jueves, 23 de septiembre de 2010

- Las Diosas de la mujer madura (1)



La idea de este nuevo blog es compartir con ustedes lecturas que me han gustado mucho, aunque no sean todas de tipo literario.

Comienzo con la primera parte del libro de Jean Shinoda Bolen, Las diosas de la mujer madura, dedicado, especialmente, a todas las mujeres que empezamos a vivir la tercera etapa de nuestras vidas. Que lo disfruten.








Jean Shinoda Bolen







LAS DIOSAS DE LA MUJER MADURA




Arquetipos femeninos a partir de los cincuenta





Traducción del inglés de Silvia Alemany



editorial Kairós

Numancia, 117-121
08029 Barcelona

 













Título original: GODDESSES IN OLDER WOMEN


©2001 by Jean Shinoda Bolen


© de la edición en castellano:
2003 by Editorial Kairós, S.A.


Primera edición: Septiembre 2003
Quinta edición: Junio 2009

I.S.B.N.-10: 84-7245-532-7
 I.S.B.N. 13: 978-84-7245-532-0 
Depósito legal: B-26.041/2009


Fotocomposición: Grafime. Mallorca 1. 08014 Barcelona
Impresión y encuadernación: Romanyá-Valls. Verdaguer, 1. 08786 Capellades



A Gail Winston, mi editora en Harper Collins, y Katinka Matson, mi agente literaria de Brockman, Inc.


Este libro se basa en los arquetipos del inconsciente colectivo de Carl G. Jung, en sus conceptos de los tipos psicológicos, el sincronismo y las etapas de la vida, así como en mi propia experiencia personal como analista jungiana, resultado de varias décadas de ejercicio profesional.

 










A Gloria Steinem
Hermana mayor arquetípica, visionaria, activista en pro de
los derechos de la mujer, persona vulnerable,
concienciadora, fuente de inspiración,
personaje modélico y amiga.
Por todo lo que has hecho por las mujeres.
Gracias.

 
SUMARIO


Introducción                                                                                                
Cómo llegar a ser una mujer mayor y esplendorosa                         


Parte I:
SU NOMBRE ES SABIDURÍA

La diosa de la sabiduría práctica e intelectual
Metis en el vientre de Zeus

La diosa de la sabiduría mística y espiritual
Sofía, oculta en la Biblia

La diosa de la sabiduría psíquica e intuitiva
Hécate en el cruce de caminos  

La diosa de la sabiduría meditativa
Hestia como el fuego central del hogar


Parte II:
ELLA ES SABIA... CUANTO MENOS

Las diosas de la ira transformadora:
su nombre es indignación
Sekhmet, la antigua diosa egipcia de cabeza leonada
Kali-Ma, la diosa hindú de la destrucción                           

Las diosas de la risa curativa: su nombre es alegría
La indecente Baubo
Uzume, la diosa japonesa de la alegría y la danza

Las diosas de la compasión: su nombre es bondad
Ktian Yin, La que Escucha los Llantos del Mundo
 La Virgen María y la Dama de la Libertad


Parte III:
LA MUJER ES UNA DIOSA QUE ENVEJECE:
A PROPÓSITO DE LAS DIOSAS DE CADA MUJER

Artemisa, la diosa de la caza y la luna
Hermana, feminista y cosechadora de éxitos 


Atenea, la diosa de la sabiduría y las artes
Estratega, guerrera y artesana 

Hestia, la diosa del hogar y el templo
La mujer anónima que vigila el fuego del hogar

Hera, la diosa del matrimonio
El arquetipo de la esposa

Deméter, la diosa de las cosechas
El arquetipo de la madre

Perséfone, la doncella y la reina del mundo subterráneo
Niña eterna y guía interior 

Afrodita, la diosa del amor y la belleza
La mujer amante y creativa


Parte IV:
LA MUJER ES UN CÍRCULO  

Los círculos de mujeres sabias
Las madres de los clanes, los círculos de abuelas y
los círculos de mujeres mayores  


Conclusión: A modo de tercer acto


Notas 
Bibliografía

 



INTRODUCCIÓN:

CÓMO LLEGAR A SER UNA MUJER MAYOR Y ESPLENDOROSA


La mayoría de mujeres que conozco no sólo no niegan su edad, sino que, al cumplir los cincuenta, celebran el evento. Sus madres sí que debieron de pasar un mal trago al llegar a la cincuentena, pero para ellas es un día en el que hay que descorchar champán. Cumplir cincuenta años invita a celebrar fiestas de amigas entre las que alcanzan juntas esa edad. Es tiempo de festejos para algunas, y la ocasión de iniciar rituales o plantearse el retiro para otras. A los cincuenta, la mayoría de las mujeres también celebran su aspecto y su espíritu joven. Con todo, el hecho de envejecer las sume en una cierta intranquilidad. Las mujeres que llegan a los cincuenta no tienen una idea muy clara de la persona en quien van a convertirse, no conocen las energías potenciales que implica la menopausia o no comprenden que se encuentran en el umbral de una etapa de sus vidas en la cual desarrollarán su personalidad como jamás lo habían hecho anteriormente.
He escrito Las diosas de la mujer madura para que las mujeres puedan nombrar y reconocer aquello que les inquieta. El origen de estos sentimientos son los arquetipos de la diosa que hay en nuestro interior, los patrones y las energías de la psique. Al saber quiénes son las diosas, las mujeres pueden llegar a ser más conscientes de las potencialidades que hay en ellas, las cuales, una vez reconocidas, son fuente de espiritualidad, sabiduría, compasión y acción. Cuando los arquetipos se activan, por consiguiente, nos proporcionan energía y nos transmiten una sensación de autenticidad y de haber encontrado un sentido a nuestra vida.
En algún momento después de los cincuenta o de la menopausia toda mujer cruza un umbral hacia la tercera fase de su vida, entrando de este modo en un territorio desconocido. Para un patriarcado orientado sobre todo hacia la juventud, convertirse en una mujer mayor es convertirse en alguien invisible, en una no-entidad. Sin embargo, desde la perspectiva arquetípica que elucido es posible que este tercer trimestre sea una época de plenitud e integración personal, en la cual nuestros actos devengan la expresión de nuestra identidad más profunda. Cumplidos ya los cincuenta, en esos años llenos de energía, puede que lleguemos a ser más visibles en el mundo de lo que jamás lo fuimos, quizá desarrollemos nuestra vida interior o nos dediquemos a cuestiones creativas, o incluso es posible que actuemos como una influencia que equilibra nuestra constelación familiar. Lejos de ser una no-entidad, en la tercera etapa de su vida es cuando la mujer se convierte, más que nunca, en alguien con una personalidad definida y sólida. Sólo hay que pensar que en la tradición indígena americana una mujer llegaba a la completa madurez a los cincuenta y dos.
Las mujeres que cumplieron la mayoría de edad durante el movimiento feminista a finales de los sesenta y setenta han rechazado estereotipos, explorado nuevas posibilidades, desaliado viejas limitaciones e insistido en volver a definirse en cada nueva década. Anticipo, dicho sea de paso, que a medida que la generación de mujeres del baby-boom vaya alcanzando esta tercera etapa de madurez, la connotación de la misma palabra "vieja" cambiará. Mi intención, al escribir Las diosas de la mujer madura, es la de contribuir a redimir la palabra "anciana" o "vieja", la tercera etapa de la vida, y, sobre todo, ayudar a las mujeres a reconocer los arquetipos que en esta época devienen accesibles como fuentes de energía y dirección.


La menopausia

A diferencia de cuando se cumplen los cincuenta, pasar la menopausia es un episodio muy privado. Para la mayoría de las mujeres, la menopausia llega sobre los cincuenta, cinco años más, cinco años menos; digamos entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y cinco años. Generalmente es la mujer quien decide que ha pasado la menopausia y le ha llegado el momento de cambiar de bando cuando lleva sin menstruar durante un año. No obstante, la mayoría de las mujeres experimentan ciertas irregularidades que dificultan el poder ser exactos. Hay períodos regulares en que la menstruación cesa, para volver a iniciarse luego, y suelen observarse con frecuencia pérdidas durante cortos períodos. Para complicar todavía más el asunto, los tratamientos terapéuticos de sustitución hormonal pueden provocar la menstruación, mientras que la extirpación del útero o la quimioterapia hacen cesar la menstruación de manera artificial. Ciertas mujeres perimenopáusicas lamentarán el fin de sus años fértiles, pero habrá otras que se sentirán liberadas. Algunas quizá se preocupen por la posibilidad de quedar embarazadas durante la menopausia, otras, en cambio, desearían que así fuera. Es verdad que entre los síntomas se da un cierto malestar físico y psicológico; y la reacción de los demás, especialmente la de los hombres, hace de la menopausia un acontecimiento fisiológicamente confuso que la mayoría de mujeres no celebran.
Sin embargo, el panorama no es así necesariamente. Han existido, y todavía existen, culturas que muestran su respeto hacia las mujeres mayores o sabias, cuya menopausia se convierte en el momento que marca la transición hacia una condición nueva y honorable. Esto es lo que sucede cuando se considera que las mujeres se reflejan positivamente en la naturaleza, y viceversa. Como ocurre en muchas de las tradiciones tribales de los indígenas americanos, la menarquía (el inicio de la menstruación) y la menopausia marcan las transiciones principales de este importante ciclo (los misterios de la sangre) que vincula a las mujeres, la luna y la divina feminidad.
Sea en su aspecto de cuarto creciente o cuando se muestra llena y esplendorosa, sabemos que observamos sólo una faceta de la esférica luna. Del mismo modo, los antiguos veían a la diosa como una, aun siendo tripartita dadas sus tres facetas de doncella, madre y anciana. Observaban los ciclos de la luna, de las estaciones y de la fertilidad de la tierra, y también los ciclos de los cuerpos de las mujeres, que compartían sus mismas características.
En la antigüedad y en las tradiciones indígenas, cuando una niña empezaba a sangrar, se convertía en una mujer que iniciaba la etapa de doncella, el equivalente metafórico a la luna creciente. Un ritual marcaba su nueva condición. Después del comienzo de la menstruación, sus períodos menstruales entraban en sincronía con el de otras mujeres (como ocurre con las mujeres que comparten dormitorio o piso de estudiantes) y con la luna. De esta manera, la joven sangraría una vez al mes durante su menstruación o «período lunar» hasta que quedara embarazada. Su primer embarazo era una iniciación a la segunda etapa de la vida, correspondiente a la luna llena y la segunda faceta de la diosa tripartita. Cuando quedaba embarazada, se decía que retenía la sangre en el cuerpo para hacer un niño. Sólo después de dar a luz, y finalizada la lactancia, empezaba a menstruar de nuevo. El proceso se repetía hasta que la mujer volvía a quedar embarazada o hasta que entraba en la menopausia. El cesamiento de la menstruación marcaba luego otro cambio fundamental. De nuevo se decía que la mujer retenía sangre en su cuerpo; sólo que entonces no era para gestar a un niño, sino para gestar sabiduría. La menopausia marcaba el paso a la tercera etapa de la vida de una mujer, correspondiente a la luna menguante, y era la iniciación a la etapa de la mujer sabia o anciana.
En muchas tradiciones indígenas americanas, cuando la mujer dejaba de menstruar, podía ser elegida para convertirse en madre del clan o incorporarse a la tienda de las abuelas. La sabiduría adquirida era un valor positivo, y el interés de la anciana se extendía ahora más allá de su familia para abarcar a todos los niños y al bienestar de la tribu. En esta clase de sociedades la mujer postmenopáusica ostentaba claramente un lugar y una posición honorables.

Las tres etapas de la vida de la mujer

Considero la doncella, madre y anciana, las tres facetas de la diosa tripartita, los estadios de la vida de una mujer con indiferencia de que haya dado a luz o no. La mayoría de las mujeres pasan la etapa de doncella sin comprometerse y se dedican a catar la vida; cambiando de trabajo y de estudios o probando y descartando relaciones. El arquetipo es el de la puella eterna, la eterna niña. Con el control de natalidad y la autonomía que tienen la mayoría de las jóvenes, la fase de doncella actualmente puede prolongarse décadas, hasta alcanzar la edad en la que antiguamente las mujeres se convertían en madres. También pueden permanecer en la fase de doncella incluso cuando se convierten en madres biológicas, si no son maternales, responsables o maduras.
A veces me refiero a las tres facetas como "doncella, madre (o matrona) y anciana" o "mujer joven, mujer madura y mujer sabia" para demostrar que no hace falta que una mujer se convierta en madre biológica en la segunda fase, si bien "madre" es una metáfora apropiada para lo que normalmente implica la segunda fase. En la segunda fase las mujeres toman compromisos y, al asumirlos, maduran. El compromiso podría ser con una persona, una profesión, una causa o un talento: cualquier cosa que sea importante en el ámbito personal. Los hijos (y cualquier compromiso significativo) conllevan más esfuerzo y devoción de los que la mayoría de mujeres se esperan, al tiempo que son una fuente de alegría y sufrimiento, y un impulso para el crecimiento y la creatividad. Esta segunda etapa es la de la entrega y el esfuerzo activo.
La mayoría de las mujeres entra en la tercera etapa de la mujer sabia o vieja sólo después de haberse apartado de las preocupaciones de la etapa anterior y de haberse retraído en sí mismas. Los cambios hormonales y los síntomas de la menopausia a menudo hacen que entendamos el entrar en la tercera etapa de manera fisiológica (si bien el cese de la menstruación no implica convertirse en una mujer sabia, ni tampoco llevar el tipo de vida de una mujer que está viviendo su tercera etapa). Los estadios psicológicos de la doncella, la madre y la anciana ya no están estrictamente relacionados con la edad. Las mujeres que han tenido los hijos tarde respecto a su época fértil o los han adoptado tarde siguen muy ocupadas con los compromisos de la segunda etapa. Entran en la menopausia con los hijos en la educación primaria o iniciando la adolescencia, y puede que deseen replegarse en sí mismas justo cuando los demás les reclaman una mayor atención. Las mujeres que retomaron los estudios a mediana edad o cambiaron de profesión quizá se vean inmersas en nuevas trayectorias profesionales y en la menopausia al mismo tiempo. Generalmente la menopausia coincide con un cambio de rumbo: el último hijo abandona el hogar, y la jubilación anticipada no está muy lejana. Con el inicio de la menopausia, cada acontecimiento provocará cambios profundos tanto en la psique como en el cuerpo.
Es en la tercera etapa de la vida de una mujer cuando los arquetipos de la diosa anciana se dan a conocer de forma natural. Cuando una nueva etapa de la vida activa sus arquetipos, lo hace con vitalidad y energía. Por consiguiente, cuanto más nos conozcamos en este estadio de la vida, más fácil será activarlos. Cuanto más despierten nuestro interés, y cuanto más simbolicen la madurez de nuestros propósitos y pensamientos independientes, más calarán en nuestro interior. Conocer sus nombres, imágenes, características e historias es importante (y por eso los describiré en los capítulos siguientes), porque este conocimiento les da vida en nuestra imaginación, a la par que nos ofrece un vocabulario para expresar las cosas que ya estamos sintiendo.
Cuando oigo a alguna mujer llamar a sus sofocos «olas de energía», me choca que nuestro sentido del humor supere a esa actitud vagamente aprensiva que mostramos hacia la menopausia. ¿Qué pasaría si cada vez que una mujer tuviera un sofoco, sintiera realmente una ola de energía (como si sus arquetipos de sabiduría y autoridad interior fueran activados)?

Cómo llegar a ser una mujer mayor y esplendorosa

Hay algo deliciosamente escandaloso en la frase "mujer mayor fresca y esplendorosa." Los adjetivos "fresca" y "esplendorosa", usados junto a "mujer mayor", nos chocan primero y después los asumimos. Hace varios años estaba dando una charla sobre el arquetipo de la mujer sabia, y salió esta frase, que adoptaron inmediatamente la práctica totalidad de mujeres que había en el auditorio. Creo que describe con gran acierto los años de vejez de una mujer que ha integrado los arquetipos y las tareas de doncella y madre en su personalidad. Su actitud y su espíritu son como el verde fresco de la primavera, y saluda la posibilidad propia y ajena de crecer de un modo distinto. Hay algo sólido en esa manera de ser una mujer adulta cuya vida ha dado frutos a través tanto del cultivo y la poda, como de la templanza y el trabajo; sabe por experiencia propia que para plantar y dejar crecer nuevas posibilidades para sí misma o los demás, y para que se hagan realidad, se necesita empeño y amor. También hay algo en su pasión por la vida que es como una fruta de verano madura y esplendorosa. Esa mujer inicia con la menopausia una nueva etapa, y se muestra abierta a nuevas posibilidades.
La mujer mayor fresca y esplendorosa ha vivido lo suficiente para implicarse profundamente en compromisos entusiastas y llevar adelante su vida personal como un proyecto de pleno sentido, por muy especial, feminista o tradicional que pueda parecerles a los demás. Para ello es necesario saber quiénes somos en nuestro interior, y creer que nuestros actos son la reflexión o expresión verdadera de nuestro auténtico yo. Es tener lo que Margaret Mead llamó EPM o entusiasmo postmenopáusico por la vida que llevamos.
Lo que me inspiró «fresca y esplendorosa» fue la teología viriditas de Hildegard von Bingen ("la energía vivificante"). Von Bingen fue una mujer extraordinaria que vivió hace ochocientos años e hizo gala de una personalidad renacentista y feminista antes de que el Renacimiento y el feminismo se hubieran inventado. En Illuminations of Hildegard of Bingen, el teólogo Matthew Fox fue el primero en presentar la figura de Hildegard a los lectores. Esta mujer, nacida en 1098 y fallecida en 1179, ejerció una considerable influencia. Fue abadesa benedictina, mística, médica, teóloga, música, botanista y pintora. En una época en la que eran pocas las mujeres que sabían escribir, y en la que a la mayoría se les negaba una educación formal, ella mantenía correspondencia con emperadores, papas, arzobispos, nobles y religiosas. Viajó, predicó extensamente, fundó monasterios y, haciendo gala de una gran astucia, mantuvo una posición política muy abierta. En momentos clave de su vida, desafió la autoridad de los superiores de su Iglesia y acabó imponiendo su criterio.
La autoridad y creatividad de Hildegard fue creciendo a medida que iba cumpliendo años. Tuvo una vida excepcionalmente longeva para la época (ochenta y un años), rasgo que es un común denominador para las mujeres que en la actualidad inician sus años de vejez. Hildegard tuvo que desarrollar su intelecto y su talento para llegar a hacer lo que hizo y ser la persona que fue. En esa época eso sólo era posible viviendo en una comunidad religiosa de mujeres, la cual le permitía dedicarse a aquello que le interesaba. La religiosa fue capaz de tomarse en serio a sí misma, obtener el consuelo espiritual a través de la meditación y reaccionar sin tregua ante los acontecimientos del mundo exterior. Hildegard, como ejemplo de la vieja fresca y esplendorosa, fue lo que llamo una mujer capaz de realizar sus propias elecciones.

La mujer que realiza sus propias elecciones

Ser una mujer que realiza sus propias elecciones en la tercera etapa de su vida significa que lo que decidimos hacer o ser debe estar en consonancia con nuestra genuina personalidad anímica. En ese caso lo que hagamos con nuestra vida tendrá sentido, y lo sabremos en el fondo de nuestro ser y en lo más íntimo de nuestra alma. A nadie más le resultará posible conocer esa verdad interior o juzgarla, sobre todo teniendo en cuenta que el mismo papel y el mismo conjunto de circunstancias puede satisfacer a una mujer y reprimir a otra. Las razones que lo explican se entienden a través de los arquetipos del inconsciente colectivo, a los que Carl G. Jung, el psicólogo suizo, vio como potencialidades inherentes a la mente. Cuando la base para escoger un papel determinado nos la proporciona un arquetipo activo en lugar de una expectativa externa, se trata de una elección profunda. Del mismo modo, cuando le encontramos un sentido, entonces entra en juego el arquetipo al cual Jung llamó el Yo. Pienso en el Yo como un término genérico que designa todo lo que experimentamos como sagrado, divino o espiritual. Tiene que ver con los valores personales y con la integridad, y con lo que es profundamente justo para cada uno de nosotros en particular. Hay importantes momentos en la vida de las personas en los que las elecciones que realizamos y la identidad que adoptamos se hallan relacionadas. En esos momentos de sinceridad nos encontramos en una bifurcación de caminos en la cual deberemos escoger la dirección a tomar. Todas estas elecciones siempre tienen un coste, no obstante. El precio que pagamos es el camino no escogido, la senda a la cual renunciamos.
Una mujer mayor, fresca y esplendorosa lleva una vida gratificante. Puede ser que nosotras también alcancemos esta clase de vida con ayuda de la intuición y la gracia divina. Sin embargo, para una mujer mayor de hoy en día, una vida gratificante generalmente implica tomar decisiones y correr riesgos. Las obligaciones y exigencias que requieren nuestro tiempo y energía se extienden hasta prácticamente abarcar toda nuestra vida. Debemos solventar los conflictos entre nuestras distintas lealtades, sin perder de vista las circunstancias y limitaciones con las que no habíamos contado, incluyendo la reacción de los que se enfaden con nosotras por no estar a la altura de sus expectativas.
Pensemos en nosotras como si fuéramos el personaje protagonista de una novela o película que se va escribiendo con cada decisión que tomamos o cada papel que interpretamos, y en función de lo comprometidas que estemos con nuestra propia historia. Las aspiraciones positivas o las expectativas negativas que nuestros padres alimentaron sobre nosotras, o bien los ejemplos que nos dieron para ilustrarlas, quizá se incorporaron a un guión concluido que habíamos de seguir. Este camino prescrito nos sirvió para crecer en un sentido positivo o, justo al revés, nos causó un daño enorme si existía una gran discrepancia entre la persona que se suponía que debíamos ser y nuestras propias potencialidades y necesidades. Por otro lado, hay que tener en cuenta que también nos malearon ciertas personas de nuestra vida, especialmente aquellas a quienes concedimos autoridad o amamos. Es posible, por consiguiente, que en la actualidad, y como resultado de ello, en lugar de considerarnos protagonistas de nuestra propia historia, nos veamos desempeñando un eterno papel secundario o nos hayamos convertido en unas víctimas. Existen únicamente, como apuntan a menudo los escritores de ficción, un número determinado de argumentos básicos y otro de personajes típicos o arquetípicos (lo cual es también cierto en la vida).
A lo mejor el pasado no fue sino el preludio del período más auténtico de nuestra vida; y ahora, aun cuando hayamos vivido más o menos según las expectativas de los demás, nos ha llegado el momento de elegir ser nosotras mismas. Tal como Jenny Joseph dice en la primera línea de su libro Warning: «Cuando sea mayor, me vestiré de púrpura». Con ello quiere decir que finalmente llevará lo que le apetezca y hará lo que le plazca, convirtiéndose de este modo en sí misma.
Las mujeres se vuelven más fieles a sí mismas después de la menopausia no sólo porque se hacen mayores, sino porque sus circunstancias cambian. Los hijos crecen y abandonan el hogar; y con la edad, el matrimonio adquiere trazos de compañerismo. La muerte de uno de los padres puede liberarnos del sentimiento de culpa o de la dedicación que debemos prestarles, o quizá sea el motivo de que heredemos. También podemos enviudar. Quizá nuestro esposo nos abandone, o seamos nosotras quienes lo abandonemos, forzando que cambien nuestras circunstancias. Cabe la posibilidad de que nos enamoremos y cambiemos nuestra vida o nuestro estilo de vida. A lo mejor nuestra trayectoria profesional empieza a decaer. Igual empezamos a practicar la meditación espiritual, o bien descubrimos que somos muy aficionadas a esta clase de prácticas. A lo mejor es la psicoterapia la que nos hace replantearnos la vida o, como escribí en Close to the Bone, una enfermedad grave puede ser el momento decisivo que nos libere y nos permita descubrir lo que en realidad tiene sentido para nosotras y nutre nuestra alma.
Cuando nos consideramos mujeres con capacidad de realizar nuestras propias elecciones, estamos aceptando el papel de protagonistas de la historia de nuestras vidas. Somos conscientes de que lo que escojamos hacer, o no hacer, tendrá consecuencias. Aprendemos que cuando las circunstancias son inevitables, o incluso terribles, nuestra reacción íntima es una opción absolutamente fundamental.
Las decisiones que nos marcan la vida, y le dan sentido, también dependen de la posibilidad de imaginar nuestros posibles actos o dar un nombre o una imagen determinados a lo que vamos madurando en nuestra psique. Aquí es donde entran en juego las historias y los personajes. Es también el momento en el cual necesitamos disponer de recursos espirituales, especialmente si los demás no apoyan nuestros cambios. La fase de la vejez está asociada con el arquetipo de la mujer sabia, el cual, tal como veremos en los capítulos siguientes, se ha expresado en todas las culturas a través de la mitología y la religión.

De la envidia del pene a Las diosas de cada mujer

Mi enfoque personal proviene del hecho de ser analista jungiana y feminista, observadora y activista. Cuando el movimiento feminista empezó, a mediados de los sesenta, yo estaba estudiando la especialidad de psiquiatría. Por aquel entonces el libro de Betty Friedman, Mística de la feminidad, dio en el clavo al describir "el problema sin nombre", el que afirmaba que las mujeres debían estar satisfechas con su papel de esposas y madres, y cuando eso no era así, se sentían culpables. La revista Life, entre otras publicaciones, se preguntaba: « ¿Qué les pasa a las mujeres?». En aquella época ya realizaba sesiones de terapia y visitaba a mujeres que estaban deprimidas y ansiosas. Se les decía que padecían del «síndrome de la ama de casa de clase media-alta», diagnóstico oficioso y peyorativo que implicaba que su infelicidad era debida solamente a preocupaciones triviales. Fueron analistas freudianos del sexo masculino los que me enseñaron psicología femenina, y ellos precisamente creían que toda mujer era intrínsecamente inferior por carecer de pene. Durante mis años de formación los encargados de enseñar psicología femenina eran analistas freudianos, varones, quienes creían que todas las mujeres eran inferiores de un modo inherente porque carecían de pene. Afirmaban que la envidia del pene se aliviaba temporalmente cuando quedaban embarazadas y tenían un hijo. Los hombres no ponían en duda esta teoría y las mujeres que lo hacían eran denostadas (puesto que en la psicología de Freud, la mujer que protestaba padecía un complejo de masculinidad).
Ese mismo año, 1963, la comisión del presidente John F. Kennedy sobre la condición de la mujer publicó The American woman, un informe que revelaba que a las mujeres se les pagaba menos por hacer el mismo trabajo que los hombres, no se las ascendía y no se les permitía el acceso a gran parte de los trabajos y profesiones. La discriminación hacia la mujer documentada en este informe y la publicación de Mística de la feminidad, en la cual Friedman analizaba los papeles estereotipados que la sociedad atribuía a la mujer (y donde incluía una crítica contundente a la teoría de Freud), marcaron el inicio de un torrente creciente de informaciones, reuniones de mujeres y protestas, lo cual desembocó en el movimiento para la liberación de la mujer.                                                                           
A mediados de los sesenta se formaron grupos de concienciación. Las mujeres se reunían en grupos reducidos y explicaban el sexismo que habían experimentado personalmente. Gracias al apoyo de estos grupos, las mujeres escribieron artículos que fueron recogidos en antologías; se presentaron casos en los tribunales que denunciaban la discriminación hacia las mujeres; se formó la Organización Nacional para las Mujeres (ONM), y los actos de afirmación pasaron a ocupar también el ámbito de las mujeres. Estos acontecimientos, y las consecuencias que de ellos se derivaron, fueron los causantes de la consolidación de la década del movimiento feminista de los setenta. En ese mismo período me casé, finalicé mi etapa como médica interna residente, abrí un consultorio y empecé mi formación analítica en el Instituto Carl G. Jung de San Francisco.
En los setenta, mientras llevaba una vida atareadísima entre mis dos hijos y mi profesión, conocí muy a fondo los problemas que el movimiento feminista había sacado a la luz a través de la relación con mis pacientes. A principios de los ochenta, cuando la Asociación Psiquiátrica Americana no apoyó la Enmienda para la Igualdad de Derechos y mantuvo la celebración de sus congresos en estados que no la ratificaban, me hice activista, cofundé una organización, dirigí un boicot y me alisté en el grupo de ayuda de Gloria Steinem. Más tarde fui miembro de la junta de la Fundación EM para Mujeres, lo cual amplió todavía más mi conocimiento de lo fuertes que son las mujeres y lo oprimidas que pueden llegar a sentirse.
Las diosas de cada mujer: Una nueva psicología femenina se publicó en 1984. Describía en esa obra que las mujeres actuaban bajo la influencia de dos fuerzas poderosas: los arquetipos del inconsciente colectivo y los estereotipos de la cultura. Esta perspectiva jungiano-feminista me proporcionó una «visión binocular» que me permitió penetrar en la psicología de las mujeres. Del mismo modo que cada ojo ve la misma cosa desde un ángulo diferente y la combinación de los dos campos visuales crea una percepción más aguda, identificar los arquetipos y darse cuenta de lo que la cultura premia o castiga posibilitaba una reflexión mucho más profunda de lo que hubiera sido posible en el pasado. Hubo otros especialistas que llegaron a la misma conclusión.
Las diosas de cada mujer influyó mucho en las lectoras, quienes se reconocieron a sí mismas en los patrones arquetípicos que allí se describían. Yo había basado esos patrones en las diosas griegas que residían en el mundo del Olimpo patriarcal, un mundo donde se relacionaban, se adaptaban o eran dominadas de maneras muy parecidas a las de la actualidad. Algunas de estas diosas poseían ciertos rasgos que encajaban en el papel tradicional de la mujer, tales como Hera, el arquetipo de la esposa; Deméter, la madre; Perséfone, la doncella; y Afrodita, la amante. Sin embargo, había otras que poseían atributos que la sociedad y la psicología decían que sólo pertenecían a los hombres: Artemisa, la cazadora, podía proteger a las mujeres de los violadores masculinos y determinar sus propios objetivos, mientras que a Atenea se le confiaba el poder y ostentaba la inteligencia más penetrante de todos los olímpicos. Era un enfoque que ampliaba la psicología femenina de Jung y ofrecía ciertas excepciones a su teoría*, pero arrancaba de la estructura arquetípica de la psique que él discernió y describió.
Los arquetipos son patrones intrínsecos o predisposiciones de la psique humana. La formación de cristales en una solución era una analogía que Jung utilizaba para explicar la diferencia entre patrones arquetípicos y arquetipos activados: un arquetipo es como el patrón invisible que determina la figura y estructura que tomará un cristal cuando efectivamente se forme (algo que sólo ocurrirá si se dan las condiciones necesarias). Una vez que se ha formado el cristal, podemos identificarlo. Los arquetipos también se pueden comparar a los «proyectos» de las semillas. Que las semillas crezcan depende de la tierra y las condiciones climáticas, la presencia o ausencia de ciertos nutrientes, el sumo cuidado o la negligencia por parte del jardinero, el tamaño y la profundidad del continente y la resistencia de la variedad en concreto. Bajo condiciones óptimas, se actualiza todo el potencial de la semilla. A pesar de que la psique es considerablemente más compleja, los arquetipos en las mujeres también los activa una variedad de elementos que se influencian mutuamente: predisposiciones heredadas, familia y cultura, hormonas, circunstancias y los estadios de la vida.
Las diosas de cada mujer era una psicología femenina que daba cuenta de la diversidad existente entre las mujeres y su complejidad. Era más fiel a la experiencia femenina que cualquier otra psicología con un modelo limitado y único para definir a la mujer normal. Era una herramienta muy útil para las mujeres que se encontraban en la primera y segunda etapas de la vida adulta. Describí asimismo cómo cada arquetipo particular de la diosa podía expresarse años más tarde, pero no era éste el enfoque del libro. A menudo estos arquetipos continúan siendo reconocibles en nosotras en edad avanzada. En la tercera parte de este libro proporciono un dibujo en miniatura de cada uno de ellos, describo sus cualidades positivas y problemas característicos, y explico cómo pueden llegar a configurar la vejez o incluso aparecer como un arquetipo de «florecimiento tardío» en la tercera etapa de nuestras vidas.


De Las diosas de cada mujer a Las diosas de la mujer madura

Entre las consecuencias principales derivadas de la publicación de Las diosas de cada mujer hubo una completamente inesperada. Si bien había escrito el libro como un texto de psicología, vi cómo se convertía en uno de los pilares del movimiento espiritual feminista. Esta obra contribuyó a recuperar la palabra "diosa" en nuestro vocabulario, y a otorgarle un sentido diferente a la etiqueta que Hollywood colgaba a las estrellas de cine hermosas. La diosa como divinidad femenina está regresando por etapas. En la década de 1980 la palabra "diosa" tenía algo de prohibido (y todavía lo tiene para muchos), pero se aceptaba el término psicológico jungiano «arquetipo de la diosa». Muchas mujeres se sintieron incómodas con la palabra "diosa" sin razón alguna, del mismo modo que los niños pequeños parecen saber que ciertas palabras de cuatro letras son secretas y están prohibidas, incluso antes de que las digan en voz alta y observen la reacción de los adultos.
El interés por los arquetipos de la diosa llevó a las mujeres a crear arte y rituales, concentrarse en imágenes de la diosa para meditar y hacer altares en casa, donde se colocaban símbolos personales, acciones que evocaban los anhelos de las mujeres por la feminidad sagrada tanto tiempo silenciados. También se dio el caso inverso, y hubo mujeres que conectaron con una diosa en particular después de leer Las diosas de cada mujer y se quedaron estupefactas al comprobar que uno de sus objetos preferidos, una imagen onírica o las pinturas que colgaban de sus paredes eran símbolos del arquetipo de la diosa que más significativa les resultaba. Cuando se crea un vínculo entre el arquetipo de una diosa y un símbolo o imagen, se desprende un sentimiento profundo y nos embarga la sensación de haber encontrado un sentido, cosa que sucede en realidad. Existía también una trascendencia subjetiva, las mujeres sentían que lo que estaban haciendo tenía una dimensión sagrada cuando un determinado papel también resultaba ser un arquetipo activo en ellas. Una vez que se había percibido el vínculo entre los significados psicológico y espiritual de un arquetipo de la diosa, empezábamos a ser conscientes de que podría existir una espiritualidad centrada en una diosa o relacionada con una diosa (lo cual es impensable en el contexto religioso del monoteísmo).
Cuando escribí Las diosas de cada mujer, yo misma no estaba familiarizada con la espiritualidad relativa a las diosas pero, tal como narré en mi obra de 1994, Viaje a Avalon, la situación cambió cuando, a mediados de los ochenta, peregriné por diversos lugares sagrados de Europa. En la catedral de Chartres, la cual se había construido en un emplazamiento destinado a una diosa antigua, sentí una sensación de calor y opresión en el centro del pecho, en el área del chakra del corazón. Llegué a considerarla una reacción "diapasón", una sensación corporal que me guiaba hacia la energía de otros lugares y enclaves sagrados. Fue una iniciación a la dimensión de lo sagrado, ámbito de la tierra y el cuerpo, y era como la maravillosa experiencia que se tiene cuando, en el embarazo, sientes por primera vez un movimiento. La experiencia me hizo recordar otros acontecimientos de mi propia vida, que eran místicos y eternos, si bien nunca los había definido como sagrados. En parte porque el cuerpo, especialmente el cuerpo de la mujer, no se considera sagrado en el monoteísmo. Llegué a juzgar estos sucesos experiencias de la diosa arquetípica, en las cuales un arquetipo femenino impregna ese momento de profundidad y de sentido. Mi experiencia estaba lejos de ser única, puesto que la gente siempre ha vivido momentos sagrados parecidos, aunque la religión judeocristiana declarara herético nombrarlos de este modo.
Desde la publicación de Las diosas de cada mujer he dirigido seminarios para mujeres e impartido conferencias en congresos sobre espiritualidad femenina. A menudo cuento la historia de Deméter y Perséfone, y me preguntan (generalmente las mujeres mayores): «¿Y qué pasa con Hécate?». Hécate es la tercera diosa de la historia, la menos conocida, la misteriosa. Como diosa de la encrucijada, cuyo momento es el crepúsculo, Hécate fue una mujer mayor que ayudó a Deméter a superar su dolor después de que esta hubiera buscado inútilmente a su hija secuestrada, Perséfone. Hécate instó a Deméter a ir en pos de la verdad, y la acompañó para descubrir lo que había sucedido y los motivos del secuestro. Al final del mito, cuando Perséfone regresa del mundo subterráneo, Hécate se convierte en una presencia invisible que en adelante la acompañará. En este mito la diosa tripartita de la Grecia clásica prepatriarcal aparece bajo la forma de tres diosas separadas y menores: Perséfone, la doncella Deméter, la madre, y Hécate, la anciana.
No incluí a Hécate en Las diosas de cada mujer porque era demasiado joven cuando escribí el libro. Necesitaba vivir más años, pasar la menopausia y madurar (de la misma forma que un vino tinto necesita envejecer para coger cuerpo, adquirir transparencia y suavizar su sabor). Sólo después de conocer a Hécate como arquetipo propio, y por el hecho de formar parte de una generación de mujeres mayores que estábamos reinventando lo que podría ser esta etapa de la vida, pude darle a la diosa lo que por derecho le pertenecía. A raíz de ese cambio nació Las diosas de la mujer madura.

El comité

Tal como expliqué en Las diosas de cada mujer, un modo de entender lo profundamente comprometidas que estamos con un camino en particular en cualquier etapa de la vida es a través de la comprensión de los arquetipos. Seguir un camino muy difícil con la sensación de que es el correcto a pesar de la opinión de los demás quiere decir que dentro de nuestra psique hay uno o varios arquetipos que van en esa dirección determinada. Si esa es nuestra actitud, experimentamos la alegría del autorreconocimiento, la intensa sensación de convertirnos en nosotras mismas, de "regresar al hogar".
Somos muchas las que estamos familiarizadas con la idea de que "en nuestro interior hay una niña" y, por lo tanto, no nos es ajeno pensar que poseemos una colección interior de arquetipos o subpersonalidades. En la psicología jungiana los arquetipos son modelos humanos potenciales que, una vez activados, se expresan a través de nuestras actitudes o acciones, o bien los proyectamos en otras personas. Heredamos, de hecho, la colección entera, con los arquetipos masculinos y femeninos, jóvenes y viejos.
Los arquetipos no son imágenes simples, sino modelos con un cierto alcance de expresión. La mujer que vive un arquetipo fundamental y lo hace a su manera, es como una variación única de un tema. No obstante, muchas mujeres que poseen un mayor grado de complejidad tienen más de un arquetipo en activo compitiendo por expresarse. Incluso cuando somos capaces de desarrollar papeles que para nosotras son arquetípicamente genuinos, vamos presenciando cambios a medida que nos hacemos mayores. Los arquetipos que nos aportaban sentido y vitalidad en una etapa determinada de nuestra vida pueden seguir siendo importantes para nosotras a lo largo de toda nuestra vida si la profundidad y amplitud de su expresión nos permiten seguir creciendo. Sin embargo, el arquetipo suele ser una influencia y un impulso dominantes durante una etapa determinada de la vida, pero cuando ésta finaliza, el arquetipo pierde su importancia y también su energía psíquica. En ese caso el papel que antes desempeñábamos primordialmente ahora se convierte en algo vacuo.
En Las diosas de cada mujer propuse imaginar los arquetipos de la diosa como si fueran miembros de un comité y cada uno expresara sus valores particulares. En esta situación idílica dispondríamos de un ego que funcionaría a la perfección para presidir el comité, garantizar el orden y la expresión de todos los puntos de vista. Conocer qué arquetipos están en funcionamiento significa que hemos de saber qué es lo más importante para nosotras en un momento dado de la vida. Es un modo de ver la complejidad interna, lo cual nos permitirá comprender las alianzas y los conflictos internos que se originan ante un cambio de circunstancias. Ahora bien, no todos estos arquetipos son femeninos. La mayoría de mujeres tienen, como mínimo, un arquetipo masculino (en Los dioses de cada hombre utilicé los dioses griegos como modelos de estos arquetipos y animé a las mujeres a encontrar ese aspecto de ellas mismas como fuente de conocimiento).
La metáfora del comité tiene una función pragmática. Convocar una "reunión del comité" significa ir hacia nuestro interior y "escuchar" a los arquetipos concretos que están activos en nosotras. Es un modo de tomar una decisión, o bien de encontrar una solución que dependa de los arquetipos que sean más importantes en un período concreto, y de resolver conflictos y lealtades internas antes de actuar. Cuando dediquemos la atención y el tiempo suficientes para aclarar nuestras ideas, sabremos cuál es la decisión correcta que debemos tomar. En ese momento, nuestros actos y nuestra manera de ser guardarán la debida coherencia.


La menopausia como transición

Cuando las mujeres entran en la menopausia, por lo general la energía psíquica no se prodiga tanto como antes. Los arquetipos fundamentales de la diosa en una época determinada de la vida pueden cambiar o variar en importancia, dejando así espacio para que surjan otros aspectos de la mujer. Cuando los arquetipos varían en importancia, significa que también lo harán nuestras prioridades. Puede que ahora encontremos la energía para convertirnos en artesanas o en escritoras, en activistas políticas o en viajeras con destino a lugares remotos, y desarrollemos un aspecto de nuestra personalidad que hasta ahora había estado esperando entre bastidores. Es posible que experimentemos unas sensaciones arquetípicas nuevas vagas y difusas, y en lugar de sentirnos atraídas por todo aquello que aplazamos en el pasado, parezcamos "preñadas" de algo diferente. A lo mejor lo que más nos apetece es que nos dejen solas para poder meditar, no hacer nada en particular y ver si descubrimos alguna cosa. El no hacer "nada" (por los demás o por el trabajo) es la idea que nos resulta más atractiva cuando prestamos atención a nuestro interior (muy probablemente a causa de los arquetipos de la anciana).
Pasar la menopausia guarda ciertas similitudes con la adolescencia y la pubertad: es una época en la que los cambios hormonales afectan a nuestro estado de ánimo, somos conscientes de los cambios que sufre nuestro cuerpo, y empiezan a aflorar las preocupaciones por el propio atractivo y nuestras inquietudes ante la próxima etapa de la vida. El insomnio y los sueños intensos son frecuentes. Por primera vez desde la adolescencia, las mujeres cuentan que sienten el impulso de contemplar la luna y escribir poesía, y que les da tiempo a hacerlo gracias a las horas extras de ocio que conlleva el insomnio o el despertarse antes del amanecer. La intranquilidad, la irritabilidad y los sofocos, por otro lado, son síntomas molestos.
Si la intranquilidad perturba nuestras actividades cotidianas, quizá sea la señal de que ya no nos interesa, o no es tan importante para nosotras, aquello que ocupaba nuestra mente y nuestro tiempo. La irritabilidad puede indicarnos que no estamos en armonía con nuestros actos, o bien puede ser un signo de que perdemos el control de lo que nos preocupa. Es posible, por otro lado, que sea una señal de impaciencia hacia nuestra propia persona o que esa irritabilidad sea simplemente la expresión de un deseo que ignoramos por completo: a saber, la necesidad de pasar tiempo solas.
Sin embargo, si consideramos los síntomas de la menopausia una metáfora corporal, se abre ante nosotras la posibilidad de nuevas interpretaciones. La intranquilidad puede compararse a las turbulencias que genera cualquiera de los arquetipos de la diosa anciana. La irritabilidad y los sofocos, tal como veremos, pueden anunciar la energía de las diosas de la ira transformadora. Al sentir estas turbulencias, los hombres tienden a temer a las mujeres menopáusicas. Les preocupa que les hagamos la vida difícil, nos mostremos descontroladas, irracionales o retraídas. Es como si detrás de sus vagos recelos, los hombres temieran que las mujeres menopáusicas se convirtieran en brujas poderosas o diosas ancianas. Tal vez sientan un cierto temor a que llegue el momento del desquite.
Muchas mujeres pasan la menopausia tranquilamente; para otras, en cambio, representa un episodio turbulento. Si atribuimos los síntomas a un puro desarreglo hormonal, podemos perder la oportunidad de saber si nos sentimos bien con nosotras mismas y con la vida que llevamos. Los tratamientos terapéuticos de sustitución hormonal se recetan para evitar el malestar que nos provocan los síntomas físicos. Sin embargo, no puedo evitar observar que son precisamente los demás los que se sienten más cómodos cuando los síntomas menopáusicos (y, por consiguiente, las mujeres menopáusicas) están bajo control.
La pubertad y la menopausia son estados de transición entre etapas distintas. No estamos propiamente en la etapa que abandonamos aunque todavía no hemos entrado en la próxima. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de adolescentes, las mujeres que entran en la menopausia no ansían llegar a esa nueva etapa, que hasta ahora fue un período de incertidumbre e invisibilidad.

Las diosas postmenopáusicas

La mitología griega no nos ofrece imágenes visibles de diosas ancianas en sus panteones. Si en algún caso existen, son invisibles o apenas pueden percibirse. Las principales diosas del Olimpo fueron mayormente retratadas como diosas doncellas (Perséfone, Artemisa y Atenea, la arquetípica hija del padre), como mujeres maduras (Hera, la casada, la maternal Deméter y Afrodita, la diosa sexual que tuvo varios hijos). Había una ausencia notable de diosas que encarnaran cualidades asociadas a las mujeres mayores. Hestia, la diosa del hogar y de los templos, la mayor y la menos conocida de los olímpicos, empezó formando parte de los primeros doce dioses del Olimpo, pero fue remplazada en ese panteón por Dionisos. Se consideraba que Hestia era el fuego que ardía en el centro de un hogar circular, y su presencia convertía en sagrados los templos y las casas. La diosa no tiene edad y carece de imagen. Hestia, en fin, es la única divinidad que aparece como arquetipo principal tanto en Las diosas de cada mujer como en Las diosas de la mujer madura.
En la mitología griega hay vestigios de diosas con atributos de la vejez que prácticamente llegaron a ser invisibles, desaparecieron o perdieron su categoría divina. Aparte de la invisible presencia de Hestia, existía Metis, la diosa de la sabiduría, a quien Zeus engañó para que se hiciera pequeña y luego se la tragó; la misteriosa Hécate y Baubo, una diosa preolímpica cuya condición se vio reducida a la de sirvienta. Dada la escasez de arquetipos femeninos de la vejez en la mitología griega, probablemente porque sus cualidades fueron muy temidas y, por consiguiente, negadas hasta el punto de ser inimaginables, tuve que buscar en otras mitologías para encontrarlos.
Había otras mitologías de culturas patriarcales que conservaban figuras femeninas poderosas y coléricas, tales como la diosa hindú Kali o la antigua diosa egipcia de cabeza leonada Sekhmet. Ambas son los arquetipos de la ira transformadora que entraban en acción cuando los hombres bondadosos o las divinidades masculinas no podían expulsar a los malhechores. La mitología griega carecía asimismo de una diosa de la compasión, y para introducir este atributo de la vejez tuve que acudir a la diosa china Kuan Yin o a su equivalente japonesa, Kannon. (Afrodita, la diosa griega del amor, era una diosa del amor erótico y sexual.) Una flagrante carencia de la mitología griega era que no contaba con una diosa del humor, lo cual no es de sorprender, considerando lo mucho que los hombres temen que las mujeres se rían de ellos. Ahora bien, sí la encontramos en la mitología japonesa; y es Uzume, la diosa de la alegría, cuya risa y cuyo humor desenfadados devolvió la luz y el calor al mundo.
No obstante, Las diosas de la mujer madura no intenta ser un estudio exhaustivo de las ancianas según las diferentes mitologías del mundo. Al contrario, me fijé en mitologías que no fueran occidentales cuando me resultó imposible encontrar arquetipos de la diosa que se correspondieran con las energías arquetípicas que yo veía y valoraba en las mujeres maduras: sabiduría, espiritualidad, sexualidad, compasión, humor reconfortante y capacidad de actuar con decisión. Mis conocimientos sobre la psique de las mujeres marcaron el punto de partida de mi investigación. Esa búsqueda guarda un gran paralelismo con los símbolos concretos que vemos aparecer en sueños y que después procuramos interpretar a partir de referencias e imágenes para entender su significado. La presencia o la ausencia de diosas de rasgos especiales en la mitología de una cultura es el reflejo del alcance de su poder y del temor, o la falta de temor, que inspira lo sagrado femenino.
Cuando busqué y encontré a estas divinidades, me di cuenta de lo mal que les había ido a las diosas en la civilización occidental (que es la historia del patriarcado) y de que la condición de la mujer y el destino de las diosas había declinado a la par. Aunque Las diosas de la mujer madura no es un estudio global sobre el trato que históricamente se ha dado a la mujer mayor, entender el destino compartido de ambas nos ayuda a comprender la importancia del hecho que la mujer, individualmente y colectivamente, está devolviendo a la cultura occidental unos arquetipos de diosas que habían sido eliminados. En el inconsciente colectivo hay unos modelos arquetípicos que existen incluso cuando no se les permite la expresión. Estos arquetipos pueden estar inactivos durante la mayor parte de la vida de una mujer y aparecer en la tercera etapa. También puede ser que durante milenios hayan estado proscritos y resurjan cuando cambia el clima cultural. La teoría de la resonancia mórfica sugiere que podemos llegar a acceder a la memoria colectiva de la época prepatriarcal, cuando las mujeres mayores tenían autoridad, así como a la memoria derivada de cientos de años de inquisición, cuando cualquier mujer en edad avanzada se arriesgaba a ser denunciada, torturada y quemada en la hoguera (sobre todo las mujeres más parecidas a nosotras). La historia ha modelado las actitudes e inhibiciones que mantenemos respecto a nuestra persona, y saberlo nos ayuda a evolucionar y superarlas, de la misma forma que recordar acontecimientos traumáticos del pasado y observar los modelos familiares inicia el proceso del crecimiento psicológico individual.
Más de veinte millones de mujeres de la generación del baby-boom llegarán a los cincuenta a principios del siglo XXI, lo cual representará el doble de la cifra actual de mujeres que ya han traspasado el umbral de la vejez. Pronto habrá más de cuarenta y cinco millones de mujeres que pasan de los cincuenta, con unas vidas y actitudes modeladas por el movimiento feminista. Jamás en los anales de la historia ha existido tal cantidad de mujeres con tanta capacidad, experiencia, independencia y tantos recursos. A los cincuenta son muchas las mujeres que contemplan los años venideros con excelentes perspectivas. Para ellas, llegar a los setenta equivale a lo que antes significaba cumplir cincuenta. A medida que las mujeres van llegando a esa edad, se unen a una corriente creciente de mujeres maduras que están en los sesenta y en los setenta, o que incluso son mayores, y que han aprendido a confiar en sí mismas y en las demás. Ahora que la diosa, la espiritualidad de la diosa y los arquetipos de la diosa se están incorporando al lenguaje y la experiencia, las mujeres maduras también se vuelven más visibles, influyentes y numerosas. Las diosas de la mujer madura es una guía del dominio interior y un manual para llegar a ser una vieja fresca y esplendorosa.

* Jung postulaba que había un arquetipo contrasexual en cada uno de nosotros, y era el animus en las mujeres y el anima en los hombres. Según esta teoría, la inteligencia, la capacidad de decisión y la espiritualidad de la mujer eran atributos de su animus, una parte menos consciente de su psique que su ego femenino. Por definición, el modo de pensar animus es inferior intrínsecamente, lo cual no sirve para describir a Atenea o a mujeres cuya función superior es pensar. La teoría de Jung del anima-animus atribuye el sentimiento y la capacidad para las relaciones de los hombres a su correspondiente y menos consciente anima. Con todo, la excepción la marca el hombre, cuya función superior es el sentimiento.