuar en consecuencia con ellas y acertar misteriosamente, lo explica en términos de "intuición profesional".

Hécate como la bruja temida

Se decía de Hécate que tenía poder sobre la tierra, el mar y el cielo, aunque eso no significaba que gobernara estos reinos, sino que era capaz de influir en ellos a distancia. A las ancianas a quienes se suponía capaces de echar maleficios y encantamientos, embrujar a la gente o practicar la magia negra les atribuían poderes ocultos. Hécate se ha convertido en el arquetipo de la bruja por sus misteriosos poderes y su asociación al crepúsculo. Podríamos aventurar la hipótesis de que el temor a las ancianas era tan irracional porque la humanidad había eliminado a la diosa tripartita, cuya etapa de vejez era la más misteriosa y temida.
Las mujeres temen ser llamadas brujas por una buena razón histórica. La Inquisición fue instaurada en 1252 por el papa Inocencio IV, y siguió aplicando la tortura como sanción oficial durante cinco siglos y medio más, hasta que fue abolida por el papa Pío VII en 1816. Entre 1560 y 1760 la persecución de las mujeres acusadas de brujería se encontraba en su momento más álgido. Las feministas lo han llamado "el holocausto de la mujer", dado que el número estimado de mujeres condenadas a la hoguera oscila desde algo más de cien mil hasta ocho millones.
Las mujeres más temidas o respetadas se convirtieron en las más perseguidas. Las primeras mujeres en ir a la hoguera fueron las comadronas y las curanderas; esas ancianas que aliviaban los dolores del parto y ayudaban a los niños a nacer, que conocían la medicina herbaria y cuyos poderes procedían de la observación y la experiencia. Las mujeres con autoridad, independencia o conocimientos, las mujeres excéntricas o las mujeres con propiedades (generalmente viudas) también eran denunciadas, torturadas para que confesaran y condenadas. Cualquier mujer mayor corría el riesgo de ser acusada de tener poderes sobrenaturales, incluyendo las pobres, las proscritas, las indefensas y las dementes, a quienes se perseguía de forma rutinaria por brujas. De hecho, era una herejía decir que esas mujeres mayores eran inofensivas. Cualquier mujer en edad avanzada estaba en peligro. Para sobrevivir, estas mujeres necesitaban pasar desapercibidas y mostrarse mediocres, puesto que sólo seguían vivas las mujeres mayores "invisibles".
La recopilación enciclopédica que Barbara G. Walker ha realizado de las informaciones existentes sobre brujas y brujería es una espantosa letanía de miedos patológicos y persecuciones de mujeres, especialmente mayores. A las brujas se les daban nombres muy gráficos, como, por ejemplo, "la que recoge hierbas", "la del mal de ojo", "la lechuza del chillido", "la de la caja de ungüentos", "la sabia", "la hacedora de encantamientos", "la envenenadora", "la visionaria" o "la maléfica". En Italia una bruja era una strega o una janara, que era el nombre antiguo que se le daba a la sacerdotisa de Jana (Juno). En Inglaterra llamaban a las brujas hag (bruja) o fairy (hada).
Un seudónimo de bruja era "la que monta la escoba". Las escobas se asociaban a las brujas por su uso en los rituales paganos de las bodas y los nacimientos. En Roma, la escoba era un símbolo de la sacerdotisa y comadrona de Hécate, la cual barría el umbral de la casa donde había habido un nacimiento para limpiarlo de espíritus malignos que pudieran dañar al niño. Otra costumbre antigua que se celebraba en las bodas consistía en saltar por encima de una escoba, ceremonia que se conservó en las bodas gitanas y las bodas rituales de esclavos permitidas en Estados Unidos durante el siglo XIX. Las escobas eran símbolos fálicos, especialmente cuando se montaba en ellas. Se consideraba que la mujer que se situaba a horcajadas o "encima" simbolizaba la perversión del poder así como la perversión sexual.
Actualmente, el miedo de los inquisidores a las mujeres mayores y a su poder se diagnosticaría como patológico. En el pasado, sin embargo, preocupaba el hecho de que hubiera contacto sexual entre el demonio y las mujeres tildadas de brujas, a las que se responsabilizaba de todo lo que salía mal, desde el aborto hasta la impotencia. Los manuales de los inquisidores instaban a sus destinatarios a llevar una bolsa de sal consagrada el Domingo de Ramos, evitar mirar a los ojos de una bruja y persignarse constantemente ante su presencia. Cuando estas mujeres torturadas aparecían ante ellos, los inquisidores les exigían que se desnudaran, caminaran de espaldas hacia ellos y no los miraran bajo ninguna circunstancia.
Los motivos para acusar a alguien de brujería podían ser la codicia, el deseo de adquirir las propiedades de la bruja o el de querer librarse de la competencia. Los acusadores de las comadronas, por ejemplo, eran médicos. Asimismo, aquellos que ambicionaban las propiedades de las viudas las acusaban de brujería. Existía avaricia por parte de la misma Inquisición, incluso, porque los bienes de una mujer de cualquier condición que fuera denunciada por bruja y quemada en la hoguera eran expropiados para pagar los costes de su encarcelamiento, su tortura e incluso su cremación.
Sin duda, era peligroso destacar y ser envidiada o temida. Cualquier habilidad inusual en una mujer levantaba inmediatamente sospechas de brujería. La supuesta "Bruja de Newbury" fue asesinada por un grupo de soldados porque sabía hacer surf en el río.
Las campesinas quemadas por brujas eran cristianas nominalmente, pero si actuaban conforme a los solsticios de verano e invierno y los equinoccios de primavera y otoño, plantaban siguiendo las fases lunares, sabían predecir si el próximo invierno sería frío a partir del comportamiento de los animales y tenían conocimientos superiores a los de los doctos sacerdotes, se convertían en la personificación del mal. Todo porque sus remedios a base de hierbas les parecían arte de magia a algunos, y también su conocimiento de los ciclos de las estaciones, saber que procedía de la antigua religión de la diosa.
La Iglesia católica llamaba bruja a toda mujer que criticara las normas eclesiásticas. Por ejemplo, las mujeres comprometidas con la reforma franciscana del siglo XIV y quemadas por herejía eran descritas como brujas y seres instigados por el diablo. Los eruditos judíos talmúdicos también veían a la mujer bajo una óptica parecida. Walker cita algunas de sus expresiones: «Las mujeres tienen una tendencia natural a la brujería» y «Cuántas más mujeres haya, más brujería habrá».
Aunque actualmente el apelativo de bruja no lleve a la tortura y después a la hoguera, sigue pareciendo peligroso. Por esa razón se crispó tanto el ambiente de un congreso multitudinario sobre la espiritualidad de las mujeres que tuvo lugar en Seattle durante la década de 1980. Los periódicos se hicieron eco de la celebración del congreso con gran sensacionalismo, y se cebaron especialmente en Starhawk, escritora y profesora del culto wicca. Un día a las puertas del auditorio nos encontramos con unos hombres que repartían unos panfletos titulados: «No dejarás que viva ninguna hechicera» (Éxodo 22:18), una cita bíblica en la que se había basado la Inquisición. El panfleto llevaba una pequeña foto borrosa de "Starhawk, la Bruja". En lugar de esquivar al hombre que repartía estos opúsculos frente a ella, Starhawk entabló una conversación amistosa sobre el contenido de su panfleto, después se presentó y le habló durante unos minutos sobre las creencias del wicca y la sensación que le había causado leer el papel que él repartía. La serenidad de sus maneras y su valentía fueron impresionantes; y tal vez ese encuentro le sirviera a ese hombre para aclararle un poco más las ideas.
Un incidente más reciente tuvo el mismo impacto emocional que el que provoca ver una cruz en llamas, recurso que el Klu Klux Klan empleaba como advertencia. Escribieron las palabras "Quemad a las brujas" con pintura vaporizada en la puerta del garaje de una ministra de la Iglesia ordenada en Carolina del Norte. Esa ministra había asistido al congreso "La nueva imagen de Dios", celebrado en el interior de Estados Unidos a principios de los noventa y que rescataba la imaginería femenina para integrarla al culto cristiano. La ministra se contaba entre los cientos de mujeres que asistieron al evento, mayormente sacerdotisas de las principales confesiones protestantes. Como consecuencia, casi todas fueron censuradas desde los púlpitos, recibieron cartas amenazadoras y vieron peligrar sus cargos. De todo lo cual se deduce que hoy en día se sigue utilizando la acusación de brujería (oficiosamente) contra las mujeres que desafían a la autoridad eclesiástica.

Hécate preside el momento de la verdad

«Vayamos a ver al dios del sol, que estaba en lo alto. Él vio lo que le sucedió a Perséfone y nos lo podrá contar.» Éstas fueron las palabras de Hécate a Deméter. Buscar la verdad en lugar de seguir en la ignorancia o ampararse en la negación, o bien decir la verdad en lugar de permanecer en silencio, son decisiones críticas que hemos de tomar cuando nos encontramos en una encrucijada.
Siempre que le decimos la verdad a alguien, especialmente si esa verdad hace tambalear una premisa, se nos plantea una bifurcación de caminos. Asimismo, siempre que queremos conocer la verdad, Hécate es la sabiduría interior que nos prepara para poder escucharla. A veces, puede que de manera inesperada, nos encontramos en el cruce de Hécate cuando ciertas acciones o palabras nos ponen en un aprieto; y quizá eso nos ocurra en público y todo el mundo pueda constatarlo. Ahora bien, es posible, por otro lado, y dando por sentado que "quien calla otorga", que nos demos cuenta de que nos ha llegado el momento de la verdad, un momento que nos exige actuar a pesar de la dificultad que ello entraña, y actuar con total sinceridad. Al margen de lo que podamos influir en esa situación en particular, el momento de la verdad en el que hemos de tomar una decisión conforma nuestra personalidad.
A veces, cuando sabemos que nuestros actos parecerán "heréticos", aparece un miedo irracional, una reacción emocional que parece anticipar ese grito que oímos de « ¡Quemad a las brujas!». Éste es un miedo transpersonal que parece subyacer en la psique de una mujer, donde acecha el miedo a que nos etiqueten y nos persigan por brujas. Sentir ese miedo y actuar de todos modos requiere valor. Como el efecto que crea un campo de resonancia mórfica, cuantas más mujeres se enfrenten a ese miedo colectivo, más fácil lo tendrán las demás.
A partir del momento en que Perséfone regresó del mundo subterráneo, Hécate se convirtió en su acompañante. Eso también se aplica a nosotras. La sabiduría de Hécate la adquirimos a partir de nuestras propias experiencias vitales (de todo lo que hemos vivido hasta ahora). Con Hécate, ser mayor significa ser más sabia, sin duda alguna.